tag:blogger.com,1999:blog-195191612024-03-05T18:19:05.436+01:00El camino a ValinorViajes, lugares, gentesMike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.comBlogger15125tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-33247151242281247972010-04-25T18:23:00.002+02:002010-04-26T18:32:33.574+02:00ISLANDIA. LAS MOCEDADES DE LA TIERRA<div><div style="float: center; margin: 5px;"><div id="fotoglif_place_holder_5878694" style="border-style: double;border-width:5px;border-color:#bbbbbb; width: 468px; height: 398px; background-color: rgb(122, 122, 122);"></div><script type="text/javascript" src="http://www.fotoglif.com/embed/embed.py?hash=savaebiaqrgt&size=medium&imageuid=5878694&layout=&jpgembed=yes&pubID="></script></div></div><div><br /></div><b><span class="Apple-style-span" style="color:#FF0000;">Hielo y fuego esculpen en el siglo XXI la tierra más joven del planeta, todavía en formación. La inquieta (e inquietante) pubertad de Islandia ha convertido a la vieja Europa en una ratonera. En nuestro mundo donde todo está atado y bien atado el volcán Eyjafjalla ha decidido no ser un convidado de piedra.</span></b><div><br /></div><div>La postal muestra a una pareja pasando las de Caín. Está subiendo en bicicleta una empinada cuesta de ripio en medio de un diluvio. Alrededor, un paisaje primigenio: montañas, glaciares y un río en cuyos meandros no hay construcciones humanas, ni tan siquiera árboles. La postal tiene una leyenda que dice lo siguiente: «Biking in Iceland: a relaxing and refreshing holiday» (Ciclismo en Islandia: unas vacaciones relajantes y refrescantes). <cs8>A pesar de la ironía, no son pocos los que eligen este medio de transporte para vivir su aventura en una tierra con sabor a origen, donde el hielo y el fuego todavía no han terminado de definir unos decorados vacíos de lo que llamaríamos civilización. Destino turístico para gente que no abomina del frío y la lluvia —pero sí abomina de aglomeraciones—, Islandia saltó a los papeles en el otoño de 2008 cuando <mc>quebraron y se nacionalizaron tres de sus principales bancos, lo que dio pie a un ciudadano británico a «subastar» el país en eBay para llamar la atención sobre su gravísima situación económica. El precio de salida era 90 peniques, aunque la cantante Björk no estaba incluida en el paquete.</mc></cs8></div><div><cs8><mc><br /></mc></cs8></div><div><mc1>La vieja Europa miró entonces con conmiseración a su joven pariente —que solicitó formalmente su ingreso en la UE en 2009—, una isla de 103.000 kilómetros cuadrados (una quinta parte que España) y 320.000 habitantes situada en mitad de ninguna parte, a 970 kilómetros de Noruega y 798 de Escocia. El plato frío de la «venganza» acaba de servirse de la única manera posible, con una reacción incontestable de la naturaleza. <cs7.9>La erupción del volcán Eyjafjalla<mc1>, difícil de escribir e imposible de pronunciar, como tantos nombres islandeses, <mc1>ha cerrado el tráfico aéreo europeo (cien mil vuelos cancelados) convirtiendo el continente en una ratonera y provocando unas las pérdidas de cientos de millones de euros. Más allá de la cifras llama la atención la estupefacción de una sociedad acostumbrada a tenerlo todo bien atado. El laboratorio geológico que inspiró a Julio Verne para su «Viaje al centro de la Tierra» (los protagonistas bajan por una chimenea del volcán Snæfells, en el oeste de Islandia) nos remite a los remotos tiempos en que nuestra especie era tan carne de cañón como cualquier otra.</mc1></mc1></cs7.9></mc1></div><div><br /></div><div>Que la naturaleza manda lo tienen claro los islandeses desde siempre. Estos tipos tranquilos eligieron vivir sobre una criatura viva y cambiante donde el fuego se asoma por una treintena de volcanes activos y centenares de fumarolas. Casi un millar de manantiales de aguas calientes proporcionan una calefacción no contaminante al 90 por 100 de los hogares. Las piscinas termales —como la famosa Laguna Azul, cerca de Reykjavik— y el géiser Strokkur, que lanza su columna de agua hirviendo cada cinco minutos para regocijo de los turistas, constituyen la cara amable de la isla; los volcanes, en cambio, se gastan otros humos. </div><div><br /></div><div><b>Sol invisible</b></div><div><mc>En el siglo XIV hubo varias erupciones muy destructivas del volcán Hekla, el más activo de Islandia, «la puerta de los infiernos» para los europeos de la Edad Media; esta semana la televisión pública islandesa informó que el Hekla había despertado por simpatía a su vecino Eyjafjalla, aunque el organismo de control aéreo europeo, Eurocontrol, se apresuró a desmentir la noticia. En 1783, la erupción del Laki provocó que se abriera una grieta de treinta kilómetros que vomitó un océano de lava, según cuentan las crónicas. La nube de cenizas oscureció el sol, impidiendo a los hombres hacerse a la mar, y los gases envenenaron los pastos sellando el destino de ovejas, vacas y caballos. Sin pesca ni ganado ni posibilidad de escapar al continente, 10.521 personas murieron de hambre, el 20 por ciento de la población. </mc></div><div><mc1><br /></mc1></div><div><mc1>Esta actividad destructiva y transformadora es más evidente en el entorno del lago Myvatn, en el noreste de la isla. Krafla es una zona salpicada de cráteres, campos de lava y solfataras donde se llega a la conclusión de que la desolación es bella. Conduciendo por la carretera número 1 en esa dirección se atraviesa Ódáðahraun, don<mc1>de se entrenaron los primeros astronautas que viajaron a la Luna. Antes de enfilar hacia <mc1>Myvatn merece la pena girar al norte para visitar Dettifoss, la cascada más caudalosa de Europa, un torrente desmadrado y ensordecedor que sobrecoge, y el Parque Nacional Jökulsárgljúfur, donde se encuentra el cañón de Ásbyrgi que, según la tradición, es la huella dejada por la pezuña de Sleipnir, el caballo volador de Odín. Una explicación más plausible propone que la rasgadura fue obra de una avenida de agua de proporciones inimaginables producida tras una erupción bajo el glaciar Vatnajökull.</mc1></mc1></mc1></div><div><br /></div><div><b>Los estados del agua</b></div><div><mc2>Con 8.100 kilómetros cuadrados (casi una décima parte de la superficie de Islandia), el Vatnajökull es <cs7.9>el mayor glaciar europeo en volumen y compite en área con el <mc1>Austfonna, situado en la isla de Nordaustlandet, en las Svalbard (Noruega). Mide 150 kilómetros de este a oeste y 100 de norte a sur, y tiene un espesor medio de unos 400 metros (llegando a un máximo de 1.000). <mc1>Existen varios accesos<mc1>. Por ejemplo, en el Parque Nacional Skaftafell, donde es posible poner el pie sobre el Skaftafelljökull, un espectacular glaciar que desciende del mar de hielo. O en la laguna de Jökulsárlón, donde flotan enormes témpanos. En Höfn se contratan excursiones en motonieve para adentrarse un poco más en el desierto blanco.</mc1></mc1></mc1></cs7.9></mc2></div><div><mc2><cs7.9><mc1><mc1><mc1><br /></mc1></mc1></mc1></cs7.9></mc2></div><div><cs7.9>El estado líquido del agua se manifiesta en numerosas cascadas. A la excesiva Dettifoss hay que añadir la fotogénica Skógafoss, como pintada por un niño, y Goðafoss, la «cascada de los dioses», donde se arrojaron las estatuas de las deidades paganas cuando en 999 la Asamblea Nacional decretó que Islandia sería cristiana. <cs7.8>Pero el salto que el visitante no olvidará mientras viva es Gullfoss, que junto a Þingvellir y los géisers de Haukadalur forma parte de una popular ruta turística conocida como el Círculo Dorado. Gullfoss, con sus tres escalones y su angosta grieta rompiendo el cauce del río Hvítá, agota los adjetivos. A principios del siglo XX se planeó construir una central hidroeléctrica, lo que hubiera sido un crimen que también habría agotado los calificativos.<cs7.7> <cs7.8> </cs7.8></cs7.7></cs7.8></cs7.9></div><div><mc1><cs7.8><br /></cs7.8></mc1></div><div><mc1><cs7.8>Otra postal que se vende en las tiendas de souvenirs muestra un vehículo detenido en una pista por culpa de unas ovejas que le cierran el paso y no tienen intención de moverse. «Driving in Iceland: the grass is always greener in the middle of the road» (Conducir en Islandia: el pasto siempre es más verde en mitad de la carretera). Aquí no puedes hacer planes atendiendo sólo a las reglas humanas. <cs7.8>Aquí las gasolineras tienen mangueras para limpiar el vehículo del polvo del camino, aunque al rato volverá a embarrarse. Aquí ocurren prodigios como que surja de repente un pedazo de tierra junto a la costa, como ocurrió en la década de 1960, cuando emergió el islote de Surtsey. Aquí, hipnotizado por las solfataras burbujeantes de Krafla, el turista puede quemarse la planta de los pies. Aquí, en la adolescencia del mundo, un volcán es capaz de parar los relojes de Europa.</cs7.8></cs7.8></mc1></div><div><br /></div><div><b>Historia ligada al vecindario</b></div><div>Entre 330 y 325 a. C. el navegante griego Pytheas embarcó en Marsella para explorar rutas comerciales en el noroeste de Europa. Rodeó Gran Bretaña y llegó a Noruega. En sus escritos menciona la isla de Última Thule, a seis días de navegación del norte de Escocia. Probablemente se refería a Islandia. Monjes irlandeses llegaron hacia el año 700. Eran más ermitaños que misioneros —no había a quien evangelizar— y fundaron monasterios a lo largo de la costa. Un puñado de colonos nórdicos precedió al primer asentamiento serio, protagonizado por Ingólfur Arnarson, que en 874 fundó Reykjavík (bahía de los humos). En 930 su hijo Porsteinn Ingólfsson creó una Asamblea Nacional en Þingvellir. Después de unos inicios prometedores, el parlamento más antiguo de Europa cayó en corruptelas; diversas incursiones vikingas sembraron el caos en la isla. En el siglo XIII noruegos y daneses tomaron el control. Después de centurias de hambre, guerras y tributos, en 1918 Islandia se convirtió en un estado independiente dentro del reino de Dinamarca. Copenhague gestionó su política exterior y de defensa hasta 1940, cuando Dinamarca fue ocupada por Alemania. En mayo de 1941 logró la independencia. El establecimiento formal de la república tomó cuerpo en Þingvellir el 17 de junio de 1944.</div><div><br /></div><div><i><b>Publicado en ABC el 25 de abril de 2010</b></i></div>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-72860504653678670942009-01-04T19:24:00.017+01:002010-04-26T18:34:14.091+02:00NOTICIAS DE TIERRA INCÓGNITA<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj7S8JNCzEcXe01K4kddhYQwUHPx1JS5JVQCYy7yeO_Cv-KL7RktFuCLuydJADhZvYSHnjYnEZuonNpX-_xF3UfixLx9eiZOk6VdySOcWQTSIB8NrxSBdPLH35gjN1V-6qIl_-kMw/s1600-h/-ANTAR_6.JPG"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5303836842173404450" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; WIDTH: 400px; CURSOR: hand; HEIGHT: 268px" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj7S8JNCzEcXe01K4kddhYQwUHPx1JS5JVQCYy7yeO_Cv-KL7RktFuCLuydJADhZvYSHnjYnEZuonNpX-_xF3UfixLx9eiZOk6VdySOcWQTSIB8NrxSBdPLH35gjN1V-6qIl_-kMw/s400/-ANTAR_6.JPG" border="0" /></a><span style="font-size:130%;color:#33ccff;"><strong>Nada hay comparable al lejano sur. Allí labraron sus hazañas los exploradores de la edad heroica y sitúan la última frontera los viajeros de nuestro tiempo. Hito geográfico, pero también un estado de ánimo</strong></span><br /><br />El «Fram» atraviesa una crujiente lámina salpicada de galletas de hielo, flanqueado por imponentes acantilados y lenguas de glaciares que se reflejan en el espejo grisáceo del mar. La tripulación llama al Canal de Lemaire el «Kodak Crack» por la cantidad de disparos de las cámaras que rompen el silencio durante la travesía. Es el único ruido que se escucha, con permiso del viento, pues los pasajeros apenas balbucean alguna palabra de admiración. A menudo se preguntan si de verdad están aquí, si este lugar salvaje e inhóspito existe, si la pétrea espina dorsal que surge del océano es real y no un decorado digital, y les asalta la convicción de que un paso más allá del refugio flotante serían carne de cañón. Aunque otros experimentaron la desolación y vivieron para contarlo.<br /><br />Con 11 kilómetros de longitud y 1.500 metros de anchura, este canal pegado a la Península Antártica fue descubierto por una expedición alemana durante el verano austral de 1873-74, pero no fue navegado en su totalidad hasta el viaje de Adrien de Gerlache a bordo del «Bélgica» en 1898-99. Gerlache lo bautizó en honor del explorador del Congo Charles Lemaire. Por aquel entonces quedaban últimas fronteras que cruzar, en África, en la <em>Terra Australis Incognita</em> y hasta en la Luna, y el mundo era tan interesante que no había segundas vidas que vivir en el ciberespacio. La edad heorica de la exploración estaba a punto de comenzar con su rosario de hazañas y tragedias. Pero el viajero de nuestro tiempo, ese que muestra a los suyos, a miles de kilómetros de distancia, los témpanos de hielo a través de la webcam de su portátil, no puede abstraerse de esas historias del lejano sur. Quizás sienta una presencia invisible que le acompaña en la Antártida, como la sintieron Shackleton y sus compañeros de naufragio en el último tramo de su epopeya.<br /><br /><span style="color:#33ccff;"><strong>La carrera hacia el Polo Sur</strong><br /></span>Aunque algunos historiadores creen que el español Gabriel de Castilla pudo ver alguna de las islas Shetland del Sur en 1603 y el británico James Cook fue el primero en cruzar el Círculo Polar Antártico y circunnavegar el continente en la década de 1770, la confirmación de que más allá del Pasaje de Drake había tierra llegaría el 19 de febrero de 1819: el inglés William Smith avistó de forma casual la isla Livingston cuando viajaba desde Montevideo a Valparaíso. Los cazadores de focas tomarían las Shetland y el extremo norte de la Península Antártica a lo largo del siglo XIX, antes de la llegada de los grandes aventureros.<br /><br />La exploración de la Antártida no tenía parangón; no había que enfrentarse a animales salvajes ni a indígenas hostiles (de hecho, fue auténticamente descubierta por sus exploradores, pues nunca habitó ser humano allí). El oponente era más formidable: vientos de hasta 300 kilómetros por hora, temperaturas inferiores a los 50 grados bajo cero, un océano con aspecto de criatura viva en cabreo permanente, una banquisa que atrapaba y trituraba los barcos, una costa sin apenas puertos naturales y largos días de helado silencio. La lucha se establecía entre el aventurero y las fuerzas desatadas de la naturaleza, entre el hombre y los límites de su resistencia. A principios del siglo XX el reto se salpimentó con la rivalidad entre británicos y noruegos, en la que tres nombres brillaron con luz propia: Robert Falcon Scott, Ernest Shackleton y Roald Amundsen. La soberbia e incompetencia de unos fue decisiva en la resolución de la carrera hacia el Polo Sur.<br /><br />Scott y Shackleton se asociaron en 1901 y, a bordo del «Discovery», inauguraron la edad heroica. Junto con el doctor Edward Wilson recorrieron 1.536 kilómetros en 94 días y llegaron a casi 1.200 kilómetros de su objetivo, teniendo que regresar tras pasar un infierno. Los tres hombres no sabían esquiar bien ni guiar a los perros y acabaron enfermos de escorbuto e insultándose en mitad de la nada. Shackleton había aprendido poco de sus errores cuando su buque«Nimrod» se hizo a la mar en 1907. Sin Scott (nunca más recibiría órdenes de nadie) y con subalternos de confianza —entre ellos Frank Wild, que le acompañaría en la expedición del «Endurance»— partió en octubre de 1908 de Cabo Royds, en la Gran Barrera de Hielo, con diez caballos y nueve perros. Los caballos resbalaban y caían y acabaron formando parte de la dieta de los expedicionarios. A unos 160 kilómetros del Polo, hambrientos y congelados, decidieron dar la vuelta y vivir antes que alcanzar la gloria y morir.<br /><br />Ese destino le estaba reservado a Robert Scott, sumándose además la amargura de no ser el primero en llegar al Polo Sur. Su expedición y la de Amundsen emprendieron la marcha en octubre de 1911; Scott siguió la huella abierta por Shackleton y, como aquel, utilizó caballos (a pesar de su demostrada inutilidad en este terreno), además de trineos a motor que no funcionaban y perros que nadie sabía guiar. Cuando llegaron a su destino comprobaron que el rival noruego, mejor pertrechado y entrenado, les había ganado por la mano. «Ha sucedido lo peor. Se han desvanecido todos los sueños», escribió Scott en su diario. «¡Santo Dios, esto es un lugar espantoso! Y ahora volver a casa, haciendo un esfuerzo desesperado». La última línea de su diario, escrita el 19 de marzo de 1912, presagiaba la tragedia. «Es una lástima, pero no creo que pueda escribir más».<br /><br />Los que enfilan hoy hacia el lejano sur no tienen que sufrir estos dramas y los modernos buques disponen de calefacción y estabilizadores, pero de algún modo la Antártida sigue reservándose el derecho de admisión. El guardián se llama Pasaje de Drake, un tormentoso tramo de mar de 800 kilómetros de ancho que separa el Cabo de Hornos y las islas Shetland del Sur. Allí se citan los océanos Atlántico y Pacífico y el viaje admite pocas bromas. Fue descubierto por el marino español Francisco de Hoces en 1525, cuando su barco fue arrastrado por un fuerte temporal. De hecho, algunos prefieren llamar al pasaje Mar de Hoces.<br /><br />El primer viaje documentado lo protagoniza en 1616 el holandés Willem Schouten, descubridor del Cabo de Hornos, una isla barrida por las tempestades. Buscaba una ruta alternativa para sortear el monopolio de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, que utilizaba las únicas vías conocidas para llegar a los destinos asiáticos: el Estrecho de Magallanes y el Cabo de Buena Esperanza. Schouten seguía una pista: años antes, en 1578, Francis Drake, durante su circunnavegación del globo—con patente de corso de Isabel I de Inglaterra para tocar las narices a la flota española—, descubrió que Tierra del Fuego no era un nuevo continente como se creía, sino una isla. Había, pues, una alternativa a la ruta «tradicional». El navegante holandés dobló el cabo, al que llamó Hoorn en honor al pueblo en que nació; luego, por esas cosas del lenguaje, pasó a denominarse Hornos. Los años sembraron de pecios las profundidades de alrededor.<br /><br />Olas de diez metros zarandean el «Fram» mientras avanza por el Pasaje de Drake. Lo levantan sacando su proa del agua, que cae después con estrépito. El mar parece una batidora cuyo contenido cambia de color, del añil al gris metálico, según la luz que le pegue; el viento despeina las crestas de las olas y la espuma pulverizada forma pequeños arcoiris. Albatros y petreles de gigantesca envergadura siguen la estela del barco sin esfuerzo aparente, planeando sobre montañas de agua. A bordo hay tráfico de drogas... legales. A una conocida marca de pastillas antimareo se le une otra, más fuerte. Y pulseras y parches con más pinta de placebo que de otra cosa. Cualquier método vale para salir victorioso de esta travesía de dos o tres días, incluso borrar el vaivén de la mente (quien sea capaz de hacerlo). Dicen que a todo marino que atraviese el Drake le será permitido lucir un aro de oro en la oreja izquierda y podrá orinar en contra del viento. El segundo privilegio suena arriesgado a pesar de todo.<br /><br /><strong><span style="color:#33ccff;">Arqueología antártica</span></strong><br />La tregua llega en isla Decepción, en las Shetland del Sur, un antiguo volcán que colapsó dejando que el agua penetrara por un flanco y formara una bahía circular. El acceso se realiza por un estrecho paso conocido como los Fuelles de Neptuno, descubierto en la década de 1820 por cazadores de focas americanos. A principios del siglo XX los barcos balleneros utilizaron una cala cercana para levantar la estación Hektor. Hasta finales de la década de 1930 fueron ocupados todos los puertos naturales de la Península Antártica, donde grandes buques factoría despedazaban a los cetáceos que eran cazados por lanchas en aguas abiertas. Cuando los barcos incorporaron rampas en popa para izar las ballenas a bordo se abandonaron los refugios costeros, que adquirieron la categoría de arqueología. Los restos de la estación Hektor y de la base británica Deception Base B constituyen uno de los monumentos históricos más frecuentados de la Antártida.<br /><br />Parejitas de pingüinos papúa y barbijo pasean por la playa volcánica, una pandilla de págalos espera picotear algún desperdicio dejado por los turistas (vana esperanza: los guías son muy estrictos con estas frivolidades), algún valiente cava un agujero y prueba las «aguas termales» de Decepción después de darse un chapuzón en el mar —no consta que haya dispensa por ello— y las cabañas en ruinas, los depósitos herrumbrosos de combustible y grasa animal, los restos<br />de barcazas y los huesos de ballena quedan ahí, inasequibles al paso de las centurias, para ser visitados por las futuras generaciones.<br /><br />Una luz fantasmal baña el islote de Goudier, el lugar donde se levanta Port Lockroy, una vieja base británica que fue construida en febrero de 1944 en el contexto de la Operación Tabarin de la Royal Navy para contrarrestar las aspiraciones soberanistas de Argentina sobre la Antártida. Chile se sumó a la fiesta y durante aquellos años se levantaron decenas de bases supuestamente científicas que, con el tiempo, fueron abandonadas o cedidas a terceros países. Una goleta irrumpe inopinadamente en el escenario como salida de una película de piratas; pieza de caza mayor para los fotógrafos, que deben de andar con cuidado para no resbalar en el guano de pingüino que se acumula en la playa pedregosa. Port Lockroy fue restaurada en 1996 y desde entonces permanece abierta a los visitantes durante el verano antártico. Ha sido designada monumento histórico —la región del Mar de Ross tiene 14 sitios protegidos relacionados con expediciones británicas de la época heroica— y convertida en museo. Alrededor de 70.000 postales son enviadas desde aquí cada año por los turistas a más de cien países distintos (el correo tarda de dos a seis semanas en llegar pues, obviamente, no existe un servicio exprés).<br /><br />Herencia de la Operación Tabarin es la base ucraniana Vernadsky, situada en las Islas Argentinas, que inició sus operaciones en 1996 después de que los británicos vendieran la antigua base Faraday a la Academia de Ciencias de Ucrania por el simbólico precio de una libra esterlina. Faraday alcanzó renombre mundial en 1985 cuando sus científicos descubrieron el agujero en la capa de ozono. Vernadsky es famosa por su pub, el más austral del mundo (65º 15' S), donde se sirve una copa de vodka gratis a todas las mujeres que dejan su sujetador aquí. En la pared de «trofeos» del bar hay sostenes de todas las tallas imaginables.<br /><br />El barco recorre despacio el profundo fiordo de Andvord Bay, que discurre perpendicular al eje principal del Estrecho de Gerlache, penetrando más de 20 kilómetros en la Península Antártica. El paisaje es sobrecogedor, con decenas de icebergs flotando mansamente en la bahía, algunos enormes con forma de castillos almenados, todos irrepetibles y con fecha de caducidad. Espíritus de hielo que surgen de la niebla. Desde aquí al Mar de Weddell, al otro lado del espinazo montañoso, hay apenas 50 kilómetros. En aquellas aguas se fraguó una impresionante hazaña.<br /><br />Shackleton, endeudado y en el dique seco, tuvo que leer en la prensa la tragedia de Scott y el triunfo de Amundsen. El pescado estaba vendido. ¿O no? «Nunca la bandera arriada, nunca la última empresa». En agosto de 1914, días antes del estallido de la primera guerra mundial, partió hacia el sur. «Queda el viaje más impresionante de todos, la travesía del continente», escribió. Tras navegar en el Mar de Weddell y cuando faltaban 160 kilómetros para llegar a tierra, su barco, el«Endurance», quedó atrapado en el hielo. La batalla por la supervivencia duró veinte meses y ni uno solo de los 27 tripulantes perdió la vida. Los expedicionarios tuvieron que soportar penurias inimaginables, el naufragio del «Endurance» y una durísima travesía en los botes salvavidas a la isla Elefante antes de que Shackleton, con un puñado de hombres, realizara a bordo del «James Caird» uno de los viajes más memorables de la historia de la navegación. Durante su última y extenuante marcha, cruzando a pie los glaciares y montañas sin nombre de la isla de San Pedro en busca de la estación ballenera de Stromness, de la salvación final, Shackleton y sus acompañantes sintieron que alguien más caminaba con ellos...<br /><br />Una presencia invisible que hace que cada persona sienta en estas latitudes su Antártida particular, salvaje y única.<br /><br /><strong><em>(Publicado en el D7 de ABC el 04-01-2009)</em></strong><br /><br />Foto: Gonzalo Cruz Jr.Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-82382034769430237942008-04-24T00:07:00.018+02:002010-04-26T18:34:37.739+02:00LIVERPOOL, LAS CALLES DEL RITMO<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcYTuyvWUoms-3aTMfdtI2z8rdXu4AC7QllTG1jZJ_TSvApBf32EeloQc1Av4Kn9bT8n8LZQSV0YtxhDlhc4HaL3o7EvG8J71Hwy8SVv3bBsLlNfRWZTEVIIAVbyAZYCnkEBzQSw/s1600-h/Liverpool.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5192870945375864434" style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcYTuyvWUoms-3aTMfdtI2z8rdXu4AC7QllTG1jZJ_TSvApBf32EeloQc1Av4Kn9bT8n8LZQSV0YtxhDlhc4HaL3o7EvG8J71Hwy8SVv3bBsLlNfRWZTEVIIAVbyAZYCnkEBzQSw/s400/Liverpool.jpg" border="0" /></a><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"><br /></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;"></span></strong></span><br /><span style="font-size:130%;"><strong><span style="color:#ff0000;">Dos iconos, los Beatles y el Liverpool F. C., constituyen el alma emocional de la Capital Europea de la Cultura , una ciudad llena de contrastes, con una arquitectura sobrecogedora y la mirada puesta en el futuro</span></strong><br /></span><br />El estuario del río Mersey le roba plano a la ciudad portuaria. Desde la ventanilla del avión no se ven edificios reconocibles: sólo agua, niebla y grandes chimeneas que hacen su contribución a la causa. Un lugar desconocido, desolado y húmedo. Para el neófito es importante una referencia, un asidero de tópicos que le reconforte. Por suerte, la sensación de vacío desaparece al poco de aterrizar en Liverpool. El aeropuerto se llama John Lennon y en su puerta hay una gran escultura del «yellow submarine». Vistazo alrededor: es posible que Paul y Ringo estén a punto de coger un vuelo. Ya en el taxi, después de digerir que las rotondas se cogen por la izquierda, el visitante se viene arriba y pregunta al conductor por el Liverpool F. C. «Lo siento, soy del Everton», contesta lacónico.<br /><br />Por supuesto. La Capital Europea de la Cultura 2008 es más que los Beatles y los «Benitles». Es el Everton, las catedrales, el Albert Dock, St George's Hall y los museos situados en el muelle y en William Brown Street. Es esa arquitectura arrogante que se eleva desde Pier Head, el puerto de piedra construido en el siglo XVIII y que fue, para muchos emigrantes, el último paisaje europeo que vieron en su vida. Es el centro bullicioso y comercial en torno a Williamson Square. Es el hogar del Gran National, la carrera de obstáculos ecuestre más importante del mundo, celebrada en Aintree desde 1839 y vista en televisión por 600 millones de aficionados. Pero, qué diablos, ya habrá tiempo después para estos y otros lugares, porque la llamada de la música es demasiado tentadora.<br /><br /><span style="color:#ff0000;"><strong>Qué noches la de aquellos días<br /></strong></span>En Matthew Street una mexicana se abalanza sobre la estatua de Lennon y la cubre de besos, como si fuera un santo al que pedirle salud o un novio. En Liverpool se hablan 60 idiomas en la actualidad, y la calle del <em>beat</em> es una pequeña Babel de melómanos. John tiene el <em>look</em> característico de su etapa de Hamburgo, cuando los Beatles rompieron el precinto de su motor para conquistar el orbe. Un muro de ladrillos con los nombres de muchas bandas le guarda las espaldas. Hay dos Cavern, un club y un pub, pero ninguno de los dos es el legendario local donde los <em>Fab Four</em> tocaron 275 veces entre 1961 y 1963. Un detalle casi irrelevante para los fans que bajan a las profundidades de esos establecimientos para tomarse unas pintas y fotografiarse junto a carteles y otros recuerdos de la década prodigiosa. No importa si tienen o no certificado de autenticidad. El antro original fue demolido en 1973. Un cartel situado unos metros más abajo del actual club recuerda dónde estuvo la entrada. Si uno ingresa en el centro comercial de al lado se topará con una tienda para frikis y un café llamado «Lucy in the sky with diamonds» que se arroga el privilegio de ocupar el espacio del viejo Cavern. En Matthew Street todos están de acuerdo con el famoso dicho periodístico: «No dejes que la realidad te arruine un buen reportaje».<br /><br />Pero la calle es la calle. En The Grapes, un pub donde los Beatles sí se acodaron en la barra, los viejos rockeros aún recuerdan el olor a sudor y desinfectante de la caverna. «Las mujeres entraban con el pelo liso y salían con el pelo rizado», dice una voz. Cientos de personas se hacinaban en aquel antiguo almacén victoriano donde hasta las paredes chorreaban. «Si después de un concierto te encontrabas con un colega en otro lugar sabía de inmediato que venías de The Cavern porque apestabas». Pero, por encima de todo, recuerdan la emoción de haber vivido algo extraordinario. Interminables sesiones de música en vivo en un mundo sin móviles e internet. Otra de las bandas que solía actuar allí era Gerry & The Pacemakers, precursora del <em>Mersey Sound</em> y que fue casi borrada del mapa por el tsunami beatle. La cantante y presentadora de televisión Cilla Black estuvo durante un tiempo a cargo del guardarropa. Brian Epstein, manager de los Beatles, descubrió que la chica tenía talento para otros menesteres y la lanzó al estrellato.<br /><br /><span style="color:#ff0000;"><strong>Una ciudad para futboleros<br /></strong></span>«Cada vez vienen más españoles por aquí». Es día de partido y Chris Baylis, director de la tienda oficial del Liverpool, supervisa la avalancha de <em>supporters</em> de toda la vida y asimilados de última hora, esos que se han dejado encandilar por la leyenda de un equipo entrenado por Rafael Benítez y donde Fernando Torres (30 goles en lo que va de temporada), Pepe Reina y Xavi Alonso son algunas de sus más rutilantes estrellas. Y no tienen apellido anglosajón. Chris esgrime unos datos con orgullo: el partido contra el Arsenal de cuartos de final de la Liga de Campeones fue visto por más de cuatro millones de telespectadores en España (un 25,3 por 100 de la audiencia). Una de sus compañeras comerciales lleva un pin del Atlético de Madrid en la solapa. Lo obtuvo en un intercambio de insignias con un aficionado al modo en que los jugadores se intercambian banderines en el campo.<br /><br />Anfield Road es una calle estrecha con edificios de escasa altura y de ladrillo rojizo. Nadie diría que escondido en ese barrio de arrabal se levanta uno de los templos mundiales del fútbol, sede del club más laureado de Inglaterra —18 Ligas—y con un impresionante palmarés internacional —5 Copas de Europa—. El domingo de partido hay una liturgia de manual: los <em>supporters </em>del Liverpool se quitan el pijama y se visten la camiseta roja; no se la quitarán hasta la noche y los más valientes no se pondrán una chupa encima aunque llueva o haga frío. El partido es a las 13:30, así que llegan una hora antes a las inmediaciones del estadio para meterse una hamburguesa o un perrito caliente más un par de cervezas en los puestos ambulantes que hay junto a The Kop, la mítica grada sur (Ernest Edwards, editor del <em>Liverpool Echo</em>, la bautizó así en 1906 porque le recordó la ladera de la colina Spion, de Suráfrica, donde en 1900 un batallón de fusileros de Lancashire fue aniquilado por los Boers; 3.000 soldados de Liverpool nunca volvieron. Colina, en el idioma afrikáner, es Kop). Visitan la tienda oficial para comprar <em>merchandising</em>, cantan el himno del club (el celebérrimo «You'll never walk alone»—Nunca caminarás solo—) y los temas de sus jugadores favoritos y, metidos en la caldera de emociones de Anfield, aplauden a su equipo como si les fuera la vida en ello. El fútbol se engarza con la música para componer el alma sentimental de Liverpool.<br /><br />La cara B del disco es un canto a la modernidad, una apuesta por tratar de sacudirse la bruma de una historia tempestuosa. Liverpool prosperó en el siglo XVIII gracias al tráfico de esclavos; los barcos hacían escala aquí durante el viaje desde el este de África hasta Virginia y las islas del Caribe, donde la «mercancía» humana se cambiaba por azúcar, ron, tabaco y algodón. Más tarde, entre 1830 y 1930, cerca de diez millones de emigrantes (la mayoría británicos, pero también de los países nórdicos) zarparon de este puerto rumbo a América. Durante la II Guerra Mundial los muelles tuvieron otro momento de ebullición por el comercio trasatlántico y la llegada de soldados norteamericanos (más de un millón desembarcaron en Liverpool antes del día D). La crisis económica de la década de 1970 y los conflictos raciales de los 80 sumieron a la ciudad en la depresión. En 2008, la inyección de dinero y entusiasmo por la capitalidad europea de la cultura se deja notar no sólo en los andamios, grúas y zanjas para el lavado de cara de su paisaje urbano,<br />sino en un ambicioso programa de eventos que comienza dentro de un mes y donde el arte, la música y el deporte tienen un gran protagonismo.<br /><br /><strong><span style="color:#ff0000;">Tentaciones en el muelle<br /></span></strong>Albert Dock, construido entre 1841 y 1848, fue uno de los primeros muelles cercados del mundo. Pasear bajo su columnata de hierro fundido es un placer. Los viejos almacenes fueron rehabilitados y ceden su espacio a museos, tiendas y restaurantes. En el dock está, por ejemplo, el Merseyside Maritime Museum, ideal para profundizar en la historia apuntada el párrafo anterior. También el Tate Liverpool, una de las sedes de la Tate Gallery de Londres, que acogerá a partir del 30 de mayo una gran exposición sobre Gustav Klimt. Y, por supuesto, The Beatles Story, un refugio para nostálgicos. El 18 de julio los muelles serán testigos del comienzo de la regata Tall Ship, que concentra a un millón de personas en las orillas del río Mersey.<br /><br />Pegado a Albert Dock está el flamante Echo Arena, que albergará en julio el festival Liverpool Summer Pops y en noviembre la entrega de los premios MTV. Aunque el plato fuerte será el concierto de sir Paul McCartney en Anfield el 1 de junio.<br /><br />En el sorprendente <em>skyline</em> destaca la mole de la catedral anglicana, de estilo neogótico, que empezó a construirse en 1902 y se concluyó en 1978. El quinto templo en tamaño del mundo es obra de Giles Gilbert Scott, a quien se debe el diseño de la cabina telefónica roja que se ha convertido en uno de los símbolos de este país. De hecho, hay un locutorio en el recinto. Desde los 101 metros de la torre se disfruta de las mejores vistas de la ciudad: al norte, siguiendo por Hope Street, está la catedral metropolitana, católica, que según los planos originales habría sido mayor que la basílica de San Pedro, en Roma. La guerra y el declive económico obligaron a reducir sus dimensiones. Su cripta acoge a finales de año una exposición de Le Corbusier, una prueba más de la fuerte ligazón de Liverpool con la arquitectura.<br /><br />Foto: Gonzalo Cruz Jr.<br /><br /><em><strong>(Publicado en ABC VIAJAR el 24-04-2008)</strong></em>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-52466170287027362072007-05-06T10:00:00.001+02:002010-04-26T18:34:53.519+02:00TIERRAS ALTAS, EL ALMA NATURAL DE ESCOCIA<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiloiR4vUV74NENe3pPHB6PNI7vcLuCdc2_xoJ193auDUY2XPi0QwkaPMjGp5l18XAS2Y3DmQnuEP3vgBNqR4LYpiKU9FQORjaklSntn9NH-H1SsEGJVix9-cIQYJkYb_CBJ7V1mQ/s1600-h/puente.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5062224542757975186" style="CURSOR: hand" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiloiR4vUV74NENe3pPHB6PNI7vcLuCdc2_xoJ193auDUY2XPi0QwkaPMjGp5l18XAS2Y3DmQnuEP3vgBNqR4LYpiKU9FQORjaklSntn9NH-H1SsEGJVix9-cIQYJkYb_CBJ7V1mQ/s400/puente.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><br /><strong><span style="color:#009900;">Escocia celebra en 2007 el «año de las Highlands» con múltiples eventos. Hemos explorado el lado natural y deportivo que se esconde en este paisaje indómito</span></strong></div><br /><div align="justify"></div><div align="justify"><span style="color:#009900;">Charlie acaba su exhibición trialera,</span> zigzaguea hábilmente entre las raíces de los pinos y aparca su bicicleta junto a Loch an Eilein. Durante unos minutos, escuchando sólo el sonido de su respiración, se regala una postal escocesa: el bosque, el lago, el castillo... y el cielo perdonavidas que puede pero no quiere. La lluvia no desentonaría en este rincón del <a href="http://www.cairngorms.co.uk/">Parque Nacional Cairngorms</a>, cerca de <a href="http://www.visitaviemore.com/">Aviemore</a>, en las Tierras Altas de <a href="http://www.visitscotland.com/">Escocia</a>, pero esta mañana de abril prefiere dar una tregua para regocijo de ciclistas y paseantes. Las Highlands basan su prestigio en el indómito paisaje de colinas chatas con vocación alpina, en las tupidas manchas forestales, en los pastos, riachuelos y turberas, en las piedras cargadas de historia, en las destilerías de whisky de malta, en el vacío apenas perturbado por ovejas y vacas melenudas, en las leyendas de <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/William_Wallace">William Wallace</a>, <a href="http://es.wikipedia.org/wiki/Robert_Roy_MacGregor">Rob Roy</a> y otros héroes vestidos con kilt... Uno puede disfrutar de estas cosas con premura, como el que sella un pasaporte en los pabellones de una exposición sin detenerse, o integrarse en el paisaje caminando, pedaleando, remando o montando a caballo. La oferta de actividades al aire libre en las Tierras Altas le da otra dimensión a los tópicos escoceses. Charlie, guía de una <a href="http://www.g2outdoor.co.uk/">empresa</a> de deportes de aventura, lo sabe. Emigró desde el condado de Devon, en el suroeste de Inglaterra, para convertir su pasión en trabajo.<br /></div><br /><div align="justify"><span style="color:#009900;">Los Cairngorms forman la espina dorsal</span> del parque nacional más extenso del Reino Unido, con 3.800 kilómetros cuadrados de superficie. Junto con el de <a href="http://www.lochlomond-trossachs.org/">Loch Lomond y los Trossachs </a>constituye una de las propuestas naturales más tentadoras de Escocia, con una extensa red de caminos que acercan al visitante a sus bosques, lagos y cumbres, donde habitan bichos tan interesantes como el ciervo rojo, el urogallo o el águila pescadora. El abanico de posibilidades abarca desde el senderismo hasta los deportes extremos, pasando por la bicicleta de montaña, canoa, kayak, rafting, pesca, golf, escalada, descenso de cañones y esquí. Aquí, como en toda Gran Bretaña, se puede aplicar la historia del inglés que subió una colina pero bajó una montaña, aunque no conviene despreciar estas «tachuelas» de 1.200 ó 1.300 metros de altitud a las que el invierno sube de categoría. Nieva en abundancia, el viento sopla huracanado y el mercurio cae bajo cero, nos cuentan. Un <a href="http://www.cairngormmountain.co.uk/">funicular</a> ahorra el esfuerzo a quien busca vistas panorámicas, pero ojo, no está permitido salir de la terraza de la estación término para cubrir el tramo final hasta la cima de Cairngorm (1.245 metros). El campo, para quien lo trabaja. Paradoja: el ferrocarril de montaña y los telesillas para los esquiadores son cicatrices más asumibles que las huellas de los excursionistas que aprovechan los atajos. Abajo, en el valle, el Parque Forestal de Glenmore abraza a Loch Morlich, donde el águila pescadora exhibe sus habilidades a los pescadores humanos. </div><br /><div align="justify"><span style="color:#009900;">Este joven parque nacional</span> (creado en 2003) y su pueblo lanzadera, Aviemore (con atractivos combos —pubs y tiendas de artículos de montaña, dos formas distintas de ejercitarse sin salir del mismo establecimiento—), se han convertido en referencias imprescindibles en un año en que los escoceses quieren dar a conocer la riqueza histórica, cultural y medioambiental de su región más famosa.<br /></div><div align="justify"><span style="color:#009900;">Biscuit da un cursillo exprés</span> de manejo de remos en Loch Tay, un bellísimo brazo de agua encajonado entre las colinas de <a href="http://www.perthshire.co.uk/">Perthshire.</a> Un <a href="http://www.wildernessscotland.com/">guía</a> de nombre «Galleta» puede augurar un trayecto dulce o amargo, según se mire. Las canoas avanzan ágilmente por el lago, que está como un plato, hasta el <a href="http://www.crannog.co.uk/">Scottish Crannog Centre</a>, un reconstruido palafito de la Edad de Hierro. Los patos salen detrás de las estacas sobre las que se asienta la cabaña para curiosear, pero como no hay recompensa enseguida pierden interés. No hay constancia de que vivan primos de <a href="http://www.nessie.co.uk/">Nessie</a> en Loch Tay. Ni siquiera hay constancia de que viva Nessie en <a href="http://www.visitlochness.net/">Loch Ness</a>, pero cualquiera lo pone en duda. Después de varias maniobras alrededor de unas boyas, Biscuit decide que sus clientes ya están preparados para afrontar el río.</div><br /><div align="justify"><span style="color:#009900;">Media hora después,</span> naufragio en los rápidos.</div><br /><div align="justify"><span style="color:#009900;">El húmedo regreso a <a href="http://www.undiscoveredscotland.co.uk/kenmore/kenmore/index.html">Kenmore,</a></span> un pueblecito junto al lago que uno transformaría en miniatura para llevárselo a casa, es un recorrido a pie a través de la inmensa finca que rodea el <a href="http://en.wikipedia.org/wiki/Taymouth_Castle">castillo de Taymouth</a>, construido a principios del siglo XIX y al que están lavando la cara para transformarlo en hotel. Dura competencia para la <a href="http://www.kenmorehotel.com/">posada de Kenmore</a>, inaugurada un lejano 3 de noviembre de 1572 —es la más antigua de Escocia—. Dentro de los terrenos se incluye un campo de golf reglamentario, así que un aficionado perdería la cabeza practicando el swing en estas praderas donde retozan faisanes y conejos. Preguntamos si el castillo tiene fantasma, pero Biscuit duda. «Si no tiene, hay que fichar uno inmediatamente», afirma convencido.</div><br /><div align="justify"><span style="color:#009900;">El entorno de Kenmore</span> da para más actividades al margen del agua y del green. Para eso es preciso echarse al monte en busca de nuevos puntos de vista, a pie o pedaleando. Desde arriba, ya tenemos la codiciada miniatura: el lago y el río; el pueblo con su posada, su iglesia y su cementerio; el castillo y el campo de 18 hoyos...<br /></div><div align="justify"><span style="color:#009900;"><a href="http://www.atholl-estates.co.uk./">Atholl Estates</a>,</span> a un paso de la bonita y turística ciudad de <a href="http://www.undiscoveredscotland.co.uk/pitlochry/pitlochry/">Pitlochry</a>, es una de las fincas más espectaculares de las Highlands: una vasta extensión de terreno con castillo donde una docena de duques se fue relevando para darse la vida padre. La nobleza que hizo del ocio un arte agradece ahora el ocio de los plebeyos: rutas a caballo, a pie o en 4x4 para visitar el reino del ciervo. La cacería del soberbio animal suele ser hoy menos cruenta que antaño; se hace puntería con las cámaras fotográficas, aunque se reservan algunas piezas para tiradores con rifle y dinero para invertirlo en un trofeo de categoría. Las actividades se coordinan desde el castillo de Blair, donde un gaitero da la bienvenida a los turistas interpretando «Scotland the Brave» y otros clásicos. Lejos del mundanal ruido, de los retratos de los duques, las alabardas que decoran las paredes y las alcobas con dosel, colina arriba, la fauna premia al excursionista paciente y silencioso. Aves pequeñas, como el carbonero y el pinzón; grandes, como el urogallo rojo; más grandes, como el águila real. Ardillas y corzos. Y el monarca que nos devuelve la mirada antes de desaparecer y dejarnos pensando que todo fue un espejismo.</div><br /><div align="justify"><span style="color:#009900;">«Los visitantes nos dicen que Escocia está hecha para caminar»,</span> confiesa Denise Hill, responsable de Marketing Internacional de Visit Scotland. Y también para pedalear. La venta del lado natural de este destino fue una de las prioridades de la reciente exposición celebrada en Edimburgo. Las propuestas van más allá de una buena frase publicitaria: no sólo se editan guías con las mejores caminatas de cada comarca y se señalizan las trochas al detalle, sino que se montan «walking festivals» donde uno puede contactar con otros fanáticos de hacer camino al andar y diseñar el plan perfecto para las vacaciones.<br /></div><div align="justify"><span style="color:#009900;">Los que deseen emociones fuertes</span> tienen una parada obligatoria a un paso de la capital. Tras un paseo por Princes Street, la Royal Mile o Calton Hill uno puede afirmar «me voy a escalar un rato» sin que suene a boutade. Este mes se inaugura el <a href="http://www.edinburghleisure.info/">Adventure Centre Ratho</a>, la mayor instalación de escalada a cubierto del mundo, construida en una cantera abandonada, con paredes para todos los públicos y niveles, con restaurante, tienda, spa, gimnasio... y un vertiginoso parque de aventura suspendido en el vacío: una hora de recorrido no apto para cardíacos. Y sin que la lluvia —nos gusta que Escocia esté verde; entonces... ¿de qué nos quejamos?— estropee el entretenimiento vertical. </div><div align="justify"> </div><div align="justify"><span style="color:#009900;">Foto: Miguel Berrocal</span></div><div align="justify"> </div><div align="justify"></div><div align="justify"><strong><em>(Publicado en ABC el 6-5-2007)</em></strong></div>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-59307168520791664452007-04-01T10:00:00.003+02:002010-04-26T18:40:33.167+02:00PHILIP K. DICK, EL VISIONARIO QUE DUDÓ DE LA REALIDAD<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhcIaz4nrx8g4T6WrZL0zfXHEwVM2tGhGnpxrp7F7iYPdSsmGrgWTEJmRrubWZ5KiblqUbWBOG81WbxgV_DxsxDSYY4vjN3Q9ECm4vgo0zHws8OwzzKzLSiRTXsyJe0iQwA27e_kw/s1600-h/PKDick1.jpg"><img style="float:left; margin:0 10px 10px 0;cursor:pointer; cursor:hand;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhcIaz4nrx8g4T6WrZL0zfXHEwVM2tGhGnpxrp7F7iYPdSsmGrgWTEJmRrubWZ5KiblqUbWBOG81WbxgV_DxsxDSYY4vjN3Q9ECm4vgo0zHws8OwzzKzLSiRTXsyJe0iQwA27e_kw/s400/PKDick1.jpg" border="0" alt="" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5049629672396223234" /></a><br /><strong>Se cumplen 25 años de la muerte de Philip K. Dick, uno de los grandes autores de ciencia ficción del siglo XX, cuyas obras inspiraron las películas «Blade Runner», «Desafío Total» y «Minority Report»</strong><br /><br /><br />«Estoy seguro de que no me creen, y de que tampoco creen que creo en lo que afirmo. Son libres de creerme o no, pero al menos crean esto: no estoy bromeando. Se trata de algo muy serio, algo muy importante. Tienen que pensar que, para mí también, el hecho de declarar algo así es una cosa terrible. Muchas personas aseguran recordar sus vidas anteriores. Yo, por mi parte, afirmo que puedo recordar una vida presente distinta. No conozco a nadie que haya hecho declaraciones como ésta, pero sospecho que mi experiencia no es única. Quizá lo sea el deseo de hablar de ella». La parrafada forma parte del discurso que Philip K. Dick leyó en una convención de ciencia ficción celebrada en Metz, Francia, en septiembre de 1977. El título elegido: «Si creen que este mundo es malo, deberían ver alguno de los otros». El público —progres del 68 que esperaban al Dick paranoico, drogata e incorregible de siempre— se quedó mudo cuando, al final de la conferencia, el escritor reconoció haber sido «una variable reprogramada en uno de esos insidiosos cambios de realidad que conforman la trama del Universo», y que había entrado directamente en contacto con el Programador. Es decir, con Dios. De hecho, Dick se consideraba «un peón de Dios».<br /><br />Al bajar del estrado, la gente lo miró con estupor: el tipo no sólo estaba como un cencerro sino que, además... ¡se había vuelto beato! La anécdota, contada por Emmanuel Carrère en la biografía «Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos», ofrece una pista sobre la personalidad de este iluminado que siempre dudó de la realidad, que veía visiones (de Jesucristo y la antigua Roma) y experimentaba contactos con una entidad divina. Philip K. Dick se convirtió en un apóstol del LSD, un gurú de la contracultura. Sus obras, marcadas por la duda existencial, fueron la «biblia psicodélica» de toda una generación. No están habitadas por héroes galácticos, sino por personas corrientes que descubren que sus familiares y amigos, o incluso ellos mismos, son alienígenas, robots o espías sometidos a lavados de cerebro.<br /><br />Chicago, 16 de diciembre de 1928. Dorothy Kindred Dick dio a luz a una pareja de mellizos prematuros. Los llamaron Philip y Jane. La poca leche que la madre podía ofrecer a los bebés, la ignorancia y la falta de asesoramiento médico provocó que la niña muriera un mes y pico después. La enterraron en Fort Morgan, Colorado, de donde era originaria la familia paterna. Junto a su nombre, en la lápida, grabaron el de su hermano, con la fecha de nacimiento, un guión y un espacio en blanco. Después, los Dick partieron rumbo a California.<br /><br />Allí Philip residió la mayor parte de su vida. Escritor precoz, empezó a dedicarse a esta tarea profesionalmente en 1952. En los años 60 se echó en los brazos de la droga, un romance que puso bajo sospecha sus célebres «visiones».<br /><br /><strong>El imperio nunca dejó de existir</strong><br />En 1962 ganó el premio Hugo por «El hombre en el castillo», probablemente su mejor obra, una ucronía que sitúa la trama en Estados Unidos 15 años después de que las fuerzas del Eje derrotaran a los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Hitler queda incapacitado por sífilis cerebral, por lo que el canciller Martin Bormann asume el mando. Los nazis crean su propio imperio colonial, causando genocidios masivos de judíos y negros. También inician la carrera espacial, desarrollan la bomba atómica y la de hidrógeno... y montan una guerra fría con Japón, la otra potencia. Una historia alternativa.<br /><br />A Dick le extrajeron una muela del juicio en febrero de 1974. El mundo era un dolor atroz que le latía en la mandíbula apenas suturada. Su mujer telefoneó al dentista, que prescribió un analgésico, y luego a la farmacia (era impensable abandonar al enfermo aunque fuera un minuto). Media hora después, una chica con uniforme blanco llamó a la puerta. Llevaba un paquete con el medicamento y un colgante de oro que representaba un pez. «¿Qué es eso?», preguntó el escritor, hipnotizado. «Un símbolo de los primeros cristianos», contestó ella. Dick tuvo una revelación. «El imperio nunca dejó de existir». La chica, como él, era una cristiana clandestina. La habían enviado para que se lo comunicara, portando un emblema que desatara sus recuerdos. Pero... ¿no estamos en 1974, en California? No. Phil se había unido al ejército de los Avisados: estamos en Roma, en el año 70 después de Cristo...<br /><br />¿Locura? ¿Escapismo? «Creo que incluso en la novela fantástica más imaginativa el escritor siempre habla de nuestra humanidad», comenta Henri Loevenbruck, autor de «La loba y la niña» (Timun Mas), que reconoce la influencia de Dick en su obra. «La acción puede situarse en el futuro o en el pasado, incluso en un mundo imaginario, pero, de hecho, tratamos con algo que no tiene época, que va más allá del tiempo: nuestra especificidad como especie. Las buenas historias como las de Dick nunca envejecen, porque tratan sobre cuestiones universales que nos conciernen a todos. ¿Qué es lo real?, ¿cuál es mi lugar en esta realidad?, ¿qué es lo que me hace humano? Mis novelas son, para mí, un modo de encontrar los hilos invisibles que<br />mantienen unidos a los hombres. Los libros permiten sentirnos menos solos en nuestro camino del nacimiento a la muerte».<br /><br />Treinta y seis novelas y cinco colecciones de relatos después, el final de ese viaje llegó para Phil en 1982. Infarto cerebral. En el hospital, el encefalograma se convirtió en una línea recta que recorrió la pantalla durante cinco días. Lo desconectaron el 2 de marzo. Su padre, Edgar, muy anciano, llevó el cuerpo hasta Fort Morgan, donde un lugar lo aguardaba desde hacía 53 años. Sólo hubo que grabar la fecha de su muerte en la lápida.<br /><br /><strong>DEL SUEÑO DE LOS ANDROIDES AL INFORME DE LA MINORÍA</strong><br /><a href="http://www.edicionesminotauro.com/Home.aspx?IdPack=1&IdPildora=3">Minotauro</a> ha recuperado las obras fundamentales de Philip K. Dick. Muchos aficionados al género lo han descubierto gracias a las adaptaciones cinematográficas de sus relatos. Sin embargo, Dick sólo llegó a ver una de ellas, realizada para televisión, «Impostor» (1962), del cuento del mismo título, y algunas escenas de «Blade Runner» (1982), que se estrenó cuatro meses después de su fallecimiento. Basada en su novela corta «¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?», la película dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Harrison Ford se convirtió en un clásico de culto y le abrió a Dick las puertas del gran público. «Desafío total» (1990), de Paul Verhoeven, con Arnold Schwarzenegger y Sharon Stone, está basada en el relato «Podemos recordarlo todo por usted». El film francés «Confessions d'un Barjo» (1992) es la única adaptación de una obra de Dick («Confesiones de un artista de mierda») al margen de la ciencia ficción. «Asesinos cibernéticos» (1995) bebe en el relato «Segunda variedad». En 2002, Steven Spielberg y Tom Cruise se acercaron al escritor con «Minority Report», basado en «El informe de la minoría». «Paycheck» (2003), de John Woo, con Uma Thurman y Ben Affleck, se apoya en «La paga». El film de animación «A Scanner Darkly» (2006) es la penúltima entrega. En septiembre llega «Next», protagonizada por Nicolas Cage y Julianne Moore, que surge del cuento «El hombre dorado».<br /><br /><strong><em>(Publicado en ABC el 1-4-2007)</em></strong>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-1164021942960605882006-11-19T10:10:00.001+01:002010-04-26T18:35:53.352+02:00POSTALES DEL FIN DEL MUNDO<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/1600/Ignacio2.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/400/Ignacio2.jpg" border="0" /></a><br /><strong><em></em></strong><br /><strong><em></em></strong><br /><strong><em></em></strong><br /><strong><em></em></strong><br /><strong><em></em></strong><br /><strong><em></em></strong><br /><strong><em></em></strong><br /><strong><em></em></strong><br /><strong><em></em></strong><br /><strong><em></em></strong><br /><strong><em></em></strong><br /><strong><em></em></strong><br /><strong><em></em></strong><br /><span style="font-family:times new roman;"><span style="font-size:130%;"><em><span style="font-family:georgia;">El mito habita al sur del sur, donde aún es lícito hablar de «terra incognita». En esas soledades se citan el Atlántico y el Pacífico y se oyen los ecos de Magallanes, Drake, Sarmiento, Schouten, Darwin y otros exploradores. Hemos navegado tras su estela</span></em><br /></span></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#33ccff;"><span style="font-size:180%;">El cartel</span> <strong>sugiere una estación término</strong>,</span> pero a Ushuaia, «el fin del mundo», le ocurre lo que a otros lugares fronterizos: está en el final de algo... y en el principio de otro algo. El 12 de octubre cumplió 122 primaveras australes y presume de ser la ciudad más meridional del planeta —la chilena Puerto Williams le disputa el título, aunque los argentinos dicen que no es una ciudad, sino un pueblo—. El visitante no sabe si amarla u odiarla: es la mejor lanzadera a Tierra del Fuego y a esa «terra incognita» que se extiende hacia Cabo de Hornos y más allá, hasta el inhóspito desierto de hielo, pero es también la ameba que se pega a las últimas cumbres del espinazo andino, una urbe que crece sin orden ni concierto —con barrios que se llaman «las 200 viviendas», «las 640 viviendas»— y que se ve incapaz de frenar el aluvión.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><br /><span style="color:#33ccff;"><span style="font-size:180%;">El gobierno argentino</span> <strong>proyectó Ushuaia como una colonia penal</strong></span> a principios del siglo XX: una forma como otra cualquiera de asentar sus reales en un territorio sin un claro dueño. Aquí expiaron sus pecados tipos tan poco recomendables como Roque Sacomano, que asesinó a una telefonista al confundirla con una prostituta; o Simón Radowitzky, un anarquista de origen ruso que mató a un comisario arrojando una bomba dentro de su coche; o Cayetano Santos Godino, más conocido como el «Petiso Orejudo», un psicópata que se descolgó con estas declaraciones: «Muchas mañanas, después de los rezongos de mi padre y de mis hermanos, salía de casa para buscar trabajo. Como no lo encontraba, me entraban ganas de matar a alguien; si encontraba a algún chico me lo llevaba y lo estrangulaba». En 1927 se le realizó cirugía estética en las «orejas aladas», pues se pensaba que su maldad residía allí; hay quien sostiene que le volvieron a crecer. Murió en 1944; según las mismas fuentes, por una paliza cortesía de otros internos.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><br /><span style="color:#33ccff;"><span style="font-size:180%;">El presidio,</span> <strong>clausurado tres años después,</strong></span> se puede visitar, pero la mayor atracción de la ciudad está fuera de ese viejo edificio de piedra donde deambulan fantasmas; tampoco se encuentra en las librerías, restaurantes y tiendas de recuerdos de la calle San Martín. Ushuaia es, sobre todo, la promesa de un viaje: llegas y ansías marcharte hacia ese territorio todavía no domesticado, donde los grandes océanos del planeta se encuentran poco amistosamente, donde los glaciares esculpen los valles del futuro entre afiladas montañas. Y sin embargo, el sur de la Patagonia no es sólo un paisaje. Es, sobre todo, un estado de ánimo. Sus aguas fueron surcadas por exploradores que se jugaban la vida al doblar cada codo marítimo, y sus historias escritas en el dorso de las postales admiten poca competencia.<br /><br /><span style="color:#33ccff;"><span style="font-size:180%;">Las cuatro estaciones</span> <strong>en un día.</strong></span> Algo así debió de pensar Willem Schouten cuando llegó a esta isla barrida por las tempestades en 1616. Buscaba una ruta alternativa para sortear el monopolio de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, que utilizaba las únicas vías conocidas para llegar a los destinos asiáticos: el Estrecho de Magallanes y el Cabo de Buena Esperanza. El navegante holandés seguía una pista: años antes, en 1578, Francis Drake, durante su circunnavegación del globo —con patente de corso de Isabel I de Inglaterra para tocar las narices a la flota española—, cruzó el Estrecho de Magallanes en dirección al Océano Pacífico. Una tormenta lo arrastró hacia el sur y descubrió que Tierra del Fuego no era un nuevo continente como se creía, sino una isla. Es decir, había una alternativa a la ruta «tradicional».</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><br /><span style="color:#33ccff;"><span style="font-size:180%;">Sol, niebla,</span> <strong>lluvia, granizo...</strong></span> Schouten aprovechó una tregua entre el cielo y el mar y dobló el cabo, al que llamó Hoorn en honor al pueblo en que nació; luego, por esas cosas del lenguaje, pasó a denominarse Hornos. Los años sembraron de pecios las profundidades de alrededor. Un monumento y un poema recuerdan a los marinos muertos, cuyas almas olvidadas vuelan en las alas del albatros «en la última grieta de los vientos antárticos». Hay un faro con su farero. Vive con su mujer y su hijo de cinco años. Tienen televisión, internet y, sobre todo, valor. Una noche llamaron a su puerta. Esto le puede ocurrir a cualquier persona en cualquier lugar del mundo, pero... ¿en Cabo de Hornos? Era un tipo que había llegado en canoa desde Punta Arenas. Da la impresión de que en estas latitudes la gente es capaz de hacer cualquier cosa, y que la locura es tan práctica como una carta de navegación. La Antártida queda casi a tiro de piedra: 650 kilómetros al sur cruzando el Pasaje de Drake, donde suelen pintar bastos. Fue descubierta en 1820, lo que habla de las dificultades para desenvolverse en la zona; pero ésa es otra historia.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><br /><span style="color:#33ccff;"><span style="font-size:180%;">Las zodiac</span> <strong>avanzan con precaución</strong></span> entre gigantescos cubitos de hielo desprendidos del glaciar Pía, en el brazo noroeste del Canal Beagle. El viaje milenario de esa lengua azul nos habla de que nada es inamovible en este mundo, ni siquiera las cosas que viven con reloj geológico. Algún día, esos imponentes glaciares dejarán de existir. «Nosotros no lo veremos, ¿verdad?», pregunta ingenuamente una pasajera de la lancha. No, aunque ya están en cuarto menguante, menos poderosos que cuando los contempló Charles Darwin en 1831. El biólogo inglés que sentó las bases de la teoría de la evolución se enroló, a los 22 años, en el barco de reconocimiento HMS Beagle, capitaneado por Robert Fitz Roy, para emprender una expedición alrededor del mundo que duraría 5 años. Había interés científico, pero los ingleses buscaban también su propio paso. Lo encontraron: el Canal Beagle se extiende a lo largo de 180 kilómetros comunicando el Atlántico con el Pacífico. Aquí y allá ríos de hielo bajan desde la cordillera Darwin desgajándose en su encuentro con las espumas marinas. El avance de la nave cortando la bruma en la Avenida de los Glaciares tiene algo de sobrenatural: cualquier marino supersticioso pensaría que está en plena travesía del Estigia hacia el inframundo. No se ve un alma. Si las hubo, ya no están.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><br /><span style="color:#33ccff;"><span style="font-size:180%;">Los patagones,</span> <strong>esos indios de dos metros de altura</strong></span> que alimentaron la imaginería de los primeros exploradores, se quedaron para siempre habitando en la leyenda; a otros, más reales, no les fue mejor. Los cazadores tehuelches (solían medir entre 1'80 y 1'90 metros... ¿serían estos los famosos patagones?). Los polígamos y comerciantes onas. Los pescadores yámanas, capaces de llegar en canoa al Cabo de Hornos. Los alcalufes, nómadas marinos... Todos extinguidos, o casi, a causa de las enfermedades introducidas por el hombre blanco, de la persecución y las matanzas. En Puerto Williams vive la anciana doña Cristina, la última de las yámanas. No tiene una gran opinión de Darwin: para el científico, los aborígenes eran «infrahumanos que ladran y gruñen». Flaco favor les hizo. Quizás era muy joven e inexperto cuando pasó por aquí.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><br /><span style="color:#33ccff;"><span style="font-size:180%;">En la bocana</span> <strong>del seno De Agostini,</strong></span> enfilando hacia el Estrecho de Magallanes, los petreles, alcatraces y gaviotas planean tras la popa del barco. El crepúsculo tiñe de rojo las nieves del pico Sarmiento. Una suerte: la espectacular pirámide con dos cuernos suele hacerse de rogar. Visible incluso desde Punta Arenas, dicen los lugareños que la montaña logra desembarazarse de las nubes apenas diez o doce días al año. Quizás ha heredado el sino del explorador español del que tomó el nombre: Pedro Sarmiento de Gamboa.<br /><br /><span style="color:#33ccff;"><span style="font-size:180%;">Antes de que Sarmiento</span> <strong>surcara estas aguas</strong></span> y se escribiera su desventura, el portugués Fernando de Magallanes le había vendido su proyecto a la Corona española: se podía llegar a las Indias buscándole las vueltas al continente americano. La expedición que logró la primera circunnavegación de la Tierra zarpó de Sanlúcar de Barrameda en 1519 y regresó el 6 de septiembre de 1522 al mando de Juan Sebastián Elcano, ya que Magallanes falleció en una contienda con una tribu en Filipinas. Embarcaron 237 tripulantes en cinco naves y llegaron 18 supervivientes a bordo de la nao Victoria. Cuando atravesaron el estrecho los aventureros vieron las fogatas que encendían los aborígenes en la costa, y en consecuencia bautizaron el novísimo mundo como Tierra del Fuego.<br /><br /><span style="color:#33ccff;"><span style="font-size:180%;">En 1579</span> <strong>Sarmiento llegó al Estrecho de Magallanes</strong></span> para ajustar cuentas con Francis Drake; no lo encontró, pero tuvo una idea: crear una serie de asentamientos para fortalecer la presencia española en aquellas tierras. Por desgracia, el proyecto se torció: en uno de sus viajes a España buscando ayuda para los colonos fue apresado por piratas ingleses y conducido a Londres. En aquella época se cotizaba tanto el oro como los mapas, y el navegante español llevaba unos cuantos. Liberado por Isabel I de Inglaterra tras arduas negociaciones, su carruaje fue interceptado por los franceses, que lo mantuvieron prisionero cinco años más. Felipe II pagó el rescate en 1590. Demasiado tarde. Durante este tiempo, el corsario Thomas Cavendish recaló en la Ciudad del Rey Felipe, una de las colonias fundadas por Sarmiento en el desolado paraje patagónico. No tuvo nada que robar. Sus habitantes habían muerto de frío e inanición. Cavendish sólo encontró a un individuo ahorcado en un árbol. Rebautizó el lugar como Puerto Hambre, y así se ha quedado para los restos.<br /><br /><span style="color:#33ccff;"><span style="font-size:180%;">Puerto Hambre,</span> <strong>Canal Beagle, Cabo de Hornos, Pasaje de Drake,</strong></span> Estrecho de Magallanes, Tierra del Fuego, Bahía Desolada, Faro del Fin del Mundo... Aquí los nombres pesan más que en otras partes, sin duda por las historias que se prenden a los paisajes dándoles su verdadera dimensión, obligando al visitante a imaginar las peligrosas travesías de antaño, cuando el mundo era más grande e incógnito.<br /><br />Fotografía: Ignacio Gil<br /><br /><em><strong>(Publicado en ABC el 19-11-2006)</strong></em> </span>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-1159380979336925042006-09-24T19:50:00.001+02:002010-04-26T18:36:26.148+02:00LA TENTACIÓN VIVE EN UNA VITRINA<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/1600/IMG_1069.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/400/IMG_1069.jpg" border="0" /></a><br /><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em>Star Wars, El Señor de los Anillos, Mazinger Z, barbies, muñecos de Playmobil, personajes de Tim Burton, héroes de la Marvel... Los fans de los iconos de la cultura pop han creado auténticos "templos" de su pasión favorita. Hemos entrado en algunos de ellos</em></span><br /><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">Friki </span><strong>(del inglés «freak»):</strong></span> raro, extravagante, fanático. Este término, aún no aceptado por la Real Academia Española, se usa coloquialmente para referirse a una persona obsesionada con una afición o hobby. Pero los protagonistas de esta historia, acaparadores de productos de la cultura pop, no suelen aceptar ese cartel, aunque hayan perdido la cuenta de la figuras de Star Wars que atesoran, compren cartas a 200 euros la pieza o guarden tierra de la tumba de J. R. R. Tolkien. «Normalmente no llamas “friki” a un coleccionista de sellos o de monedas. Pues nosotros hacemos lo mismo con iconos de nuestra infancia. Hay gente que no lo entiende, pero no tiene nada de raro», comenta Ismael Contreras, encargado de una de las tiendas que Generación X tiene en Madrid (www.generacionx.es). Un establecimiento lleno de tentaciones. «No son coleccionismos vinculables. El fan de Star Wars no tiene nada que ver con el de El Señor de los Anillos, aunque ambos pueden llegar a obsesionarse y buscar todos los productos de una gama. Están muy bien informados y saben lo que quieren. Llegan a la tienda y nos dicen: “El mes que viene va a salir una nueva figura. La queremos”. Y se la reservamos».</span><br /><span style="font-family:times new roman;"><br /><span style="font-size:130%;"><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">Star Wars</span> <strong>es lo que más vende.</strong></span> Lo último (o penúltimo, casi cabría decir) son los muñecos «potato» con el rostro de personajes de la saga, como el «potato Vader». En la lista le sigue el «merchandising» relacionado con la novela épica de Tolkien, los personajes de Tim Burton de «Pesadilla antes de Navidad» y «La novia cadáver» y algunos clásicos de toda la vida (héroes de la Marvel, aliens, predators...). La oferta incluye figuras de plástico a precios asequibles y otras de resina, de serie limitada, que son auténticas obras de arte. En www.sideshowtoy.com hay listas de espera para adquirir estatuillas exclusivas. Sin olvidar los cómics (una serie como Spiderman tiene hasta 600 números) y las cartas coleccionables (algunas rarezas de la colección Magic alcanzan un precio de mil euros, y hay mazos para jugar a 600 euros). Esos surtidos añaden expansiones que tienden al infinito, porque la carrera de un fan no tiene meta, a no ser que él mismo se la imponga.<br /><br /><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">Ahora</span> <strong>están en pleno apogeo</strong></span> los productos de «Piratas del Caribe»: desde muñecos a colgantes, incluyendo la llave del cofre del hombre muerto. Los de «Sin City» han funcionado muy bien, y la secuela que viene les dará un nuevo empujón. ¿Es usted un entusiasta de «Perdidos», la serie de televisión? Pronto habrá muñequitos en el mercado. Y también de «El laberinto del fauno», la esperada película de Guillermo del Toro. Hoy se explota todo. «Tenemos cuenta de clientes», continúa Ismael Contreras —él mismo adquiere figuras de diseño realizadas por un artista de Nueva York que, quién sabe, tal vez algún día se coticen—. Son tipos de entre 25 y 40 años, unos más coleccionistas que otros, según su nivel adquisitivo».<br /><br /><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">«¿Cuántas figuras tengo?</span> <strong>Todas.</strong></span> Cuando repintan una, la compro». Gaby Navarro, 32 años, confiesa que sus días tienen 27 horas. ¿Qué tiempo dedica a su colección de Star Wars? Mejor no confesarlo. Vive en Elda (Alicante) y, desde su más tierna infancia, se encuentra febril por culpa del universo creado por George Lucas. «Tenía tres años cuando vi la primera entrega de la saga en un cine de verano, en Benidorm. Naturalmente estaba dando la tabarra, pero cuando apareció la nave espacial me quedé como hipnotizado, según cuentan mis padres. Empecé a pulirme la paga semanal que me daba mi abuelo —cien pesetas— en muñequitos. Conservo algunos, otros los rompí (ahora los he repuesto, naturalmente). De aquella colección original no me falta ninguno, bien cuidados, con su peana».<br /><br /><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">Gaby</span> <strong>se ha centrado en las figuras</strong></span> de 3 pulgadas y 3/4 («se comenta en los mentideros que es lo que medía el dedo del tipo que lanzó la idea»), pero es ambicioso: busca las variaciones, los fallos (un Luke Skywalker moreno, por ejemplo, o el mismo monstruito con orejas o sin ellas). Y más: figuras de 12 pulgadas, naves espaciales, sables, pistolas, trajes, cascos... «En Estados Unidos salió un muñeco del propio George Lucas caracterizado como un personaje más. Había que adquirir un “pack” con cinco figuras que incluía un cupón para conseguir a Lucas. Hice las gestiones necesarias». No hay reto que se le resista. De los productos especiales tiene dos copias: una para la vitrina, para mirar y remirar, y otra que conserva virgen en el «blister» (caja o embalaje).<br /><br /><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">Tiene las películas</span> <strong>en todos los formatos posibles</strong></span> (VHS, Beta, Láser Disc, DVD...), y todas las ediciones. «¡Pero si son los mismos filmes!», exclaman sus colegas. «Ya, pero la caja no es la misma», les contesta. Empezó rastreando material en ebay (www.ebay.es), la web de compraventa más importante del mundo, pero luego se hizo amigo de Steven, un comerciante norteamericano que se ha convertido en su principal suministrador. «Hablamos todas las semanas». Está en contacto permanente con las tiendas especializadas. «Si traen alguna pieza, la compro aquí; sale más barata». Y bucea en webs como www.rebelscum.com (el paraíso de los coleccionistas de Star Wars), www.rebel-empire.com y www.legion501.com. Es paciente. Con la experiencia se ha dado cuenta de que, tarde o temprano, se consigue todo. El sótano de su casa es su «templo de ocio».<br /><mc>—¿Y tu mujer no te ha puesto aún de patitas en la calle?<br />—No —sonríe—. Ella colecciona muñecas Barbie. Tiene más de doscientas. Si hay peleas, es por el espacio.<br /><br /><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">El factor mujer,</span> <strong>o novia, o padres no es irrelevante.</strong></span> Cualquier coleccionista sabe a qué nos referimos. Juanjo García vive en Elda con sus padres, «pero me apaño». Vamos, que no hay una oposición dura. Su caso es curioso: es un apasionado de Mazinger Z, la serie de culto japonesa, pero no había nacido cuando TVE la estrenó en la década de 1970. El veneno se lo metieron sus primos mayores, con quien pasaba las vacaciones. «Les gustaba mucho, pero yo los he superado con creces», afirma orgulloso. Empezó a moverse por internet (www.mazinteamrg.tk, www.mundomazinger.com), echó sus redes en ebay y se hizo con la serie original completa (92 capítulos; en España la censuraron por su supuesta violencia y la dejaron en 24), sus secuelas («Gran Mazinger», «Grendizer», «Mazinkaiser»), álbumes de cromos, cómics, cartas... Pero su colección estrella consiste en 40 figuras de metal, de 20 centímetros de altura, importadas de Japón, que representan al mítico robot, sus aliados y enemigos. «Las hay de cien euros, o más. También tengo otras de plástico duro: una serie limitada de la que me faltan sólo dos piezas». Tiempo al tiempo.<br /><br /><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">«Mi tesoro».</span> </span><span style="color:#ff6600;"><strong>La frase</strong><strong> de Gollum</strong></span> para definir el anillo único se puede aplicar a la legión de seguidores de Tolkien, a quienes la versión cinematográfica de «El Señor de los Anillos» les ha puesto en bandeja tentaciones para enloquecer. Y se anuncia la adaptación de «El Hobbit». Juan Carlos Iglesias, 38 años, es propietario de varios restaurantes de Barcelona. En la bodega de uno de ellos, «Rías de Galicia», junto a 25.000 botellas de vino, tiene «su tesoro»: un museo de piezas relacionadas con la obra maestra del profesor de Oxford. Hay un pasado, claro: hace más de veinte años, en Fuensagrada (Lugo), un chaval leía por vez primera «El Señor de los Anillos» e imaginaba que los bosques que lo rodeaban eran los de la Tierra Media. «Siempre he creído que los árboles tienen vida, como los ents de Tolkien», confiesa. Ahí nació su amor por la lectura, «una pasión que nace cuando lees el libro adecuado», y por el mundo de los elfos, hobbits y enanos. Cuando llegaron los primeros rumores de las películas de Peter Jackson, empezó a colaborar en www.elfenomeno.com bajo el «nick» de Seoman —personaje de «Añoranzas y pesares», la tetralogía de Tad Williams—. «La primera pieza que cayó fue la figura de un nazgûl a caballo que me regaló mi mujer», recuerda Juan Carlos. «Pero hubo un salto cuantitativo fruto de la casualidad: un día vino a mi restaurante el editor de “Wine Spectator”, la revista de vinos más importante del mundo, que, casualmente, es amigo del presidente de New Line Cinema, la productora de las películas de “El Señor de los Anillos”. Le habló de mí y me envió nueve estatuas de colección». Luego empezó una búsqueda imparable: sellos, monedas, fotogramas originales, muñecos, cascos, armas, pipas, cartas, juegos de mesa, autógrafos de los actores... y una figura de Gollum a tamaño real. Una atracción más que añadir al marisco fresco de su establecimiento: los hijos de sus clientes disfrutan de una visita guiada al museo de Seoman.<br /><br /><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">La demostración</span> <strong>empírica de que la auténtica patria</strong></span> de las personas es su infancia está aquí: www.playclicks.com. ¿Una Asociación Española de Coleccionistas de Playmobil? La cosa va muy en serio: es la página web en español más importante sobre estos muñequitos, con un millar de miembros registrados, 4.000 usuarios frecuentes, 3.000 visitas diarias y una galería de 3.500 fotos; sus fans acaban de celebrar con un éxito rotundo la II Feria Nacional en Barcelona. Juan Miguel Soler alumbró esta iniciativa hace cuatro años. «Los clicks de Playmobil eran mis juguetes favoritos de pequeño, pero me reencontré con ellos hace poco», comenta. «Soy informático y se me ocurrió la idea de la web, una excusa para conocer a otros aficionados, para acceder a más material. Ahora le dedico todo mi tiempo libre». Este malagueño de 35 años atesora más de 5.000 muñecos con sus complementos —«pero no soy el que más tiene, ¿eh?»—, algunos en cajas que llevan cerradas 30 años. «¿Para qué abrirlas? Me basta con saber que están ahí. A la mayoría nos mueve el coleccionismo; también hay gente que no acapara clicks, que tiene una cantidad razonable para montar sus escenarios. A veces, no nos conformamos con el aspecto que traen de fábrica y les damos un toque particular. Vuelves a ser niño». O tal vez nunca has dejado de serlo.<br /><br /><em><strong>(Publicado en ABC el 24-09-2006)</strong></em><br /><br /></mc></span><br /></span><span style="font-family:times new roman;"></span>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-1150889711202250502006-06-11T00:00:00.001+02:002010-04-26T18:36:49.543+02:00ENGANCHADOS A LAS VIDAS DE OTROS<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/1600/House.3.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/400/House.2.jpg" border="0" /></a><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em>Las ven a su hora, se las graban, se las bajan de internet, las compran, participan en foros ad hoc... Su ocio gira en torno a las series de televisión, el formato que le está dando un baño al cine</em><br /></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">Un domingo cualquiera.</span> <strong>Juan Carlos y Montse</strong></span> están en el cuarto de estar de su casa, ella comiendo mientras ve una serie, él viendo una serie mientras come. Se va la luz. Juan Carlos se queda unos segundos en trance y, de repente, sale disparado. Al rato aparece con una televisión portátil, de ésas que van a pilas. «¡Menos mal que la tenía aquí, y no en casa de mis padres!», exclama triunfante. La pone encima de la mesa, sintoniza el canal en cuestión y continúa comiendo, con un brazo en alto para que la antena capte bien la señal. El apagón se prolonga y Montse empieza a preocuparse por la comida del congelador. Al acabar la serie, su marido llama a la compañía eléctrica, indignado porque la pérdida de fluido le está ocasionando «un gravísimo perjuicio». Cuelga, mete el receptor TDT en una bolsa y enfila la puerta para ir a casa de sus suegros a continuar con la sesión televisiva. Entonces, vuelve la luz. Vuelve la alegría. «No puedo competir con este vicio», confiesa Montse resignada. «Así que me he acostumbrado a desayunar, comer y cenar viendo asesinatos y autopsias, porque sus historias favoritas son un poco violentas». Tres vídeos funcionando a pleno rendimiento, «deberes» que se acumulan los fines de semana, horas robadas al sueño...</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">No es un caso aislado.</span> <strong>Ni es, desde luego, el más extremo.</strong></span> Manuel Martínez Velasco, director de televisión y serieadicto confeso, cuenta la anécdota de un amigo que, los días que ponen «Perdidos» en Estados Unidos, se queda en vela hasta las cinco de la mañana esperando a que alguien grabe el capítulo y lo cuelgue en la red. Aún tarda un hora en bajárselo, pero la espera merece la pena: de madrugada se mete en vena la nueva entrega de las andanzas de estos náufragos postmodernos.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">Series ha habido siempre,</span> <strong>algunas legendarias</strong></span> —¿quién no recuerda «Yo, Claudio», «Retorno a Brideshead» o «Raíces»?—. Pero ahora es la apoteosis. Enganchados a las vidas de otros, los «frikis» están en su mejor momento de la historia: nunca ha habido tantas tentaciones. Es como si a un goloso impenitente le ofrecieran un Everest de chocolate. La avalancha llega, fundamentalmente, de Estados Unidos, donde la adicción es ya una religión; pero el filón ha sido explotado con productos patrios que, como «Los Serrano», «Aquí no hay quien viva» o «Cuéntame cómo pasó», han cosechado un gran éxito.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">«La televisión</span> <strong>le está dando un baño al cine»,</strong></span> señala Martínez Velasco. «Las series norteamericanas tienen mejor factura que la mayoría de las películas; las productoras tiran la casa por la ventana con el arranque y la conclusión de la temporada, y vemos pequeñas obras maestras». Cita «Los Soprano» —imprescindible—, «Perdidos» —su favorita—, «House» —la revelación del curso— o «Arrested development» —para algunos la mejor serie cómica de todos los tiempos, aún por estrenar en abierto en España—. «En fin, hay cientos, miles. Las que funcionan se quedan con nosotros varios años. Las que no, son sustituidas por otras. Y siempre nos queda el recurso de la nostalgia». En </span><a onclick="window.external.Url('www.tv.com');" href="javascript:void(0);"><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;">www.tv.com</span></a><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"> uno puede seguir el rastro de la serie más extravagante de su infancia; y, por supuesto, de absolutamente todas las demás.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">Los tradicionales fans</span> <strong>armados de vídeos</strong></span> están en peligro de extinción. La nueva estirpe es más impaciente y sofisticada, e internet es su medio natural. No sólo para los foros y los blogs (hay miles de ellos, generalistas y por series concretas, donde se disecciona cada guión, cada personaje... porque Grissom, Jack Bauer y el doctor House ya son como de la familia), sino, fundamentalmente, para descargarse material. Se puede hacer de forma legal, por ejemplo en iTunes, a un dólar por capítulo, o en plan pirata cibernético en eMule u otras páginas de dirección inconfesable («para que no las eliminen», dicen los usuarios).</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">Laura</span> <strong>es una serieadicta de manual.</strong></span> «Me apasionan las series americanas, no tanto la televisión, y no puedo esperar. Así que me las bajo de internet o las compro en Amazon mucho antes de que aterricen en nuestro país». Busca pistas en webs como </span><a onclick="window.external.Url('www.televisionwithoutpity.com');" href="javascript:void(0);"><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;">www.televisionwithoutpity.com</span></a><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"> , y actúa en consecuencia. «“Prison Break” es la más espectacular que me he bajado este año del eMule; creo que La Sexta ha anunciado su interés por comprarla. También estoy enganchada a “Arrested development”, la comedia definitiva. ¿Elegir un título? No creo que pudiera. Bueno, soy bastante fan de “Buffy cazavampiros”. Otra de mis referencias es “Padre de familia”, que es como “Los Simpson”, pero brutal. Fue cancelada en 2002 y estuvo durante dieciocho semanas en el número uno de ventas de DVD en Estados Unidos, así que “resucitó” por aclamación popular en 2005. Además, a su autor, Seth MacFarlane, le encargaron un nuevo producto, “Padre made in USA”».</span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"></span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"><span style="color:#ff6600;"><span style="font-size:180%;">Da la impresión</span> <strong>de que estos tipos</strong></span> podrían escribir una tesis sobre sus series favoritas. O hablar de ellas hasta el día del juicio final. La conclusión común podría ser algo parecido a esto: el cine está acabado, sobre todo en el «imperio», pero las minipelículas fabricadas para la tele son irresistibles. Y queremos más. </span></span><br /><span style="font-size:130%;"></span><br /><span style="font-size:180%;color:#ff6600;">House, el doctor irreverente que enamora</span><br /><span style="font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;">«Ramona, qué picarona —dice el doctor a una anciana a la que realiza un examen vaginal—. O se ha echado un novio de 19 años o uno de 80 que toma pastillitas azules». Cuenta la leyenda que Bryan Singer, productor de «House», aún espera la llamada de Fox —cadena por antonomasia de las series, de tendencia más bien conservadora— para que pare la hemorragia de transgresión e ironía de su criatura. También que el director, en el «casting» previo, aburrido de ver candidatos, exclamó «¡por fin un buen actor americano!» cuando dio el visto bueno a Hugh Laurie (inglés de Oxford, para más señas). «Dice cosas que ya me gustaría soltar a mí en otras situaciones». «Sus gestos, su forma de ver las cosas, su inteligencia... ¡es genial el tío!». Los comentarios son de un foro de fans, que pueden votar las mejores frases del irreverente facultativo en </span><a onclick="window.external.Url('www.cuatro.com/house.');" href="javascript:void(0);"><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;">www.cuatro.com/house.</span></a><span style="font-family:times new roman;"><span style="font-size:130%;"> </span><br /></span><span style="font-size:130%;"></span><br /><em><span style="font-size:130%;">(Publicado en ABC el 11-6-2006)</span></em>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-1147776765804135422006-05-13T00:00:00.001+02:002010-04-26T18:37:42.787+02:00PEREGRINOS DEL GRIAL<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/1600/mona%20lisa.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/400/mona%20lisa.jpg" border="0" /></a><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em></em></span><br /><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em>Destinos tradicionales, como París y Londres, y otros más alejados del turismo masivo, como Lincoln o Rosslyn, aprovechan el filón de «El Código Da Vinci» para atraer visitantes. ABC ha seguido la ruta del fenómeno editorial y cinematográfico</em></span><br /><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">La guía se detiene</span> <strong>frente a «La muerte de la Virgen»,</strong></span> de Caravaggio, y esboza una sonrisa de suficiencia. «¿Alguien piensa que un anciano gravemente herido podría descolgar este cuadro para que saltara la alarma?». Los turistas sacuden la cabeza. El lienzo es imponente, así que... otro disparate más de Dan Brown. Pero les da igual. Están en la Gran Galería del Louvre, que alberga obras maestras del arte italiano, aunque este detalle también es irrelevante. Aquí fue asesinado Jacques Saunière, conservador del museo y gran maestre del Priorato de Sión, un crimen que desencadena la trama de «El Código Da Vinci». Eso es lo que importa. Por eso están aquí, y no tienen inconveniente en perdonar las meteduras de pata de Brown y centrarse, casi exclusivamente, en las piezas citadas por él dejando las demás para mejor momento. El autor de la novela más polémica y exitosa de los últimos tiempos no especifica que fuera este cuadro el que bajara Saunière, pero está cerca del lugar donde apareció su cuerpo y, además, está representada María Magdalena, lo cual es una pista definitiva. </span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">En la siguiente parada,</span> <strong>en mitad del pasillo,</strong></span> la guía saca un papel con la reproducción del archifamoso dibujo de Leonardo da Vinci «El hombre de Vitrubio», una figura masculina que marca el canon de las proporciones humanas y también la postura en que apareció el cadáver del conservador del Louvre. El morbo sube varios enteros entre el grupo. Este es el lugar. Cerca está «La Virgen de las Rocas», también de Leonardo, una obra en «clave» que ha dado lugar a muchas interpretaciones, pero con una característica clara: se trata de un óleo sobre tabla que difícilmente podría ser rajado con una rodilla, como amenaza hacer en el libro la criptógrafa Sophie Neveu cuando es descubierta por un guardia de seguridad. Además, no está en la Salle des États frente a la Mona Lisa, como sostiene Brown.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">La sonrisa</span> <strong>más enigmática del mundo,</strong></span> protegida por un cristal blindado, recibe cada hora 1.500 visitantes, que se conforman con mirar el cuadrito de 77 x 53 centímetros desde una distancia prudencial. Aquí no hay rejas que servirían para atrapar ladrones, aunque sí severos vigilantes que no admiten ni una broma. </span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">París,</span> <strong>la ciudad que domina el arte de la reinvención</strong></span> sin perder su seductora personalidad, no podía dejar pasar esta oportunidad. El fenómeno de «El Código Da Vinci» está, además, a punto de dar otro estirón con el estreno de la versión cinematográfica. El Louvre no quiere saber nada del asunto —una vez embolsados los 1,5 millones de euros por colaborar en la película—, pero hay más de 25 agencias que ofrecen «tours» privados, se organizan seminarios en el lujoso hotel Ritz (150 euros por grupo de hasta tres personas, consumición no incluida) y los responsables turísticos franceses, británicos y escoceses se han asociado para promocionar el producto. Ellen McBreen, historiadora del arte y fundadora de la agencia Paris Muse, no se traga la mayor parte de las teorías del libro, pero plantea el recorrido como una «exploración colectiva». «Hay gente que está empezando a venir al Louvre después de leer “El Código...”. ¿Por qué no aprovechar este interés?».</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">Atracciones parisinas</span> <strong>como los Jardines de las Tullerías,</strong></span> los Campos Elíseos, la iglesia de Saint-Sulpice o la Gare Saint-Lazare son exploradas con otros ojos (por cierto, desde esta estación no se puede sacar un billete para Lille, como hacen los protagonistas de la historia; para eso tendrían que haber ido a la Gare du Nord —en la edición francesa se cambia una estación por otra para que la contradicción no cante demasiado—). Otras, como el Château de Villette —residencia de Leigh Teabing en la novela—, a 40 kilómetros de la capital, cerca de Versalles, han sido descubiertas por el gran público. Claro que no todo el mundo puede permitirse el lujo de alojarse aquí: el precio por persona de un paquete de cinco noches en habitación de lujo, pensión completa, una comida en el Ritz de París, visitas a las localizaciones y participación en un coloquio con un historiador cuesta entre 3.900 y 4.300 euros.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">El meridiano cero,</span> <strong>la línea imaginaria que une los polos,</strong></span> pasa por Greenwich, al este de Londres, pero no siempre fue así. Ptolomeo, en el 150 d. C., lo situó en la isla de El Hierro, donde se mantuvo durante 1.700 años, aunque convivió con otros sistemas nacionales. En Francia pasaba desde 1667 por la capital, y uno de sus grandes defensores fue el astrónomo François Arago, director del Observatorio de París a principios del siglo XIX. En 1995, como homenaje a Arago, el artista holandés Jean Dibbets señaló este meridiano con 135 medallones de bronce incrustados en el suelo sobre la «Línea Rosa» que cita Dan Brown. Algunos de estos medallones han desaparecido en los últimos meses, sustraídos por los «códigomaníacos». Once se encuentran en el Louvre. Pero ninguno en Saint-Sulpice.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">Se trata</span> <strong>de una de las falsedades que salpican desde la novela</strong></span> a esta espléndida iglesia, la segunda en tamaño de la ciudad después de Nôtre Dame, y que el padre Roumanet intenta explicar a los visitantes, en persona o a través de un mensaje situado cerca de un misterioso obelisco: «Al contrario de lo que se afirma en un “best-seller”, esta iglesia no fue construida sobre un templo pagano. La línea metálica marcada en el suelo nunca fue conocida como la “línea rosa”. Y las letras P y S que se aprecian en las vidrieras hacen referencia a los santos Pedro y Sulpicio, no al Priorato de Sión». </span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">La línea</span> <strong>—que sí transcurre en sentido norte-sur, pero no sobre el meridiano—</strong></span> es, en realidad, un gnomon, un instrumento astronómico instalado en 1743. A través de un orificio en la ventana situada en el lado sur entra un rayo de sol que incide sobre la línea a las doce en punto —el mediodía se comunicaba a los parisinos con el tañido de las campanas—. Pero también servía como calendario para mostrar los equinoccios: los dos días del año en que, por hallarse el sol sobre el ecuador, el día y la noche duran lo mismo en todos los lugares del mundo. Entonces, el rayo asciende por el obelisco, llega a la esfera dorada y hace brillar la cruz. Bajo el pilar donde Brown colocó una pista falsa sobre el Santo Grial, los sacerdotes de Saint-Sulpice hablan del legendario órgano de la iglesia, el mayor de Francia, con 20 metros de altura y cinco teclados manuales, que puede escucharse durante las misas y los conciertos —gratuitos— que se ofrecen cada mes.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">Al otro lado</span> <strong>del Canal de La Mancha</strong></span> los ecos de Leonardo da Vinci quedan apagados por otros poderosos ecos ligados a la leyenda del Santo Grial: los caballeros templarios. El barrio del Temple es un Londres silencioso y oculto en el corazón de la bulliciosa metrópoli, que uno descubre al doblar una esquina en Fleet Street. Cuartel general de los monjes guerreros en su época de esplendor, hoy de los juristas más renombrados de Inglaterra (esos tipos con peluca y toga que vemos en las películas), su iglesia es el edificio más antiguo de la zona (se comenzó a construir en 1160). Los caballeros yacentes de la nave redonda —que se levantó a semejanza del nada pagano Santo Sepulcro de Jerusalén— no son tumbas, como explica un monaguillo en la novela, sino cenotafios, monumentos funerarios donde no están los cadáveres de los personajes a quienes se dedican.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">A un paso,</span> <strong>en la calle Strand,</strong></span> está el edificio principal del prestigioso King's College. La cámara octogonal de la biblioteca Maughan, citada en «El Código...», existe en realidad: está en Chancery Lane, cerca del campus de Strand. Allí los protagonistas hallan la pista que les lleva a la tumba de Isaac Newton, en la abadía de Westminster, un hito más en el viaje hacia la última respuesta.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">Desde que la tradición</span> <strong>empezara con Guillermo el Conquistador,</strong></span> en 1066, la abadía ha sido la «iglesia de la coronación» de los reyes y reinas ingleses. Además, esta obra maestra de la arquitectura, siempre atestada de visitantes —resulta inverosímil que en la novela aparezca casi vacía, aunque fuera «una mañana lluviosa de abril»—, es un gigantesco mausoleo donde reposan cientos de personajes notables (como Isabel I, Churchill, Darwin y el citado Newton) y —como recuerdan sus responsables— una iglesia viviente, un lugar para la oración. Quizá por este motivo no consideraron muy respetuoso llenar el recinto de focos y cámaras.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">Lincoln</span> <strong>sonríe por ello.</strong></span> Y todo gracias a su catedral, la tercera más grande de Gran Bretaña, un impresionante templo gótico que supera con mucho la altura de los tejados de esta apacible ciudad de las Midlands inglesas, que se vio revolucionada con la película. Los curiosos se agolpaban en la puerta del White Hart Hotel, donde se alojaban los artistas. El propietario del restaurante «The Old Bakery» aún enseña hoy a sus clientes un ejemplar de «El Código Da Vinci» lleno de autógrafos, que piensa subastar próximamente para una obra de caridad. «Doble» de Westminster en el rodaje, en el interior de la catedral se hizo una réplica de la tumba de Newton. Los turistas ya no se conforman con buscar la irreverente figura del diablillo que se encuentra en el coro, y preguntan por el asunto de moda. Escenarios cercanos han tenido un papel similar. En el castillo de Belvoir se realizaron las tomas exteriores de Castelgandolfo; en Burghley House, las interiores.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">El «efecto Da Vinci»</span> <strong>también ha beneficiado a la capilla de Rosslyn,</strong></span> situada a diez kilómetros al sur de Edimburgo. Esta colegiata del siglo XV ha intrigado a los investigadores por su esotérica decoración. Se la relaciona con leyendas de todo tipo, desde el Santo Grial al Arca de la Alianza, pasando por los templarios y los masones. Es renombrada por sus más de cien «hombres verdes», cabezas a las que les sale vegetación de las bocas; creencias paganas hablan de la unión entre el ser humano y la naturaleza. Los trabajos de restauración no permiten disfrutar del exterior, pero el interior da para dos horas largas si se pretende rastrear todos sus secretos.</span><br /><span style="font-family:times new roman;"><br /><span style="font-size:130%;"><span style="color:#990000;"><span style="font-size:180%;">El final</span> <strong>de la búsqueda de Robert Langdon,</strong></span> el protagonista del libro (Tom Hanks en la película) acaba donde empezó, en el Louvre. Esta vez en el centro de una plaza subterránea donde se cruzan los pasillos que conducen al museo, las tiendas y algunos restaurantes. El lugar donde la Pyramide Inversée, una enorme claraboya, casi se toca con una pequeña pirámide de piedra. El cáliz y la espada. «La búsqueda del Grial es literalmente el intento de arrodillarse ante los huesos de María Magdalena. Un viaje para orar a los pies de la descastada, de la divinidad femenina perdida». La última ocurrencia de Dan Brown no empuja a los turistas a caer de rodillas y rezarle a la pirámide, sino, como mucho, a perseguir con sus cámaras los arco iris que se forman en el ventanal del techo.<br /><br /><br />Notas del gráfico <span style="color:#990000;"><strong>LA RUTA DESCODIFICADA</strong></span><br /><br /><span style="color:#990000;">LA MONA LISA</span><br />Leonardo Da Vinci consideraba "La Gioconda" o la "Mona Lisa" como su obra maestra. Es un óleo sobre tabla de álamo, pintado entre 1503 y 1506. Al parecer, retrató a una dama florentina, Lisa Gherardini, casada con Francesco del Giocondo (de ahí su sobrenombre). Algunos historiadores creen que la mujer es el propio Leonardo con rasgos femeninos. Su enigmática sonrisa ha convertido este rostro en un icono cultural. En la novela, Jacques Saunière deja un mensaje sobre el plexiglás que protege el cuadro.<br /><br /><span style="color:#990000;">LA VIRGEN DE LAS ROCAS</span><br />En 1483, el artista recibió el encargo de la Hermandad de la Inmaculada Concepción de pintar un cuadro para el altar de una iglesia en Milán. Pero el resultado no agradó al cliente, y tuvo que pintar una segunda versión (en la actualidad, en la National Gallery de Londres). "La Virgen de las Rocas" es un lienzo en "clave", cargado de significaciones herméticas. En su reverso, Sophie Neveu encuentra una misteriosa llave.<br /><br /><span style="color:#990000;">EL HOMBRE DE VITRUBIO</span><br />Leonardo dibujó "El Hombre de Vitruvio" en uno de sus diarios. En la actualidad se halla en la Galería de la Academia de Venecia. Se trata de un estudio de las proporciones del cuerpo humano masculino, realizado a partir de los textos de Vitrubio, arquitecto de la antigua Roma. En "El Código...", el cadáver de Sauniére aparece en esta postura.<br /><br /><span style="color:#990000;">LOS TEMPLARIOS</span><br />El mito acompaña a la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, más conocidos como Caballeros Templarios o del Temple. La orden fue fundada hacia 1118 por el noble francés Hugo de Payens junto a otros ocho caballeros. Su función era escoltar a los peregrinos a Tierra Santa. Con el tiempo, los monjes guerreros adquirieron gran poder e influencia. En 1307, Felipe IV, rey de Francia, que codiciaba sus posesiones, ordenó encarcelarlos a todos bajo acusación de adorar a un ídolo de nombre Bafomet, asesinar niños y mantener relaciones homosexuales. En 1312, el Papa Clemente V disolvió la orden. En Inglaterra gozaron, en cambio, de gran prestigio e influencia política. Sin embargo, sus inmensos tesoros desaparecieron sin dejar huella. ¿El Santo Grial se contaba estre ellos?<br /><br /><span style="color:#990000;">PISTAS PARA NO EXTRAVIARSE</span></span></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><strong>En París:</strong> <a href="http://www.louvre.fr/">Museo del Louvre</a><br /><a href="http://www.parismuse.com/">Rutas guiadas</a><br /><a href="http://www.thefrenchside.com/">Taller-coloquio sobre el CDV en el Ritz</a><br /><a href="http://www.frenchvacation.com/">Château de Villette</a><br /><strong>En Gran Bretaña:</strong> <a href="http://www.visitbritain.com/es">Turismo Británico</a><br /><a href="http://www.westminster-abbey.org/">Abadía de Westminster</a><br /><a href="http://www.templechurch.com/">The Temple Church</a><br /><a href="http://www.lincolncathedral.com/">Catedral de Lincoln</a><br /><a href="http://www.whitehart-lincoln.co.uk/">White Hart Hotel</a>, Lincoln (donde se alojó el equipo de la película)<br /><a href="http://www.theold-bakery.co.uk/">The Old Bakery</a>, Lincoln (el restaurante favorito del director y los actores)<br /><a href="http://www.burghley.co.uk/">Burghley House</a><br /><a href="http://www.belvoircastle.com/">Belvoir Castle</a><br /><strong>En Escocia:</strong> <a href="http://www.visitscotland.com/es">Turismo de Escocia</a><br /><a href="http://www.rosslynchapel.org.uk/">Capilla de Rosslyn</a><br /><a href="http://www.visitdavincicode.com/">Escenarios de la película</a><br /><strong>Una guía:</strong> "Viaje a los escenarios de Dan Brown". Oliver Mittelbach. El País Aguilar.</span><br /><span style="font-family:Times New Roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:Times New Roman;font-size:130%;"><em>(Publicado en ABC el 13-5-2006)</em></span>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-1134496964760443112005-10-29T00:00:00.001+02:002010-04-26T18:38:15.037+02:00UNA CITA CON JACK<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/1600/Jack.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/400/Jack.jpg" border="0" /></a><br /><span style="font-family:georgia;"><span style="font-size:130%;"><em><span style="font-size:100%;">Whitechapel, Londres, 1888. Les proponemos, en estos días de difuntos, un viaje al escenario del asesino más famoso de la historia</span></em></span></span><br /><em></em><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"><span style="color:#ff0000;"><span style="font-size:180%;">Siete de la tarde</span> <strong>en la entrada del metro de Tower Hill.</strong></span> El cielo cargado de plomo refleja las luces de la urbe. En el horizonte más cercano se ve uno de sus paisajes más reconocibles: la Torre de Londres con sus ecos del pasado y, al fondo, el Tower Bridge alzándose majestuoso sobre el Támesis. En mitad del trasiego de la estación hay un grupo de personas que remolonea en torno a un cartel que reza «Jack the Ripper Haunts». El día está echando el telón y la hora de la cita con el asesino más famoso de la historia se acerca. Sin duda ya ha empezado a deambular al abrigo de la noche y de la leyenda. Todo está dispuesto: el techo encapotado amenazando lluvia, la niebla difuminando la luz de las farolas, el suelo húmedo, las palabras que salen envueltas con el vaho. «¿Estamos todos? OK. Vamos a Whitechapel. Jack nos espera», dice Donald Rumbelow, el guía, una autoridad en estos crímenes. Comienza a andar con el paraguas como bastón, y una treintena de personas le siguen, perdiéndose en la bruma.</span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"></span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"><span style="color:#ff0000;"><span style="font-size:180%;">Whitechapel,</span><strong> el barrio de los horrores,</strong></span> sería hoy una zona un tanto anodina si no fuera por los mercados de Petticoat y Spitalfields. En el verano de 1888 las cosas eran bien distintas, aunque la vida no era nada fácil en aquel arrabal de Londres habitado por gentes con aspecto de carne de cañón. En el interior de las viviendas iluminadas por velas y quinqués se administraba la miseria como se podía. Afuera, las prostitutas alcohólicas y desdentadas hacían la calle: calles como bocas de lobo donde resonaban los pasos sin que se adivinaran sus dueños, donde doblar una esquina era exponerse a una emboscada casi segura. Muchos de esos pasos furtivos se dirigían al «Ten Bells Pub», abierto en 1755 y todavía un clásico. Annie Chapman, una de las víctimas de Jack el Destripador, estaba trabajando en el pub la noche en que cerró los ojos para siempre. Una hipótesis: contactó con su asesino en el establecimiento, salió con él para hacerle el servicio acordado y fue acuchillada unos metros más allá, en Hanbury Street. Hoy el «Ten Bells Pub» es un agradable local en el que degustar unas pintas antes de continuar el paseo.</span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"></span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"><span style="color:#ff0000;"><span style="font-size:180%;">Los CSI</span><strong> de la época trabajaban a destajo en el East End de Londres,</strong></span> pues había muertes violentas un día sí y otro también, pero aquellos horribles crímenes tenían un sello especial: no eran provocados por pendencias tabernarias, sino que echaban el tufo del mal. El mal absoluto. Los cuerpos de las víctimas, prostitutas que necesitaban ganar unos peniques para echarse algo al estómago y alquilar una cama donde pasar la noche, aparecían terriblemente mutilados, y sus cuellos rebanados —sin duda, para que no pudieran gritar en busca de ayuda—. Donald lleva un rato dando explicaciones. Su prestigio entre los aficionados a la investigación forense no admite dudas. El tipo ha colaborado durante 25 años con la Policía londinense y presidido la Asociación de Escritores Criminalistas. El auditorio le pregunta a menudo por las versiones cinematográficas de esta truculenta historia, como por ejemplo «Desde el infierno», la película protagonizada por Johnny Depp y Heather Graham (que hace el papel de Mary Jane Kelly, con cuyo asesinato Jack se despidió sin ser atrapado). El guía no se cansa de desmontarlas. «La realidad no fue tan efectista», sonríe. «Lo cual no quiere decir que fuera mejor». En cualquier caso, las prostitutas de aquella época no tenían un aspecto tan saludable como el de Heather Graham.</span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"></span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"><span style="color:#ff0000;"><span style="font-size:180%;">El grupo</span><strong> de morbosos excursionistas se detiene en Durward Street,</strong></span> donde murió Mary Ann Nichols. Los expertos no se ponen de acuerdo en el número de piezas que se cobró este sanguinario cazador. John J. Eddleston, en «Jack the Ripper. An Encyclopaedia», habla de hasta doce posibles ataques. Casi todos parecen coincidir en que Mary Ann Nichols, Annie Chapman y Catherine Eddowes fueron asesinadas por las mismas manos. Sobre Mary Jane Kelly hay quien piensa que alguien aprovechó el tirón del Destripador para ocultar su crimen. Y existen disputas, sobre todo, con Elizabeth Stride y Martha Tabram. ¿Fueron las cinco prostitutas que aparecen en el gráfico de este reportaje —hipótesis aceptada por la mayoría de estudiosos—, o fueron más? Éste es uno de los misterios que viajará por siempre en el tiempo. Mary Ann Nichols (alias Polly) fue asesinada el 31 de agosto de 1888, y se la considera la primera «víctima oficial» de Jack el Destripador, que se entretuvo en acuchillarle la tráquea, el esófago, el vientre y la médula espinal. La Policía no se paró demasiado en la escena del crimen, y lavó el pavimento y el cadáver antes de cualquier examen, en un caso flagrante de impericia profesional. Tal vez pretendía tapar el asunto para que no cundiera el pánico. De hecho, no había informado de dos asesinatos anteriores que algunos autores atribuyen al mismo personaje. Según el atestado forense de Polly, «las heridas infligidas a la víctima han sido hechas por persona experta, que hizo los cortes con absoluta precisión y limpieza».</span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"></span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"><span style="color:#ff0000;"><span style="font-size:180%;">El otro misterio</span><strong> insondable es quién diablos era Jack el Destripador,</strong></span> nombre con el que los propios agentes bautizaron al asesino. El 27 de septiembre, después de la muerte de Annie Chapman, la segunda muesca en el cuchillo del monstruo, la Policía recibe la primera carta firmada por él y escrita con tinta roja: «No cejaré en mi tarea de destripar putas. Y lo seguiré haciendo hasta que me atrapen. El último trabajo salió bordado. Retengan esta carta, sin hacerla pública, hasta el próximo. No les importe llamarme por mi nombre artístico». El tercer y el cuarto crimen se cometen el 30 de septiembre. Jack se cebó especialmente con la pobre Catherine Eddowes: le faltaban la oreja derecha, los ovarios y un riñón. Cerca del lugar de los hechos apareció una pintada en una pared: «No hay por qué culpar a los judíos». El mismo día llegó otro mensaje a la Policía: «Mi querido jefe: gracias por no haber hecho pública mi anterior carta hasta este momento, cuando me he echado de nuevo a la calle a trabajar».</span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"></span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"><span style="color:#ff0000;"><span style="font-size:180%;">Poco después,</span><strong> George Lusk, presidente del Comité de Vigilancia de Whitechapel</strong></span> —organizado por un grupo de comerciantes del barrio, escandalizados ante los escasos resultados de las investigaciones—, recibió una misiva con un paquete cuyo contenido dejó al destinatario sin cenar aquella noche. «Desde el infierno, señor Lusk, le envío la mitad del riñón que tomé de una mujerzuela, y que conservé para usted después de freír el otro. Estaba muy bueno, de verdad». Jack no era un cualquiera, eso parece claro. En otra carta atribuida a su pluma y que, supuestamente, fue enviada a algunos diarios, hasta se permitía hacer una cuarteta: «No tengo tiempo aún para deciros / cómo me he convertido en un asesino. / Pero ya sabréis cuando llegue el momento / que soy uno de los pilares de la sociedad».</span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"></span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"><span style="color:#ff0000;"><span style="font-size:180%;">La sospecha</span><strong> más espectacular apuntaba a Edward, el duque de Clarence,</strong></span> hijo del rey Eduardo VII, que murió, a los 28 años, justo después de estos asesinatos en serie. De neumonía, se afirmó; de sífilis, se comentaba en los corrillos callejeros de Whitechapel. Al parecer, el joven duque era cazador de ciervos y frecuentaba lupanares. También se sugirió como responsables de las carnicerías a los judíos y los masones.</span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"></span></span><br /><span style="font-size:130%;"><span style="font-family:times new roman;"><span style="color:#ff0000;"><span style="font-size:180%;">El guía,</span><strong> de pie bajo una farola en White’s Row,</strong></span> el lugar donde hay que hablar de la última víctima, Mary Jane Kelly, asegura que la inmortalidad de Jack el Destripador se explica precisamente por la oscuridad que rodea sus «hazañas». «Pocas cosas como el misterio nos hacen seguir vivos», comenta con una sonrisa malévola. Donde hoy existe un moderno aparcamiento de vehículos, en 1888 había un callejón llamado Miller’s Court. En el número 13 vivía Mary Jane. Quizá le dio tiempo a ver el rostro de su despiadado asesino un segundo antes de que empezara a descuartizarla con habilidad quirúrgica. Fue, sin duda, la actuación más brutal y sádica del monstruo. Probablemente empleó toda la noche en procurar que, al día siguiente, nadie pudiera reconocer como humano aquel cuerpo. El pudor impide dar más detalles aquí. Para conocerlos, usted tendrá que ir a Whitechapel, a los escenarios de los crímenes, medio reconocibles aún bajo la tutela de los altos edificios de la City. Tendrá que pedir una cita a Jack.</span></span><br /><span style="font-family:Times New Roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><em>(Publicado en ABC el 29-10-2005)</em></span>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-1141412629204269722004-11-21T00:00:00.001+01:002010-04-26T18:38:30.829+02:00REGRESO A LA "RUTA DEL FUEL"<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/1600/chapapote.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/400/chapapote.jpg" border="0" /></a><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em>Dos años después de la catástrofe del «Prestige», la Costa de la Muerte presenta un aspecto bastante aseado y sus gentes un mejor ánimo, aunque no es oro todo lo que reluce. De vuelta al lugar del crimen se descubre que, tras la retirada del chapapote, se ha destapado la crisis de una forma de vida. Los protagonistas de entonces nos cuentan cómo les va la resaca de la marea negra</em></span><br /><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#003300;"><span style="font-size:180%;">«Benvido a ruta do fuel».</span> <strong>La pintada en un muro junto a la carretera,</strong></span> poco antes de llegar a Caión, no fue sólo una ironía, sino un estado de ánimo a finales de 2002. Hoy, esa pintada echa un lazo a la memoria, porque el presente de Caión, el pueblo donde comienza la Costa de la Muerte, es muy distinto al de aquellos tiempos aciagos. La playa sepultada por el engrudo viscoso es hoy un arenal limpio que invita al paseo cuando baja la marea. Los roquedos de las calas cercanas tienen algunas salpicaduras negras que el mar aún no ha lavado, pero todo se andará. Para quienes vieron la destrucción total de estos lugares la imagen resulta tan sorprendente que parece un montaje. Los ecologistas consideran que la muerte silenciosa sigue actuando bajo las piedras y en los fondos marinos, que la costa gallega, más que limpia, está maquillada. Pero en Caión prefieren creer lo que ven.«Es triste reconocer que el accidente de un petrolero nos ha puesto en el mapa, pero ésa es la realidad», comenta Evaristo Lareo, patrón mayor de la cofradía. «Las ayudas llegaron a tiempo, han mejorado las infraestructuras y, si construyen el puerto exterior de La Coruña —el emplazamiento elegido está a un puñado de kilómetros del municipio— la comarca se revitalizaría definitivamente». Sin embargo, hay otra realidad de ahora mismo que desasosiega a Lareo, y tiene que ver, de nuevo,con el hidrocarburo. «El precio del gasóleo para los barcos se está poniendo prohibitivo, y el Gobierno no hace nada por remediarlo. Los que antes chillaban están callados como tumbas y no quieren saber nada de movilizaciones. El “Prestige” ya pasó; los problemas de fondo, no».</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#003300;"><span style="font-size:180%;">El runrún</span> <strong>se escucha desde hace años en Caión.</strong></span> «Este oficio va mal, y no es culpa del “Prestige”, señala José Antonio Canedo, que se dedicaba hasta hace un mes a la pesca de cerco (especies pelágicas, como la sardina y el jurel). «Ya no ando a la mar. El mes pasado desguacé el barco, porque tenía una edad y no estaba para venderlo». ¿Prejubilación? No, reciclaje forzoso. «No encontraba mano de obra nacional. La gente de aquí está desertando de la pesca. Es posible reunir una tripulación, pero de origen peruano o subsahariano». Hace apenas un lustro, el 75 por ciento de la población de la vecina Malpica vivía directamente del mar. Ahora esa proporción se ha reducido a casi la mitad porque no hay relevo. Los jóvenes prefieren buscarse la vida en tierra firme.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="color:#003300;"><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="font-size:180%;">Oiga,</span> <strong>¿es cierto que por aquí se ha sustituido el grito de «Nunca máis» por el de «Outro máis»?</strong></span><br /></span><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;">La pregunta es recurrente en este aniversario. «Hombre, nadie quiere otro siniestro, pero hay quien lo dice con la boca pequeña —se ríe Canedo—. Tenga en cuenta que hubo mucha gente que cobró 1.200 euros al mes durante ocho meses por estar con los brazos cruzados. Pero diga usted que lo del “outro máis” no es más que un chascarrillo de bar».</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#003300;"><span style="font-size:180%;">Bromas, las justas.</span> <strong>El puerto exterior de La Coruña se ve como una oportunidad,</strong></span> pero también como un riesgo. «El mal tiempo mete mucho miedo en estas aguas —continúa este pescador en paro—. Cuando te pilla un temporal y el barco está entre ola y ola, llegas a perder la visión de la costa. El centro de medición de oleaje y corrientes que hay en el pueblo detectó en una ocasión una ola de 14 metros de altura. No quiero ni pensar qué puede ocurrir cuando, en plena tormenta, tenga que entrar un carguero de gran tamaño en esas instalaciones. No creo que nadie en su sano juicio quiera la destrucción del lugar donde nacieron sus hijos a cambio de subvenciones».Dinero que, en el caso del «Prestige», no llegó a todo el mundo. Tres recodos de costa más al oeste, en Corme, el polígono de bateas que se fundó en 2000 todavía no ha dado sus frutos. La instalación costó 1,8 millones de euros (300 millones de pesetas). Cuando a mediados de otoño de 2002 las bateas estaban cargadas y los mejilloneros se preparaban para recoger la cosecha, llegó la marea negra y lo arruinó todo. Los primeros análisis de la aguas del polígono —situado a apenas doscientos metros del puerto— revelaron una tasa de contaminación nueve veces superior a la permitida. «Tuvimos que quemar más de un millón de kilos de mejillones», se lamenta Inocencio Suárez, patrón mayor de la cofradía de Corme. «Y no vimos un duro. Mire —señala los acantilados de enfrente—, ahí están trabajando los “percebeiros”. Si ellos recibieron ayudas, y me parece muy bien, ¿por qué nosotros no?».</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#003300;"><span style="font-size:180%;">Inocencio y sus socios</span> <strong>acaban de dragar el fondo para terminar de retirar los últimos grumos de fuel.</strong></span> Están trabajando muy duro para que, dentro de aproximadamente un año, sus esfuerzos se vean por fin recompensados. La acuicultura no consiste en dejar que engorde el producto, y ya está. Exige una dedicación que sorprende a los paganos. El patrón mayor se queja de que «los intereses de la deuda ya han generado nuevos intereses, así que no sé cuándo será rentable este negocio», pero mientras su embarcación pone rumbo al grupo de artefactos que flota en el mar le pierde la pasión, y empieza a hablar del diminuto de las «long lines» (traducido: los minúsculos mejillones que se siembran en las líneas de cultivo para que empiecen su crecimiento), de los cuatro tamaños de «bicho» y su colocación en mini bateas y bateas, de cómo se recogen las cuerdas sobrecargadas y se redistribuye el producto para que engorde bien... Hacen falta 18 meses para lograr un mejillón comercial. Isidoro rompe la concha de uno de buen porte y pasa la uña delicadamente por la carne del animal. «Todo esto son huevos. Miles de ellos. Cuando los mejillones los sueltan en primavera, una marea de crías se distribuye por la bahía». Una marea de esperanza que queda prendida en las cuerdas limpias.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#003300;"><span style="font-size:180%;">Los «percebeiros»</span> <strong>llegan a pie o en coche a lo alto de los acantilados de O Canteiro.</strong></span> Enfrente está Corme mirándose en un mar como un plato. El día, espléndido, promete una buena faena. Hay chavales jóvenes, pero la mayoría son mariscadores veteranos, incluyendo algunas mujeres con edad de ser abuelas que se mueven como gatas en este terreno resbaladizo. Se ponen el neopreno, cogen la ferrada (herramienta que usan para arrancar el percebe de la roca, básicamente un palo con una gran espátula en la punta) y echan a andar monte abajo, hasta llegar a las piedras. «Somos unos cien», explica José Nuñel, el presidente de los mariscadores de Corme. «La mitad venimos por tierra y la otra mitad por mar, para acceder a los pequeños islotes». Hasta mediados de octubre habían conseguido extraer 22.787 kilos de percebes (que se vendieron por 454.492 euros). Si el final de temporada se da bien, llegarán a los 40.000 kilos. «No está mal, ¿verdad? Aunque la abundancia tira los precios».</span><br /><span style="font-family:Times New Roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#003300;"><span style="font-size:180%;">En efecto, no está mal.</span> <strong>Sobre todo por el infierno que se vivió aquí hace dos años.</strong></span> Nuñel se ve en una fotografía sacada en diciembre de 2002. Aparece vestido con un mono blanco pringado de fuel y con el gesto crispado por la desesperación. El decorado a sus espaldas es el Roncudo, la mejor reserva del mundo de este fruto de mar. Los acantilados donde el mar pega más fuerte y los percebes se hacen más «testos», más duros y compactos. El caviar del marisco. «Esa zona está hoy limpia, pero no la tocaremos hasta Navidad. El año pasado, el kilo de percebes del Roncudo se vendía a 125 euros (unas 20.000 pesetas)».</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#003300;"><span style="font-size:180%;">Entre los «percebeiros»</span> <strong>que se afanan en O Canteiro está Rita,</strong></span> una valiente mujer que echó el resto quitando chapapote hasta que los vómitos y los mareos la retiraron de la pelea. El médico le dijo entonces que estaba embarazada. Más tarde perdió el bebé, pero volvió a quedarse en estado y alumbró una niña que es un símbolo de la renovación de su mundo. «¡Eeeeeh...!», exclama Rita para avisar a sus compañeros de que viene una ola con malas intenciones. Los «percebeiros» se ponen a salvo y, cuando pasa el peligro, continúan arrancando piñas de percebes con las ferradas. Depositan el marisco en una pequeña bolsa de red colgada en la cintura. Una vez llena, vacían su contenido en cubos, y vuelta a empezar. Los matrimonios forman «equipo»: mientras uno recolecta, el otro criba los manojos quedándose con los mejores ejemplares, y les quitan con un cuchillo el verdín y las piedras adheridas para que luzcan esplendorosos en la lonja. «Nos vamos a otra zona —se despide Rita—, que estas piedras ya están agotadas. Hasta la vista, pues». Los «percebeiros» de Corme, aquellos que se ponían en primera línea de fuego contra el fuel, vuelven a pensar que hay futuro.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#003300;"><span style="font-size:180%;">La «zona cero» es un hervidero.</span> <strong>Cincuenta pequeñas figuras se han dispersado en la playa del Coído</strong></span> con las herramientas en la mano: cubos, palas y rastrillos. La escena resulta extrañamente familiar, pero no, no se trata de una cuadrilla de voluntarios quitando chapapote, sino de los alumnos del Colegio Virgen de la Barca, de Muxía, felices porque el recreo de hoy ha sido especial. En el lugar que resumió la tragedia de Galicia en 2002, el epicentro del apocalipsis, donde centenares de voluntarios se sintieron actores de una broma macabra (se retiraban agotados después de sacar toneladas de chapapote y, unas horas después, les sorprendía otro amanecer negro), hoy es posible ver a unos «nenos» de entre tres y cinco años haciendo castillos con arena limpia y recolectando pequeños moluscos entre las piedras.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#003300;"><span style="font-size:180%;">«Los niños no son tontos.</span> <strong>Veían a sus padres apesadumbrados en casa, sin poder salir a pescar, y lo pasaban mal»,</strong></span> explica María Luisa Domínguez, la directora del centro. «Muxía tiene ahora un gran aspecto, porque la Administración se volcó aquí con los dineros y se limpió el Coído roca a roca con agua caliente a presión. Había un interés especial en que el pueblo y su entorno quedaran como una patena. Pero no se ha producido el empujón turístico que se esperaba. Durante un tiempo vinieron muchos curiosos, pero de paso, porque les daba morbo ver cómo había quedado la llamada “zona cero”. Recuerdo que en 2002 los voluntarios se despedían de nosotros diciendo: “Volveremos en vacaciones para poder disfrutar de este hermoso lugar en lugar de padecerlo”. A la mayoría todavía los estamos esperando, aunque, bueno, es normal...».</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#003300;"><span style="font-size:180%;">La casa de María Luisa</span> <strong>tiene vistas al mar.</strong></span> De vez en cuando, cuando se asoma por la ventana, aún le parece ver en el horizonte aquel petrolero maldito que estuvo a las puertas de Muxía, como lanzando una advertencia de lo que vendría después. Al día siguiente, un temporal de olas negras arrasó la playa, el paseo marítimo y los corazones de los habitantes. Hoy el pueblo parece recién estrenado.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#003300;"><span style="font-size:180%;">En el cercano cabo Touriñán,</span> <strong>donde se vivieron escenas dignas de una película de catástrofes</strong></span> —helicópteros, camiones, excavadoras y cientos de extras rodeados de espumas negras—, los «percebeiros» que entonces se jugaban la vida sacando chapapote hoy se la juegan ganándose el jornal. En días de temporal, el mar parece aquí un monstruo que se infla, que golpea, que forma remolinos, y cualquiera que se asome al borde del precipicio puede sentir la narcosis del vértigo. Hoy está en relativa calma, pero sigue imponiendo. Mar bravo equivale a percebes «testos». En otros lugares son alargados y con menos carne; como sueltan agua, reciben el nombre de «mexons» (meones). Los mariscadores se descuelgan con cuerdas o saltan de roca en roca hasta llegar a su presa, y desde arriba parece que alguna ola acabará engulléndolos.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#003300;"><span style="font-size:180%;">En Finisterre,</span> <strong>la estación final de la «ruta del fuel» de la Costa de la Muerte,</strong></span> continúan mirando de reojo el horizonte. El «Prestige» es historia, o casi —todavía vuelve a puerto algún pesquero con los aparejos manchados de restos de fuel—, pero 24 millas más allá del cabo, en el corredor marítimo, siguen pasando enormes buques, aunque aquellos que llevan la panza llena de mercancías peligrosas utilizan una vía que está a 40 millas. «El mar es el mar, no nos vamos a engañar», comenta José Manuel Martínez, Manolete para sus paisanos y para muchos de los que vieron y contaron lo que aquí se coció hace dos años. Entre noviembre y diciembre de 2002, el móvil de Manolete no dejó de sonar, casi siempre como preludio de malas noticias. «Mientras pasen barcos por este litoral, habrá naufragios, y no es fatalismo gallego, es pura estadística. Sería bueno que el corredor se desplazara unas millas más allá, pero tampoco se puede alejar demasiado, porque si se produce un accidente los helicópteros no tendrían autonomía suficiente para trabajar en el rescate».</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#003300;"><span style="font-size:180%;">Finisterre</span> <strong>ha recuperado la «normalidad»:</strong></span> el volumen de capturas es el mismo que en años anteriores a la tragedia. Lo que más se trabaja es el pulpo. «Se están cogiendo bastantes crías, lo cual es buena señal. Estos ejemplares se devuelven al mar. Son la siembra para años venideros», comenta el patrón mayor. Pero el mar, cuando se enfurece, sigue vomitando fuel a algunas de las playas del municipio. También unos kilómetros más al sur, en Carnota, donde un retén patrulla la costa. Y en las protegidas Cíes, que forman parte del Parque Nacional de las Islas Atlánticas. Llega poco, pero suficiente para que nadie tenga la tentación de abrazar el olvido.</span><br /><br /><span style="font-family:Times New Roman;font-size:130%;"><em>(Publicado en ABC el 21-11-2004)</em></span>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-1134560844503085122004-10-23T00:00:00.001+02:002010-04-26T18:38:48.495+02:00LA ISLA DE LOS TESOROS<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/1600/barroso1.jpg.0.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/400/barroso1.jpg.0.jpg" border="0" /></a><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em>Más allá de los tópicos, Irlanda es un lugar sorprendente por su mezcla de tradición y futuro</em></span><br /><em><span style="font-size:130%;"></span></em><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#009900;"><span style="font-size:180%;">«Ha sido una noche</span> <strong>encantadora, Frank. ¿Verdad que éste es un gran país?».</strong></span> «Lo es». Frank McCourt acaba así su novela, «Las cenizas de Ángela», una autobiografía que relata su estremecedora peripecia infantil en una Irlanda asfixiada por la miseria y la intransigencia, donde hay que sentirse afortunado por poder lamer un papel de periódico grasiento que ha servido para envolver pescado frito, o por compartir un retrete con varias decenas de personas, o por burlar la tisis un día más. El gran país al que se refieren esas últimas líneas del libro es Estados Unidos, adonde Frank escapó en busca de una vida mejor. «En todas partes hay gente que presume y que se lamenta de las penalidades de sus primeros años, pero nada puede compararse con la versión irlandesa: la pobreza; el padre, vago, locuaz y alcohólico; la madre, piadosa y derrotada, que gime junto al fuego; los sacerdotes, pomposos; los maestros de escuela, despóticos; los ingleses y las cosas tan terribles que nos hicieron durante ochocientos largos años. Sobre todo... estábamos mojados».</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#009900;"><span style="font-size:180%;">En la Irlanda</span> <strong>del siglo XXI uno se sigue mojando,</strong></span> faltaría más. Se moja en Limerick, en la patria chica de Frank McCourt. Se moja en las callejas adoquinadas de Temple Bar, en Dublín; en las interminables praderas salpicadas de flores donde los castillos, las mansiones y las casonas de campo no son más que gotas de lluvia; en el filo de los vertiginosos acantilados y en los recintos monásticos donde el tiempo se sentó un buen día a esperar Dios sabe qué. Pero, irremediablemente, el sol termina por hacer jirones las nubes. Después del callejeo, la sonrisa del viandante se ilumina al entrar en un pub dublinés, promesa de amigables charlas al abrigo de una bebida oscura, espumosa y con sabor a cebada tostada. El verde de los jardines se vuelve brillante, haciendo bueno el tópico, qué remedio, de una isla esmeralda. Los murallones de Moher (ocho kilómetros de longitud) y Slieve League (598 metros de altura, récord europeo) se muestran en toda su plenitud, y parecen gritarle al océano: «No puedes pasar». Las torres cilíndricas y las grandes cruces celtas cogen foco, presumiendo de tantas centurias de vigilancia.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#009900;"><span style="font-size:180%;">«Han traído ustedes el sol».</span> <strong>Marie regenta un «bed & breakfast» en Lismore.</strong></span> Es una acogedora casa con las paredes decoradas de mariposas de cerámica y rodeada de pura naturaleza. Marie y su marido decidieron abrir este establecimiento recientemente, y con la campaña de verano tienen para vivir sin agobios. Lismore, al sur del país, ni siquiera está en las rutas «ortodoxas» para los turistas, pero tiene una fortaleza imponente junto a un río donde los paisanos pescan y se emborrachan de paz. Lugares como éste los hay a puñados. Naturalmente, están las atracciones imprescindibles, como Killarney y su entorno, pero Irlanda invita a la exploración improvisada. Hay tantos «B&B» y en rincones tan llenos de encanto que es fácil repetir la socorrida frase de «me perdería aquí una buena temporada».</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#009900;"><span style="font-size:180%;">La tentación</span> <strong>aguarda al doblar cada recodo costero</strong></span> de los condados de Cork y Kerry. Cinco penínsulas que, como dedos de una mano, se entrelazan con las espumas del mar. Uno empieza en Kinsale, con sus fachadas de colores vivos que esconden librerías y tiendas de artesanía, y quiere quedarse. Uno llega a Mizen Head, donde los alcatraces arbitran el pulso entre el acantilado y las olas, y pierde toda prisa. La tierra alfombrada se muda en farallones rocosos o en playas de fina arena en las penínsulas de Sheep's Head y Beara. Más arriba, el «Ring of Kerry» atraviesa alguno de los escenarios más bellos del país. Si desea zambullirse en los ritmos ancestrales, dé una vuelta más de tuerca y visite las islas Skellig, con sus fortificaciones y monasterios perdidos en la noche de los tiempos, o Dingle, el «dedo meñique» de esa mano imaginaria, tal vez la zona más apegada a las tradiciones gaélicas.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#009900;"><span style="font-size:180%;">La mezcla</span> <strong>entre tradición y modernidad barniza la isla,</strong></span> y es sin duda uno de los factores que han contribuido más poderosamente a la «reconciliación» de los irlandeses, a la superación de los fantasmas del pasado. Tanto en la República de Irlanda como en Irlanda del Norte las gentes celebran su herencia cultural. Hablan de los hados —criaturas que viven en un mundo paralelo al nuestro—; de héroes mitológicos como Cuchulain, un imbatible guerrero de la provincia del Ulster, o del gigante Finn MacCool, que construyó una calzada para abrirse camino a través del mar y llegar hasta su amada, que vivía en una isla de Escocia. La música de los bardos, melodías que parecen tarareadas por el mar, las montañas y el viento, han llegado a nuestros días e inspirado a grandes artistas irlandeses, como U2, Enya, The Corrs, The Cranberries, The Dubliners, The Chieftains, Pogues... La lista es casi tan interminable como la de sus genios literarios: Oscar Wilde, Samuel Beckett. W. B. Yeats, Jonathan Swift, James Joyce...</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#009900;"><span style="font-size:180%;">El autobús turístico</span> <strong>llega al destartalado muelle de Belfast</strong></span> donde se construyó el «Titanic». Cuesta imaginar que el fastuoso barco —cuya leyenda sí ha demostrado ser insumergible— ocupó un día este espacio vacío. Después, recorre los barrios del oeste donde viven las dos comunidades obreras rivales: la protestante de Shankill Road y la católica de Falls Road. Las pintadas y alambradas hablan de un periodo convulso que la ciudad, con la mirada clavada en el futuro, quiere superar. Belfast se despereza y abandona poco a poco el blanco y negro. </span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#009900;"><span style="font-size:180%;">Verde,</span> <strong>húmeda, joven, amistosa, vitalista, musical, ecológica, tradicional, moderna...</strong></span> La isla del trébol y el arpa terminó emigrando de sí misma llevándose un equipaje que sorprende a los viajeros, que se sienten como en casa aunque la decoración sea muy distinta. Éste es un gran país. Frank McCourt, que cuando recuerda su infancia se pregunta cómo pudo sobrevivir siquiera, sin duda estaría de acuerdo con que Irlanda, hoy, «lo es».</span><br /><span style="font-family:Times New Roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><em>(Publicado en ABC el 23-10-2004)</em></span>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-1134564437296732232003-07-19T00:00:00.001+02:002010-04-26T18:39:48.135+02:00LA TIERRA DE LOS ESPÍRITUS<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/1600/stonehenge.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/400/stonehenge.jpg" border="0" /></a><span style="font-family:georgia;font-size:130%;"><em>Hoteles con fantasmas, castillos encantados, misteriosos círculos de piedras, leyendas artúricas, brujería... Les proponemos un viaje nada convencional por la Inglaterra mágica que se esconde en la campiña y en la costa de Wessex, Devon y Cornualles, en el esquinazo oeste del país. La cara tenebrosa del verde y amable mosaico rural inglés</em></span><br /><em><span style="font-size:130%;"></span></em><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">«¿No huelen</span> <strong>ustedes a viejo?».</strong></span> Margaret, una de las camareras de «The Old Bell», que presume de ser el hotel más antiguo de Inglaterra (ya tuvo huéspedes en el siglo XIII), ha abierto la puerta de la habitación «James Ody», pero no ha cruzado el umbral. «Pasen, pasen, miren lo que quieran, hagan fotos... yo me quedo aquí. Ya he tenido bastante por hoy». A Margaret le ha tocado limpiar por la mañana la estancia donde, hace unos años, apareció el cuerpo emparedado de una mujer, la Dama Gris, cuyo espíritu —dicen— nunca ha abandonado el lugar. «Nadie sabe quién es. Yo no la he visto nunca, pero sí he sentido su presencia. Y frío. Un frío aterrador. Y ese olor a viejo, incluso cuando se ventila». Cuatro paredes echándose el aliento, un techo abuhardillado, muebles vetustos, la clásica moqueta de los hoteles ingleses, poca luz... Lo único que no encaja en el decorado es el televisor, pero un fantasma no desentonaría. «A los huéspedes no les decimos nada para no asustarlos. Pero hay gente que conoce la historia y pide esta habitación ex profeso, porque da muchísimo morbo». La camarera afirma que en una ocasión los muebles se movieron y bloquearon la puerta. En la planta baja del establecimiento, al final de un corredor, hay un gran espejo que, según los empleados, a veces no devuelve la imagen de la persona que se mira en él, sino la de la Dama Gris. Suele ocurrir a media noche.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><br /><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">«The Old Bell»,</span> <strong>en Malmesbury, está pegado a las ruinas de una abadía</strong></span> que también tiene su miga, pues cuentan que es el hogar del «monje volador», el fantasma de un intrépido religioso que se lanzó desde una de las torres del edificio montado en una rudimentaria ala delta que no le ahorró un aterrizaje dramático. La abadía dispone de un camposanto al uso, con finas y largas lápidas cubiertas de líquenes y clavadas en un césped impecable. En la esquina sureste está la tumba de Hanna Twynnoy, que murió en 1703 a la edad de 33 años. «La fiereza de un tigre le quitó la vida, y ahora yace aquí, en este lecho de caliza», reza su epitafio. ¿Tigres en la comarca de Wiltshire, en plena campiña inglesa? La explicación es sencilla: el animal pertenecía a un circo ambulante y atacó a Hanna en el pub White Lion (donde lógicamente iría un felino fugado). Los bellos jardines que rodean la abadía y el hotel invitan a un paseo nocturno de pura taquicardia.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">Damas grises</span> <strong>y monjes lideran el ranking fantasmagórico</strong></span> del suroeste de Inglaterra, pero hay niños, jueces y ahorcados a los que les quedaron asuntos pendientes tras exhalar su último aliento. Como William. «Mírenlo, está ahí sentado». Al señor Baker cuesta trabajo entenderle, porque las palabras se deslizan con dificultad por el irregular almenado de su boca. Señala con el dedo una silla vacía junto a la chimenea. «¿De verdad que lo está viendo?». «¡Claro!» —exclama sorprendido, como si descubrir un espectro tomando unas pintas fuera la cosa más normal del mundo—. «¿Ustedes no?». William es una de las atracciones de «The Chough Hotel», en Chard, un pub que ocupa un edificio de 1644 cargado de recuerdos materiales y espirituales. Uno de los más conspicuos es la lápida de la tumba de un tipo llamado Winifred que forma parte de la albañilería de la chimenea. Cómo llegó hasta allí, es un misterio, aunque la leyenda asociada dice que nadie ha podido sacar una fotografía con flash de la piedra en cuestión. </span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">Pero la joya del «Chough»</span> <strong>es una pandilla de fantasmas infantiles.</strong></span> «Sí, mis hijas juegan con ellos en su habitación», dice Jason, el propietario del local e hijo del desdentado señor Baker. Dos rubitas con la pinta de la protagonista de «Poltergeist» asienten con la cabeza antes de iniciar un rally con triciclo entre las mesas del pub. «Son quince o veinte niños, aunque desconocemos su identidad. Estamos investigando. El 17 de mayo de 2003 vino un grupo de dieciséis parapsicólogos y pasó la noche en la casa. Aquí tiene sus conclusiones». El informe, de seis folios, recoge la sobrecogedora experiencia de estos expertos en las diferentes estancias del «Chough». Por ejemplo, una tal Heidi Graham cuenta que vio el fantasma de un anciano, con larga melena rubia, junto a la chimenea. El famoso William. Además de su nombre, la aparición le reveló su edad, 68 años, y su historia: era un salteador de caminos que acabó expiando sus culpas colgado de un roble. Un colega de Heidi, Chris Carter (así se llama, curiosamente, el creador de la mítica serie de televisión «Expediente X». ¿Será el mismo Carter?) recogió en su termómetro diferencias de temperatura de hasta cinco grados centígrados en zonas del bar separadas por muy pocos metros. Aquí hay colillas, aquí han fumado, debió pensar. O lo que es lo mismo: súbitas corrientes frías equivalen a presencias de ultratumba. </span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">El dormitorio</span> <strong>de las niñas, situado en el primer piso, resultó ser una mina.</strong></span> Los parapsicólogos notaron tocamientos en manos y cabello y escucharon los llantos de tres pequeñas llamadas Nancy, Polly y Mary. Lloraban porque querían jugar al escondite con las hijas de Jason. Un miembro del equipo, Lainie Smythe, contactó en otra habitación con Elizabeth, que murió en 1845, a los 15 años de edad. Cuando ella vivía aquí, el edificio era un burdel, y su madre hacía las funciones de madama. Sus cuatro hermanas ejercían la prostitución, y como ella no quería seguir ese camino se suicidó ingiriendo veneno. Elizabeth, bastante parlanchina para las costumbres fantasmales, dio bastantes pistas a los investigadores sobre los otros inquilinos que han convertido el «Chough» en uno de los lugares más aterradores de Inglaterra.«¿Miedo? Nooo... Estamos convencidos de que estos espíritus nos protegen», comenta Jason. «Y son buenos para el negocio». Es temprano —apenas las diez de la mañana— y ya hay clientes en el pub. Tres jóvenes se sientan alrededor de la mesa de William, el ahorcado, dejando libre la silla del fantasma. «Es nuestro sitio favorito —dicen—; y solemos invitar a William a una cerveza para que no se mosquee ». ¿Podrá hacerla pasar sin dolor por su gaznate roto?<br /></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">Los pubs</span> <strong>encantados abundan.</strong></span> En Avebury, por ejemplo, un lugar conocido por su círculo de piedras, hay un establecimiento, el «Red Lion», donde deambula el espíritu de Flori, que fue arrojada a un pozo por su marido cuando, al regresar de la guerra civil inglesa, la encontró retozando en la cama con un vecino. Algunos camareros y clientes aseguran haber visto el fantasma de la muchacha adúltera, que frecuenta el lavabo de señoras y suele mostrarse más espeluznante que amistosa.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">«Aquí está la llave.</span> <strong>Habitación 5».</strong></span> La recepcionista del «White Hart Hotel», en Exeter, se encoge de hombros y sonríe. La «número 5» está en el ala antigua y más aislada del edificio, en mitad de un estrecho pasillo. Su aspecto es poco espectacular: estrecha e incómoda, con una cama, una repisa con la intendencia habitual —un calentador de agua, paquetes de galletas, sobrecitos con café, té, cacao y azúcar—, una tabla para planchar plegada en la pared y una butaca. La cama mira hacia la ventana y el cuarto de baño, que es donde está el meollo del asunto. En ese rincón espera cada noche el espíritu de un juez que vivió en estas dependencias. Al parecer, el fantasma de su amante, que ha sido visto repetidas veces en el jardín exterior, termina colándose en la estancia. El resto de la historia queda en la memoria de algún huésped que, sintiendo un inexplicable erizamiento del vello en mitad de la noche, abre los ojos y se encuentra con el percal.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">Ver para creer.</span> <strong>O creer para ver.</strong></span> «Sí, a veces es cuestión de fe», dice Alan, el guía de los «Ghost Walks» de Bath, una ciudad famosa por sus baños romanos y su arquitectura georgiana. Y por sus espíritus. Este circuito organizado —fórmula que es posible encontrar en otras ciudades inglesas— recorre calles, jardines y edificios que cargan con una historia tétrica. Por ejemplo, el «Garrick's Head», un pub que sirve de punto de encuentro para iniciar la ruta y donde los sucesos paranormales forman parte del menú diario. En los alrededores del pub y del Theatre Royal se citan cada noche los fantasmas de una mujer adúltera y de su amante, que vivían en Bath en el siglo XVIII. El tipo fue despachado por el irritado marido y ella se suicidó. El número 1 de Royal Crescent, una suntuosa residencia palladiana de 1770, es el hogar del espíritu de una joven que canta y sonríe a quien se topa con ella, testigo que normalmente no le da ni las buenas tardes. Y en Assembly Rooms, donde la rica burguesía que veraneaba en Bath en el siglo XVIII se reunía para jugar a las cartas, bailar y escuchar música, hace sus apariciones estelares el Hombre del Sombrero Negro, uno de los fantasmas más populares y vistos... por los que tienen fe.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">¿Y qué hay de los castillos,</span> <strong>las piedras por las que las almas en pena sienten predilección?</strong></span> En estas comarcas inglesas no podían faltar las fortalezas encantadas, como las de Devizes, Okehampton, Totnes y Sherborne. Este último pueblo cuenta, además, con una preciosa iglesia monástica. Al este se alzan las ruinas del castillo antiguo, cuya construcción se remonta a 1107. A finales del siglo XVI, sir Walter Raleigh se encaprichó del inmueble y lo adquirió con la ayuda de la mismísima Isabel I. Más tarde, el noble se casó con una de las damas de honor de la soberana, sin permiso de ésta, y la jugada le costó pasar una temporada a la sombra en la Torre de Londres. Después de invertir grandes cantidades de dinero en restaurar su propiedad, decidió construir una segunda fortificación, pero apenas pudo disfrutarla, pues fue devuelto de nuevo a prisión, esta vez por orden del rey Jaime I. Ambos fortines pasaron entonces al conde de Bristol. El antiguo fue destruido por Cromwell en 1645, después de un asedio de 16 días. Con tantos disgustos en vida y en muerte con estos castillos, parece lógico que el espíritu de sir Walter no haya abandonado el lugar, y que deambule entre las ruinas y el edificio que queda en pie, separados por verdes praderas y un lago de ensueño.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">Caballeros medievales,</span> <strong>doncellas, druidas, viajeros «new age» y místicos</strong></span> de todo pelaje y condición se dan cita en Stonehenge, el círculo de piedras que empezó a ser construido hace 5.000 años, para celebrar el solsticio de verano, una cita que exaspera a los arqueólogos y encanta a los vendedores de disfraces y cultivadores de marihuana. A principios de los 90, la prohibición policial de este tipo de reuniones desembocó en una batalla campal que fue calificada de «vergüenza nacional» por la Cámara de los Comunes. Así que después de la tormenta el sarao sigue en pie, lo mismo que los prehistóricos menhires, aunque el English Heritage ha impuesto unas condiciones: no se puede escalar a las piedras, pues se dañarían los delicados líquenes que las cubren, y no están permitidos los sacos de dormir, las mascotas, las cantidades industriales de alcohol y los «loros» para escuchar a Bob Marley y asimilados. Estas condiciones se incumplen a rajatabla.</span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><br /><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">Lo cierto</span> <strong>es que a muchos de los presentes en este multitudinario guateque</strong></span> les da igual que el sol salga por Antequera o se filtre por los arcos de tan venerables piedras, pues el amanecer los sorprende bastante fumados y bebidos, o agotados después de tocar los tambores toda la noche y bailar haciendo juegos malabares con unos luchacos de última generación. Pero sí hay personas que dicen sentir «algo especial» con la llegada del nuevo día, como si el nacimiento del verano les cargara las pilas espirituales, y la borrasca acude a sus ojos, y juntan las manos y se ponen al rezar.<br /><br /><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">El lugar impone,</span> <strong>a pesar de las aglomeraciones,</strong></span> y tiene todos los elementos para la investigación científica, la especulación folclórica y la meditación trascendental. La construcción, que se realizó en varias etapas durante un periodo de 1.500 años, comenzó hacia 3000 a. C. con el terraplén y el foso circulares que se hallan en la zona exterior. Mil años después se intaló en el interior un anillo de losas de granito, conocidas como «piedras azules» por su color original. Proceden de las montañas Preseli, en Gales (¡a casi 400 kilómetros de Stonehenge!). Cómo se las apañaron los hombres primitivos para transportar estas «bluestones» de cuatro toneladas hasta aquí, es una incógnita.<br /><br /><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">En torno a 1500 a. C.,</span> <strong>los megalitos que le dan su irresistible personalidad</strong></span> al monumento fueron dispuestos en círculo para formar dólmenes de sarsen (un tipo de arenisca). Se extrajeron de una roca extremadamente dura que se encuentra en Marlborough Downs, a 30 kilómetros de aquí, y se calcula que para traer cada una de estas piedras, de 50 toneladas de peso, fue necesaria la participación de 600 obreros. Las «bluestones» fueron redistribuídas hasta formar un arco de herradura, en cuyo interior se situó un «altar». Alrededor se configuró una segunda herradura formada por cinco dólmenes de sarsen. Posteriormente, rodeando los arcos, se levantó un círculo de 30 gigantescos menhires, de los que se conservan 17 en posición vertical y 6 en horizontal. Stonehenge significa, en inglés antiguo, «piedras colgantes». Fue erigido en la noche de los tiempos y ha sobrevivido a muchos solsticios y muchos pillajes (antaño, los turistas alquilaban martillos al herrero de Amesbury para golpear los megalitos y llevarse trozos como souvenirs). ¿Qué es Stonehenge? ¿Un observatorio astronómico? ¿Un símbolo de poder? La última teoría, publicada por el doctor Anthony Perkins en la revista de la Real Sociedad Médica Británica, afirma que el conjunto es una representación simbólica de los órganos sexuales femeninos, algo que ha sido tomado con razonable escepticismo por los especialistas, resignados ya a que el yacimiento, como reza el folleto que dan en la entrada, sea «un misterio para siempre».<br /><br /><span style="color:#663366;"><span style="font-size:180%;">En la Inglaterra mágica</span> <strong>no hay que pasar por alto Avebury</strong></span> —un complejo prehistórico menos visitado y, al menos, tan impresionante como Stonehenge—. Muy cerca se yergue la colina de Silbury, una montaña artificial del tamaño de la menor de las pirámides egipcias; su construcción tuvo lugar en 2500 a. C., y poco más se sabe. El Tor de Glastonbury («tor» es una palabra celta que define un monte de forma triangular) es frecuentado por hippies con ataques de misticismo. Las vistas de la campiña de Somerset merecen la ascensión a esta tachuela de 160 metros de altura. Belleza palpable en la tierra de los espíritus.</span><br /><span style="font-family:Times New Roman;font-size:130%;"></span><br /><em>(Publicado en ABC el 19-7-2003)</em>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-1141323906394792342003-05-25T12:00:00.002+02:002010-04-26T18:40:15.190+02:00HERMANA HOMO SAPIENS<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/1600/portrait_hr2.0.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/400/portrait_hr2.0.jpg" border="0" /></a><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="font-size:180%;"></span></span><br /><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"><span style="font-size:180%;color:#666666;">Las apariencias engañan.</span> Así que, siguiendo al pie de la letra un consejo de la propia Jane Goodall, lo mejor es dejarse guiar por los datos empíricos de la realidad, un ejercicio paciente que nos obliga a quitar las capas superficiales para descubrir lo que somos, no lo que creemos que somos. Miren la foto: parece una de esas adorables abuelitas que regentan un «bed & breakfast» en la campiña inglesa, que te arreglan el cuerpo de buena mañana con huevos fritos, salchichas, beicon, tostadas y mermelada casera. Pues la realidad es muy distinta. La de la imagen es una niña de 69 años que nunca deshizo el equipaje de curiosidad y pasión que nos hacemos en la infancia. Con voz dulce le gusta contar una anécdota que le sucedió cuando tenía cuatro años: «Ayudaba en una granja familiar a recoger los huevos que ponían las gallinas. No entendía de dónde salían esos huevos, y las respuestas de los adultos no me parecían convincentes, así que me escondí durante cuatro horas en una caja, en el gallinero, para observar. Cuando volví a casa mis padres estaban al borde del infarto, incluso habían llamado a la policía. Pero mi madre vio el brillo en mis ojos y escuchó emocionada lo que había descubierto».<br /><br /><span style="font-size:180%;"><span style="color:#666666;">Su madre, Vanne,</span> </span>fue un apoyo fundamental en los difíciles comienzos, la única que no se burló cuando Jane anunció su aventura africana, allá por 1960. Louis Leaky, el famoso paleontólogo, intuyó que las mujeres serían mejores observadoras, más pacientes y persistentes que los hombres, y con una gran capacidad para mediar en los conflictos familiares (virtud muy útil cuando se trabaja con animales de fuertes costumbres sociales); por eso escogió a Dian Fossey para lidiar con los gorilas de montaña y a Jane Goodall para hacer lo propio con los chimpancés. El estudio más largo sobre primates realizado hasta entonces, a cargo de George Schaller, necesitaba una revisión. Así que nuestra protagonista hizo el petate y viajó al Parque Nacional de Gombe (Tanzania) con poco presupuesto y menos experiencia, pensando que en un año estaría todo el pescado vendido, para bien o para mal. Y pasaron cuatro décadas. Gombe se convirtió no sólo en un campo de pruebas para el conocimiento de los parientes más cercanos del hombre, sino en un refugio espiritual. «Salgo sola a la selva y una paz interior se apodera de mí», confiesa Jane. «Me preocupa que las nuevas generaciones piensen que pueden prescindir de la naturaleza, la necesitamos para mantener la mente sana. No sólo la estamos cubriendo con cemento, sino que los niños la sustituyen por la realidad virtual».<br /><br /><span style="font-size:180%;color:#666666;">El Instituto Jane Goodall</span> (</span><a onclick="window.external.Url('www.janegoodall.org');" href="javascript:void(0);"><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"> www.janegoodall.org</span></a><span style="font-family:times new roman;font-size:130%;"> ) continúa con la cruzada, manteniendo al día la investigación sobre los chimpancés de Gombe, cuidando a los que han quedado huérfanos por culpa de los furtivos y realizando un seguimiento de los que están en cautividad. Hace un siglo había dos millones de chimpancés en libertad; hoy, entre 150.000 y 200.000 repartidos en una veintena de países africanos, y unos 5.000 «prisioneros» en zoos, laboratorios y circos ambulantes. Los salvajes viven en pequeños retales de bosque, aislados, con peligro de pérdida de diversidad genética. Náufragos en islas asediadas por empresas madereras y por cazadores sin escrúpulos. «Para mí, es un auténtico genocidio», dice Goodall.<br /><br /><span style="font-size:180%;color:#666666;">La extraordinaria vida interior</span> y la inquebrantable fe de esta mujer en las virtudes del espíritu humano quedan reflejadas en «Gracias a la vida» (Mondadori), su libro de memorias, donde habla de los sentimientos «humanos» de los chimpancés, como la felicidad, la tristeza, el miedo y la desesperación; de sus habilidades (se reconocen frente al espejo, pueden aprender el lenguaje de los sordomudos, pintar...); de su capacidad para morir de pena. Pero la «hermana Homo sapiens» no olvida su propia especie, y ha lanzado en cuarenta países un ambicioso programa, «Roots & Shoots» (raíces y retoños), de apoyo a niños y jóvenes. «Las raíces logran una base sólida; los retoños, aunque parecen pequeños, son capaces de romper un muro para llegar a la luz del sol», comenta esta niña con canas recogidas en una coleta que no ha renunciado a la curiosidad, pues el aprendizaje del mundo que nos rodea no acaba nunca.</span><br /><span style="font-family:Times New Roman;font-size:130%;"></span><br /><span style="font-family:Times New Roman;font-size:130%;"><em>(Publicado en ABC el 25-05-2003)</em></span>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-19519161.post-1145538186725692872002-02-03T00:00:00.001+01:002010-04-26T18:41:39.835+02:00FANTASMAS. ¿HAY ALGUIEN (MÁS) EN CASA?<a href="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/1600/fantas.jpg"><img style="FLOAT: left; MARGIN: 0px 10px 10px 0px; CURSOR: hand" alt="" src="http://photos1.blogger.com/blogger/3564/1396/400/fantas.jpg" border="0" /></a><span style="font-size:130%;"><span style="color:#000066;"><span style="font-family:times new roman;font-size:180%;">“Tú no tienes miedo, ¿verdad?”.</span> <strong>La pregunta enfila por el interminable pasillo,</strong></span> se cuela por las puertas abiertas a ambos lados, zigzaguea por las escaleras hasta el último piso y se escapa por las ventanas hacia la noche oscura. “¿Verdad?”. Pedro Amorós, presidente de la Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas (SEIP), mira fijamente a su interlocutor antes de exponerle una idea: “Apagamos todas las linternas, los demás nos escondemos y tú caminas lentamente hasta el final del pasillo. Tocas la pared y te vuelves. Así creamos un clima de silencio y desasosiego que favorece las apariciones”.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Una idea genial, sin duda.</span> <strong>La otra persona asiente con la cabeza,</strong></span> traga saliva y mira de frente a la boca del lobo. El pasillo y las puertas. El escenario de tantas pesadillas. Empieza a caminar despacio, con cuidado para no tropezar con algún cascote o el esqueleto de un mueble, evitando mirar a los laterales; pero, tras recorrer unos metros, apura el paso. Quiere acabar con el experimento cuanto antes. Nada salvo él parece respirar en el interior del viejo hospital de tuberculosos de Aguas de Busot (Alicante), un caserón vencido por el abandono y el pillaje.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Cuando alcanza el final,</span> <strong>gira rápidamente para volver sobre sus pasos,</strong></span> pero un ruido lo detiene. Proviene de la última estancia. Entonces, el conejillo de indias decide que ya ha cumplido de sobra con su papel, enciende la linterna y comienza la maniobra de evasión. Pero el ruido se repite una y otra vez, y la curiosidad empieza a ganarle el pulso a la prudencia.<br /><br /><span style="color:#000000;">Así que entra en la habitación.<br /></span><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Tres horas antes,</span> <strong>Pedro Amorós rebuscaba en su laboratorio</strong></span> atestado de grabadoras, ordenadores, cámaras digitales y papeles una fotografía muy especial. “Aquí está. Es la mejor imagen que he obtenido hasta ahora”. La foto muestra una misteriosa luz, con forma humana, frente a la fachada de una casa encantada en Puerto Lumbreras (Murcia). Amorós se encoge de hombros y sonríe. “Si alguien puede darme una explicación racional a eso, estoy abierto a cualquier sugerencia”.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">El presidente de la SEIP</span> <strong>lleva 20 años dedicado a la investigación parapsicológica;</strong></span> en concreto, a la “transcomunicación instrumental”. Ha recopilado más de 40.000 psicofonías por medio mundo y ha contado sus experiencias más escalofriantes en el libro “Psicofonías. Voces del más allá” (M&G Difusión). “Mi obsesión es el rigor científico”, comenta. “Sé que me muevo en un terreno pantanoso, así que utilizo el escepticismo como punto de partida. Pero soy respetuoso: el que se ríe de lo que no conoce se ríe de su propia ignorancia”.</span><br /><br /><span style="font-size:130%;"><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Amorós</span> <strong>es ingeniero informático,</strong></span> trabaja en una empresa de seguros y echa un montón de horas extra con su verdadera pasión, en parte inculcada por su padre. “Las tres “e” marcan la diferencia entre el método científico y el paracientífico: los fenómenos paranormales son esporádicos, efímeros y espontáneos. No obedecen a ningún método, ni se pueden reproducir. Yo utilizo las mejores herramientas a mi alcance para dotar de una pizca de ciencia a esta actividad. Supongo que, algún día, la tecnología del silicio nos dará todas las respuestas y gente como yo perderá la ilusión”, sonríe. Lo cierto es que no sabe con qué está contactando. “Les denominamos entidades. ¿Una definición? Son cúmulos energéticos e inteligentes, que habitan en una dimensión o espacio desconocido para nosotros y desde el cual nos ven, hablan y escuchan. Sabemos que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Los seres humanos somos materia, pero también sentimientos. Está claro el destino de la primera cuando morimos, pero, ¿adónde van los impulsos energéticos como el amor, el odio o la alegría?”.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Para grabar esas voces</span> <strong>es preciso un magnetófono de alta calidad,</strong></span> y portátil. Y, por supuesto, los micrófonos (hay de varias clases, adaptables a cada aparato de registro). Algunos estudiosos ven imprescindible el uso de la Jaula de Faraday -una caja absorbente de radiaciones hertzianas que impide que se cuele una emisión de radio-, pero Amorós cree que estas jaulas pueden filtrar también la entrada de verdaderas psicofonías, por lo que su utilización no debe sobrepasar lo estrictamente necesario. Hay que buscar un ambiente silencioso y llevar un cuestionario que evite como respuestas los simples “sí” y “no”. Si hay más testigos es importante que no hablen. En el mejor de los casos es posible conseguir una “interacción psicofónica dialogante”. Pedro ha confeccionado baterías de preguntas que hablan de los entes y su mundo, de su relación con nosotros, de la vida y la muerte, de la Tierra y la naturaleza... He aquí unos ejemplos, con las respuestas obtenidas:<br /><span style="color:#000066;">-¿Cuál es vuestro guía?</span><br />-Dios<br /><span style="color:#000066;">-Cómo sois?</span><br />-Fuimos.<br /><span style="color:#000066;">-¿Sois energía?</span><br />-Como tú.<br /><span style="color:#000066;">-¿Existe la vida después de la muerte?</span><br />-¿Sobre cuál pregunta usted?<br /><span style="color:#000066;">-¿Quién puede veros?</span><br />-Mírame bien.<br /><span style="color:#000066;">-¿Cómo podemos teneros cerca?</span><br />-Llamando. Rézame.<br /><span style="color:#000066;">-¿Dónde está vuestro mundo?</span><br />-En el epitafio.<br /><span style="color:#000066;">-¿Quiénes sois?</span><br />-Lo serás.<br /><span style="color:#000066;">-¿Podemos hacer algo por vosotros?</span><br />-Resta mi tiempo.<br /><span style="color:#000066;">-¿Dónde estáis?</span><br />-Casa de almas.<br /><span style="color:#000066;">-¿Qué religión es la más acertada?</span><br />-Todas son. Él lo sabe.<br /><span style="color:#000066;">-¿Quiénes son los extraterrestres?</span><br />-Malditos navíos.<br /><span style="color:#000066;">-¿Sabéis cosas?</span><br />-No es mi deber.<br /><span style="color:#000066;">-¿Qué es la muerte?</span><br />-Cambio. Viaja luego.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Un rugido estremecedor</span><strong> inunda el laboratorio.</strong></span> “Esta psicofonía es una de mis favoritas. Es como la voz de una bestia. La grabé en mi habitación hace ya muchos años y dura dos minutos”, dice Amorós levantándose de su asiento. “Conozco un antiguo hospital aquí cerca, en las montañas. Dos chavales vieron allí la aparición fantasmal de una mujer que bajaba por unas escaleras. Salieron despavoridos y vinieron a contármelo. En sus caras había verdadero terror. Poco después, un equipo de documentalistas grabó una neblina luminosa en el jardín. El lugar pone los pelos de punta. ¿Vamos?”.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Casi todo el mundo</span> <strong>tiene una historia que contar</strong></span> a una audiencia comprensiva y no burlona, porque el protagonista soportará la duda, pero nunca la risa. Algo que vio -una luz fría, una forma imprecisa o, directamente, un pariente reconocible-, aunque fuera con el rabillo del ojo y durante una décima de segundo; algo que escuchó -una súplica, una advertencia, un susurro ininteligible-, cuando en la habitación no había nadie más que él. O algo que le contó un amigo que le contó su primo que le ocurrió a su hermano. Las conversaciones sobre fantasmas son tan recurrentes como las futbolísticas o las sexuales, y más ahora que el cine ha explotado el fenómeno con éxitos como “Los otros”, “El sexto sentido” o “Lo que la verdad esconde”, por citar algunos de los más recientes.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Cursos, seminarios,</span> <strong>revistas especializadas y, naturalmente, Internet,</strong></span> intentan atrapar a gente ávida de emociones fuertes. En enero pasado, por ejemplo, se inauguraron en Madrid las XXV Jornadas de Parapsicología, organizadas por el padre José María Pilón, un reputado investigador de fenómenos paranormales. La programación de estas conferencias se extiende hasta marzo (información e inscripciones en el teléfono 91 576 06 07). En la Red hay noticias, reportajes, foros y relatos (del tipo “me ocurrió a mí”), todo ello salpimentado con abundante material fotográfico. Los sitios “crédulos” ganan por goleada, como akasico.com, mundomisterioso.com o archivodelcrimen.com, que tiene una sección dedicada a los asesinatos esotéricos. La web de la Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas (</span><a href="http://www.ctv.es/USERS/seip/portal.htm"><span style="font-size:130%;">www.ctv.es/USERS/seip/portal.htm</span></a><span style="font-size:130%;">) es una de las más completas. Pero también hay un hueco para los combatientes de las creencias espurias en la Página Racionalista (</span><a href="http://www.geocities.com/torosaurio/escept"><span style="font-size:130%;">www.geocities.com/torosaurio/escept</span></a><span style="font-size:130%;">), donde no se deja títere -o fantasma- con cabeza. Aunque, según los expertos, muchos escépticos han cambiado de bando después del 11 de septiembre.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">“Un fantasma</span> <strong>es una persona fallecida que vuelve a nuestra realidad</strong></span> con un cometido concreto: ayudar, pedir auxilio o dar información. Hay un conocimiento entre él y el testigo. Por lo tanto, el fantasma está ligado a personas, no a lugares”. Sol Blanco-Soler, del grupo Hepta, quiere dejar las cosas atadas desde el principio, “pues en estos asuntos hay demasiado folclore”. Hepta es un equipo multidisciplinar, nacido a finales de los años 80 en torno a la figura del padre Pilón. Un grupo de amigos que se reúne para resolver misterios -unos 300 hasta la fecha- de forma desinteresada y con la máxima discreción. “Hay personas que llaman angustiadas: Les voy a contar algo que no se van a creer. Y nos reímos, porque a estas alturas estamos curados de espanto”. Sol se encarga de los archivos y de la coordinación del grupo. Piedad Cavero, de los aparatos (vídeo, grabadora). Hay dos físicos, Lorenzo Plaza y José Luis Ramos; un arquitecto, Jaime Alvear, y una clarividente, Paloma Navarrete. Cada uno tiene su trabajo al margen de la parapsicología. “El 95 por ciento de los casos son falsos -continúa-, inventados por gente con patologías psíquicas o problemas familiares. No se trata de fraudes malintencionados, que hay poquísimos, sino errores”.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">La definición inicial</span> <strong>tiene matices como para escribir un libro.</strong></span> O dos. El catálogo de seres y estares incluye las proyecciones que hace una persona en estado de crisis. Por ejemplo: un tipo a punto de ahogarse piensa en su mujer. Ésta, incluso encontrándose a miles de kilómetros de distancia, ve el fantasma de su marido (que no es un verdadero fantasma, porque aún está vivo) que se ha manifestado para “despedirse”. También están las apariciones ligadas a los lugares. No son fantasmas, sino remanentes de energía, impregnaciones que han quedado aprisionadas entre cuatro paredes, fotogramas de una vieja y gastada película. Es como ver reproducido un episodio del pasado; actos con una fuerte carga emocional (asesinatos o suicidios), pero también escenas cotidianas. Apariciones son lo que supuestamente se ven en el hospital de Busot. O en el palacio de Linares y en el Museo Reina Sofía, en Madrid.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">“Los fantasmas</span> <strong>son conscientes de que lo son</strong></span> -señala Sol Blanco-Soler-, aunque es interesante la tesis de “El sexto sentido”: puede que haya algunos que se encuentren en una interfase y no sepan que han muerto. Pero el fantasma puro acude desde el más allá y poco después de producirse el fallecimiento. El testigo no tiene una capacidad especial, así que todos los que estén junto a él podrán verlo. Las experiencias duran poco y, la verdad, creo que es una descortesía salir corriendo, aunque sin duda será nuestra primera reacción. Estos entes no van y vienen cuando lo desean, suelen hablar de un “permiso” y de que están muy ocupados. Les cuesta presentarse, pues deben reducir su vibración energética para entrar en nuestro campo visual. Sentimos frío con su presencia (crean una especie de burbuja gélida) porque captan la energía térmica del medio. No son agresivos ni negativos; de hecho, hay personas que no quieren que los espantemos, pues los ven como seres protectores”.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Y más:</span> <strong>es habitual que se muestren sólo de medio cuerpo para arriba,</strong></span> “desenfocados”, autoiluminados (si es de noche) y tan perfectos como un ser vivo (uno se da cuenta de que es un fantasma cuando desaparece ante sus ojos). No pueden mover cosas de una forma normal, pero sí proyectar su propia energía para hacerlo. Las apariciones pierden fuerza -aunque a veces se reactivan-; pero los fantasmas, en principio, no tienen fecha de caducidad. Estarán entre nosotros mientras tengan una misión que cumplir.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">“Sí, podéis llamarme bruja”.</span> <strong>Un pueblo de la sierra madrileña.</strong></span> Una familia de ganaderos. Una visita imprevista: los abuelos, recientemente fallecidos. El párroco llama al padre Pilón, que acude con sus investigadores. “Al entrar en el salón vi perfectamente a un anciano sentado junto al fuego”, recuerda Paloma Navarrete. “Se lo describí a los familiares para que no hubiera dudas. Después, le pregunté al abuelo para qué había venido. Me contestó: “Para llevarme a mi hijo”. Aunque aquella gente lo silenció, nos enteramos de que el hijo tenía un cáncer y que se negaba a operarse. No hubo más explicaciones ni contactos. No sabemos si el enfermo ha muerto o los fantasmas han desaparecido”.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Paloma Navarrete</span> <strong>ve “cosas raras” desde niña.</strong></span> Durante un tiempo vivió en Guatemala y un chamán le organizó sus habilidades sensitivas. Luego montó un consultorio en Madrid como complemento a su otra actividad profesional (es farmacéutica). Con la ayuda del tarot y una bola de cristal, da rienda suelta a su sexto sentido para satisfacer las preguntas de sus clientes sobre salud, dinero y amor. “A veces hay personas que no aceptan lo que les digo, porque no es lo que desean oír. Es muy embarazoso”. Paloma es, como le gusta llamarla a Pilón, la “brujita” del equipo. Alguien que está en los dos lados.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">“Miedo no siento,</span> <strong>pero sí repelús.</strong></span> En el Museo Reina Sofía, por ejemplo, vi una escena escalofriante al entrar en una dependencia: había varios hombres atados con argollas a la pared. Uno de ellos le dio un mordisco a otro en la cara y le arrancó media mejilla. Ese recinto fue en tiempos un hospital para pobres y dementes y muchos de los que allí fallecieron estaban enterrados en el jardín”. Navarrete también vio una aparición en el palacio de Linares, un sitio que dio mucho que hablar antes de su restauración para convertirse en la sede de la Casa de América. Era una calurosa noche de verano, pero el salón de baile parecía el Ártico. “De repente, una niña con tirabuzones se nos cruzó a toda pastilla. Nos fijamos que en los frescos del techo había un retrato de esa misma pequeña”.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Uno de los casos</span> <strong>más espectaculares resueltos por el grupo Hepta</strong></span> también tiene a una niña como protagonista: el fantasma de las coletas. En una casa de El Pardo (Madrid) había una “presencia” que, entre otras actividades, movía una mecedora. Paloma Navarrete la captó en su bola de cristal. “La bola es un soporte de videncia, un elemento que me ayuda a concentrarme. Requiere un gran esfuerzo. No veo imágenes en ella, sino en una especie de pantalla mental. Así descubrí al fantasma de las coletas, una chiquilla de 14 años llamada Inés. No había vivido allí, pero sí en el vecindario. En la frente tenía una herida. La dueña de la casa investigó el asunto, encontró las partidas de defunción de Inés y comprobó que los datos que le había facilitado encajaban. Más tarde se entrevistó con un hermano de la niña. Le dijo que había muerto a causa de una picadura de abeja en la frente”.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">El padre José María Pilón</span> <strong>acude a la cita con su inseparable péndulo.</strong></span> “Supongo que querrán fotografiarme con él”. Miembro de la Compañía de Jesús, filósofo y teólogo, Pilón es un clásico. Algunas de las investigaciones sobre fenómenos paranormales en nuestro país están grapadas a su nombre. Empezó hace más de 50 años con la radiestesia, el arte de localizar -con la ayuda de una varilla horquillada o un péndulo- todo aquello que existe, pero cuya ubicación se desconoce. La radiestesia física se hace sobre el terreno (por ejemplo, en la búsqueda de agua subterránea), y la telerradiestesia o prospección a distancia, sobre un plano, mapa o fotografía aérea. Esta variedad es la que practica el padre Pilón, que ha sido capaz de encontrar a personas desaparecidas aun estando a miles de kilómetros de distancia. “Necesito una fotografía y toda la información posible del individuo. El esfuerzo de concentración es agotador, así que descanso cada diez minutos”. El péndulo es un elemento conductor de esa sensibilidad especial para captar radiaciones. El jesuita llegó a localizar a Antonio Oriol y al general Villaescusa, secuestrados por los Grapo en 1976, y a un miembro de su orden asesinado en Japón.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Pilón</span> <strong>tiene sus propias teorías</strong></span> sobre casos tan célebres como el de las caras de Bélmez (en su opinión, la dueña de la casa situada en la localidad jienense provoca de modo inconsciente la aparición de rostros en suelos y paredes) y el del palacio de Linares, que entra en la categoría de las “casas que matan”. “Me baso en los estudios del médico y radiestesista alemán Ernst Hartmann sobre las radiaciones terrestres como causa de enfermedades. Las alteraciones del subsuelo perturban el equilibrio electromagnético de la atmósfera, lo que influye negativamente en el ser humano: puede provocarle cáncer o esterilidad, por ejemplo. ¡Cuántos niños han nacido gracias a mi intervención! Que nadie me malinterprete -sonríe-, yo sólo sugerí a sus padres que cambiaran de sitio en la cama”. Así, los misteriosos sucesos del palacio de Linares -voces de ultratumba y nebulosas espectrales que fueron carnaza para el público hace 10 años- tienen su explicación, según Pilón, en la confluencia de aguas subterráneas -en concreto de los arroyos del Abroñigal y de la Castellana- en la plaza de Cibeles.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Pero,</span> <strong>¿cómo explica una persona profundamente religiosa el asunto de los fantasmas?</strong></span> “La muerte no existe; se produce la defunción de la parte puramente física, pero el ser humano tienen “cuerpos energéticos” que no desaparecen, un don entregado por Dios, que es la energía primigenia. El espíritu subsiste en un nivel diferente. Los fantasmas son “reales”. No son perceptibles ni tangibles, pero hay personas con clarividencia que pueden verlos y otras, sin una habilidad especial, que han tenido experiencias que, por sonar increíbles, no tienen por qué ser falsas”.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">“Hija, soy tu madre”.</span> <strong>“Mira quién lo ha dicho”.</strong></span> Escuchar, rebobinar. Escuchar, rebobinar. El parapsicólogo José Castro mueve los dedos a velocidad de vértigo. Parece en trance: oye un perro ladrando a varias manzanas de allí, el viento golpeando en la ventana, un roce, un susurro... ¿una voz? Hace un rato que ha llegado a la casa de San Martín de Valdeiglesias (Madrid) donde se sospecha que hay un fantasma. Ha montado su equipo -los micrófonos, la grabadora, la cámara de vídeo- y ha “cazado” algo. La dueña de la casa cree reconocer la voz de su madre fallecida, pero no la otra, que suena mucho más clara (“Mira quién te lo ha dicho”). Su hija, L. M., de 16 años, permanece en silencio.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">Eran las cinco de la mañana.</span> <strong>L. M. se despertó al sentir mucho frío</strong></span> y se quedó petrificada ante el extraño fenómeno. La luz estuvo flotando en el aire durante unos segundos. La segunda “visita” fue más espectacular. La chica estaba en la cama, despierta, cambió de postura y vio la cabeza de su abuela apoyada en la almohada. “Llevaba el mismo peinado que cuando era joven”, comenta. “Lo supe tras mirar unas fotos antiguas. Al principio tuve miedo, pero ya se me ha pasado. Es mi abuela, me quería mucho, prácticamente me crió. Sé que no va a hacerme ningún daño”. José Castro le aconseja que no se obsesione, “o acabarás viendo u oyendo cosas fruto de tu imaginación”, pero L. M. suele hablar con una amiga de voces que la llaman en la oscuridad, de objetos que se mueven... Su madre ha consultado a una vidente. Le ha dicho que la chica está más cansada que de costumbre y camina encorvada porque lleva el fantasma de su abuela a cuestas. Y que la otra voz, la que se escucha más nítida, es de su bisabuela. Las dos están juntas, y no acaban de irse.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">“Pueblo viejo de Belchite,</span> <strong>ya no te rondan zagales,</strong></span> ya no se oirán las jotas que cantaban nuestros padres”. La pintada en la desvencijada puerta le da un toque melancólico a la iglesia de San Martín, una hermosa ruina que se mantiene milagrosamente en pie, como una trasnochada estrella de cine que se alimenta de recuerdos. Belchite duele al mirarlo. La guerra civil, el progresivo abandono de los vecinos y el saqueo inmisericorde acabó con las hermosas fachadas de la calle Mayor, con las bóvedas de la iglesias, con las torres mudéjares de los conventos. La de San Agustín aún tiene incrustado un obús sin explotar. Algunos lugareños creen que cuando lo haga se despertarán de golpe todos los espíritus.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">“Los frentes de guerra</span> <strong>son lugares propicios para las apariciones</strong></span> y las psicofonías”, explica Ángel Briongos, coordinador en Zaragoza de la Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas. “Y Belchite es una mina. Hemos captado lamentos de niños, voces (“mátala”, “pueblo español”, “treinta y seis” -el año en que empezó la guerra-, “San Martín”) y, lo que es más extraordinario, el zumbido de aviones arrojando bombas. Aquí murieron 3.000 personas en 15 días. El horror que sintieron esas víctimas en el momento del fin ha impregnado el ambiente. Hay algo que provoca que podamos recoger esos terribles sonidos del pasado”.<br /><br /><span style="color:#000066;"><span style="font-size:180%;">La última habitación</span> <strong>del pasillo exhala un aliento gélido.</strong></span> La atmósfera en el hospital abandonado de Aguas de Busot empieza a hacerse claustrofóbica. Cuando la persona entra con la linterna, el ruido que escuchó unos segundos antes se repite a espasmos. Parece como si alguien agitara un papel. O el aleteo de un ave. El recién llegado carraspea para acabar de delatarse y una forma diminuta se levanta del suelo y se posa en la ventana más próxima. Un petirrojo mira a la luz como si estuviera hipnotizado. De repente, alguien más se incorpora a la escena. “Has resistido el experimento”, dice Pedro Amorós. El presidente de la SEIP oye al pajarillo moverse en la ventana y lo alumbra con su linterna. “Vaya, esto fue lo que te asustó. Creíste que había algo misterioso”. Su rostro no denota diversión alguna. “Puede que estemos rodeados de fantasmas, y no los veamos. O puede que no”. El petirrojo mira por última vez hacia el interior desde el alféizar, y desaparece.<br /><br /><span style="color:#000000;">Allí hace un frío espantoso.</span><br /><br /><em>(Publicado en ByN Dominical el 3-2-2002)</em></span>Mike Muddyhttp://www.blogger.com/profile/15873479043904402538noreply@blogger.com3