3.2.02

FANTASMAS. ¿HAY ALGUIEN (MÁS) EN CASA?

“Tú no tienes miedo, ¿verdad?”. La pregunta enfila por el interminable pasillo, se cuela por las puertas abiertas a ambos lados, zigzaguea por las escaleras hasta el último piso y se escapa por las ventanas hacia la noche oscura. “¿Verdad?”. Pedro Amorós, presidente de la Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas (SEIP), mira fijamente a su interlocutor antes de exponerle una idea: “Apagamos todas las linternas, los demás nos escondemos y tú caminas lentamente hasta el final del pasillo. Tocas la pared y te vuelves. Así creamos un clima de silencio y desasosiego que favorece las apariciones”.

Una idea genial, sin duda. La otra persona asiente con la cabeza, traga saliva y mira de frente a la boca del lobo. El pasillo y las puertas. El escenario de tantas pesadillas. Empieza a caminar despacio, con cuidado para no tropezar con algún cascote o el esqueleto de un mueble, evitando mirar a los laterales; pero, tras recorrer unos metros, apura el paso. Quiere acabar con el experimento cuanto antes. Nada salvo él parece respirar en el interior del viejo hospital de tuberculosos de Aguas de Busot (Alicante), un caserón vencido por el abandono y el pillaje.

Cuando alcanza el final, gira rápidamente para volver sobre sus pasos, pero un ruido lo detiene. Proviene de la última estancia. Entonces, el conejillo de indias decide que ya ha cumplido de sobra con su papel, enciende la linterna y comienza la maniobra de evasión. Pero el ruido se repite una y otra vez, y la curiosidad empieza a ganarle el pulso a la prudencia.

Así que entra en la habitación.

Tres horas antes, Pedro Amorós rebuscaba en su laboratorio atestado de grabadoras, ordenadores, cámaras digitales y papeles una fotografía muy especial. “Aquí está. Es la mejor imagen que he obtenido hasta ahora”. La foto muestra una misteriosa luz, con forma humana, frente a la fachada de una casa encantada en Puerto Lumbreras (Murcia). Amorós se encoge de hombros y sonríe. “Si alguien puede darme una explicación racional a eso, estoy abierto a cualquier sugerencia”.

El presidente de la SEIP lleva 20 años dedicado a la investigación parapsicológica; en concreto, a la “transcomunicación instrumental”. Ha recopilado más de 40.000 psicofonías por medio mundo y ha contado sus experiencias más escalofriantes en el libro “Psicofonías. Voces del más allá” (M&G Difusión). “Mi obsesión es el rigor científico”, comenta. “Sé que me muevo en un terreno pantanoso, así que utilizo el escepticismo como punto de partida. Pero soy respetuoso: el que se ríe de lo que no conoce se ríe de su propia ignorancia”.


Amorós es ingeniero informático, trabaja en una empresa de seguros y echa un montón de horas extra con su verdadera pasión, en parte inculcada por su padre. “Las tres “e” marcan la diferencia entre el método científico y el paracientífico: los fenómenos paranormales son esporádicos, efímeros y espontáneos. No obedecen a ningún método, ni se pueden reproducir. Yo utilizo las mejores herramientas a mi alcance para dotar de una pizca de ciencia a esta actividad. Supongo que, algún día, la tecnología del silicio nos dará todas las respuestas y gente como yo perderá la ilusión”, sonríe. Lo cierto es que no sabe con qué está contactando. “Les denominamos entidades. ¿Una definición? Son cúmulos energéticos e inteligentes, que habitan en una dimensión o espacio desconocido para nosotros y desde el cual nos ven, hablan y escuchan. Sabemos que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Los seres humanos somos materia, pero también sentimientos. Está claro el destino de la primera cuando morimos, pero, ¿adónde van los impulsos energéticos como el amor, el odio o la alegría?”.

Para grabar esas voces es preciso un magnetófono de alta calidad, y portátil. Y, por supuesto, los micrófonos (hay de varias clases, adaptables a cada aparato de registro). Algunos estudiosos ven imprescindible el uso de la Jaula de Faraday -una caja absorbente de radiaciones hertzianas que impide que se cuele una emisión de radio-, pero Amorós cree que estas jaulas pueden filtrar también la entrada de verdaderas psicofonías, por lo que su utilización no debe sobrepasar lo estrictamente necesario. Hay que buscar un ambiente silencioso y llevar un cuestionario que evite como respuestas los simples “sí” y “no”. Si hay más testigos es importante que no hablen. En el mejor de los casos es posible conseguir una “interacción psicofónica dialogante”. Pedro ha confeccionado baterías de preguntas que hablan de los entes y su mundo, de su relación con nosotros, de la vida y la muerte, de la Tierra y la naturaleza... He aquí unos ejemplos, con las respuestas obtenidas:
-¿Cuál es vuestro guía?
-Dios
-Cómo sois?
-Fuimos.
-¿Sois energía?
-Como tú.
-¿Existe la vida después de la muerte?
-¿Sobre cuál pregunta usted?
-¿Quién puede veros?
-Mírame bien.
-¿Cómo podemos teneros cerca?
-Llamando. Rézame.
-¿Dónde está vuestro mundo?
-En el epitafio.
-¿Quiénes sois?
-Lo serás.
-¿Podemos hacer algo por vosotros?
-Resta mi tiempo.
-¿Dónde estáis?
-Casa de almas.
-¿Qué religión es la más acertada?
-Todas son. Él lo sabe.
-¿Quiénes son los extraterrestres?
-Malditos navíos.
-¿Sabéis cosas?
-No es mi deber.
-¿Qué es la muerte?
-Cambio. Viaja luego.

Un rugido estremecedor inunda el laboratorio. “Esta psicofonía es una de mis favoritas. Es como la voz de una bestia. La grabé en mi habitación hace ya muchos años y dura dos minutos”, dice Amorós levantándose de su asiento. “Conozco un antiguo hospital aquí cerca, en las montañas. Dos chavales vieron allí la aparición fantasmal de una mujer que bajaba por unas escaleras. Salieron despavoridos y vinieron a contármelo. En sus caras había verdadero terror. Poco después, un equipo de documentalistas grabó una neblina luminosa en el jardín. El lugar pone los pelos de punta. ¿Vamos?”.

Casi todo el mundo tiene una historia que contar a una audiencia comprensiva y no burlona, porque el protagonista soportará la duda, pero nunca la risa. Algo que vio -una luz fría, una forma imprecisa o, directamente, un pariente reconocible-, aunque fuera con el rabillo del ojo y durante una décima de segundo; algo que escuchó -una súplica, una advertencia, un susurro ininteligible-, cuando en la habitación no había nadie más que él. O algo que le contó un amigo que le contó su primo que le ocurrió a su hermano. Las conversaciones sobre fantasmas son tan recurrentes como las futbolísticas o las sexuales, y más ahora que el cine ha explotado el fenómeno con éxitos como “Los otros”, “El sexto sentido” o “Lo que la verdad esconde”, por citar algunos de los más recientes.

Cursos, seminarios, revistas especializadas y, naturalmente, Internet, intentan atrapar a gente ávida de emociones fuertes. En enero pasado, por ejemplo, se inauguraron en Madrid las XXV Jornadas de Parapsicología, organizadas por el padre José María Pilón, un reputado investigador de fenómenos paranormales. La programación de estas conferencias se extiende hasta marzo (información e inscripciones en el teléfono 91 576 06 07). En la Red hay noticias, reportajes, foros y relatos (del tipo “me ocurrió a mí”), todo ello salpimentado con abundante material fotográfico. Los sitios “crédulos” ganan por goleada, como akasico.com, mundomisterioso.com o archivodelcrimen.com, que tiene una sección dedicada a los asesinatos esotéricos. La web de la Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas (
www.ctv.es/USERS/seip/portal.htm) es una de las más completas. Pero también hay un hueco para los combatientes de las creencias espurias en la Página Racionalista (www.geocities.com/torosaurio/escept), donde no se deja títere -o fantasma- con cabeza. Aunque, según los expertos, muchos escépticos han cambiado de bando después del 11 de septiembre.

“Un fantasma es una persona fallecida que vuelve a nuestra realidad con un cometido concreto: ayudar, pedir auxilio o dar información. Hay un conocimiento entre él y el testigo. Por lo tanto, el fantasma está ligado a personas, no a lugares”. Sol Blanco-Soler, del grupo Hepta, quiere dejar las cosas atadas desde el principio, “pues en estos asuntos hay demasiado folclore”. Hepta es un equipo multidisciplinar, nacido a finales de los años 80 en torno a la figura del padre Pilón. Un grupo de amigos que se reúne para resolver misterios -unos 300 hasta la fecha- de forma desinteresada y con la máxima discreción. “Hay personas que llaman angustiadas: Les voy a contar algo que no se van a creer. Y nos reímos, porque a estas alturas estamos curados de espanto”. Sol se encarga de los archivos y de la coordinación del grupo. Piedad Cavero, de los aparatos (vídeo, grabadora). Hay dos físicos, Lorenzo Plaza y José Luis Ramos; un arquitecto, Jaime Alvear, y una clarividente, Paloma Navarrete. Cada uno tiene su trabajo al margen de la parapsicología. “El 95 por ciento de los casos son falsos -continúa-, inventados por gente con patologías psíquicas o problemas familiares. No se trata de fraudes malintencionados, que hay poquísimos, sino errores”.

La definición inicial tiene matices como para escribir un libro. O dos. El catálogo de seres y estares incluye las proyecciones que hace una persona en estado de crisis. Por ejemplo: un tipo a punto de ahogarse piensa en su mujer. Ésta, incluso encontrándose a miles de kilómetros de distancia, ve el fantasma de su marido (que no es un verdadero fantasma, porque aún está vivo) que se ha manifestado para “despedirse”. También están las apariciones ligadas a los lugares. No son fantasmas, sino remanentes de energía, impregnaciones que han quedado aprisionadas entre cuatro paredes, fotogramas de una vieja y gastada película. Es como ver reproducido un episodio del pasado; actos con una fuerte carga emocional (asesinatos o suicidios), pero también escenas cotidianas. Apariciones son lo que supuestamente se ven en el hospital de Busot. O en el palacio de Linares y en el Museo Reina Sofía, en Madrid.

“Los fantasmas son conscientes de que lo son -señala Sol Blanco-Soler-, aunque es interesante la tesis de “El sexto sentido”: puede que haya algunos que se encuentren en una interfase y no sepan que han muerto. Pero el fantasma puro acude desde el más allá y poco después de producirse el fallecimiento. El testigo no tiene una capacidad especial, así que todos los que estén junto a él podrán verlo. Las experiencias duran poco y, la verdad, creo que es una descortesía salir corriendo, aunque sin duda será nuestra primera reacción. Estos entes no van y vienen cuando lo desean, suelen hablar de un “permiso” y de que están muy ocupados. Les cuesta presentarse, pues deben reducir su vibración energética para entrar en nuestro campo visual. Sentimos frío con su presencia (crean una especie de burbuja gélida) porque captan la energía térmica del medio. No son agresivos ni negativos; de hecho, hay personas que no quieren que los espantemos, pues los ven como seres protectores”.

Y más: es habitual que se muestren sólo de medio cuerpo para arriba, “desenfocados”, autoiluminados (si es de noche) y tan perfectos como un ser vivo (uno se da cuenta de que es un fantasma cuando desaparece ante sus ojos). No pueden mover cosas de una forma normal, pero sí proyectar su propia energía para hacerlo. Las apariciones pierden fuerza -aunque a veces se reactivan-; pero los fantasmas, en principio, no tienen fecha de caducidad. Estarán entre nosotros mientras tengan una misión que cumplir.

“Sí, podéis llamarme bruja”. Un pueblo de la sierra madrileña. Una familia de ganaderos. Una visita imprevista: los abuelos, recientemente fallecidos. El párroco llama al padre Pilón, que acude con sus investigadores. “Al entrar en el salón vi perfectamente a un anciano sentado junto al fuego”, recuerda Paloma Navarrete. “Se lo describí a los familiares para que no hubiera dudas. Después, le pregunté al abuelo para qué había venido. Me contestó: “Para llevarme a mi hijo”. Aunque aquella gente lo silenció, nos enteramos de que el hijo tenía un cáncer y que se negaba a operarse. No hubo más explicaciones ni contactos. No sabemos si el enfermo ha muerto o los fantasmas han desaparecido”.

Paloma Navarrete ve “cosas raras” desde niña. Durante un tiempo vivió en Guatemala y un chamán le organizó sus habilidades sensitivas. Luego montó un consultorio en Madrid como complemento a su otra actividad profesional (es farmacéutica). Con la ayuda del tarot y una bola de cristal, da rienda suelta a su sexto sentido para satisfacer las preguntas de sus clientes sobre salud, dinero y amor. “A veces hay personas que no aceptan lo que les digo, porque no es lo que desean oír. Es muy embarazoso”. Paloma es, como le gusta llamarla a Pilón, la “brujita” del equipo. Alguien que está en los dos lados.

“Miedo no siento, pero sí repelús. En el Museo Reina Sofía, por ejemplo, vi una escena escalofriante al entrar en una dependencia: había varios hombres atados con argollas a la pared. Uno de ellos le dio un mordisco a otro en la cara y le arrancó media mejilla. Ese recinto fue en tiempos un hospital para pobres y dementes y muchos de los que allí fallecieron estaban enterrados en el jardín”. Navarrete también vio una aparición en el palacio de Linares, un sitio que dio mucho que hablar antes de su restauración para convertirse en la sede de la Casa de América. Era una calurosa noche de verano, pero el salón de baile parecía el Ártico. “De repente, una niña con tirabuzones se nos cruzó a toda pastilla. Nos fijamos que en los frescos del techo había un retrato de esa misma pequeña”.

Uno de los casos más espectaculares resueltos por el grupo Hepta también tiene a una niña como protagonista: el fantasma de las coletas. En una casa de El Pardo (Madrid) había una “presencia” que, entre otras actividades, movía una mecedora. Paloma Navarrete la captó en su bola de cristal. “La bola es un soporte de videncia, un elemento que me ayuda a concentrarme. Requiere un gran esfuerzo. No veo imágenes en ella, sino en una especie de pantalla mental. Así descubrí al fantasma de las coletas, una chiquilla de 14 años llamada Inés. No había vivido allí, pero sí en el vecindario. En la frente tenía una herida. La dueña de la casa investigó el asunto, encontró las partidas de defunción de Inés y comprobó que los datos que le había facilitado encajaban. Más tarde se entrevistó con un hermano de la niña. Le dijo que había muerto a causa de una picadura de abeja en la frente”.

El padre José María Pilón acude a la cita con su inseparable péndulo. “Supongo que querrán fotografiarme con él”. Miembro de la Compañía de Jesús, filósofo y teólogo, Pilón es un clásico. Algunas de las investigaciones sobre fenómenos paranormales en nuestro país están grapadas a su nombre. Empezó hace más de 50 años con la radiestesia, el arte de localizar -con la ayuda de una varilla horquillada o un péndulo- todo aquello que existe, pero cuya ubicación se desconoce. La radiestesia física se hace sobre el terreno (por ejemplo, en la búsqueda de agua subterránea), y la telerradiestesia o prospección a distancia, sobre un plano, mapa o fotografía aérea. Esta variedad es la que practica el padre Pilón, que ha sido capaz de encontrar a personas desaparecidas aun estando a miles de kilómetros de distancia. “Necesito una fotografía y toda la información posible del individuo. El esfuerzo de concentración es agotador, así que descanso cada diez minutos”. El péndulo es un elemento conductor de esa sensibilidad especial para captar radiaciones. El jesuita llegó a localizar a Antonio Oriol y al general Villaescusa, secuestrados por los Grapo en 1976, y a un miembro de su orden asesinado en Japón.

Pilón tiene sus propias teorías sobre casos tan célebres como el de las caras de Bélmez (en su opinión, la dueña de la casa situada en la localidad jienense provoca de modo inconsciente la aparición de rostros en suelos y paredes) y el del palacio de Linares, que entra en la categoría de las “casas que matan”. “Me baso en los estudios del médico y radiestesista alemán Ernst Hartmann sobre las radiaciones terrestres como causa de enfermedades. Las alteraciones del subsuelo perturban el equilibrio electromagnético de la atmósfera, lo que influye negativamente en el ser humano: puede provocarle cáncer o esterilidad, por ejemplo. ¡Cuántos niños han nacido gracias a mi intervención! Que nadie me malinterprete -sonríe-, yo sólo sugerí a sus padres que cambiaran de sitio en la cama”. Así, los misteriosos sucesos del palacio de Linares -voces de ultratumba y nebulosas espectrales que fueron carnaza para el público hace 10 años- tienen su explicación, según Pilón, en la confluencia de aguas subterráneas -en concreto de los arroyos del Abroñigal y de la Castellana- en la plaza de Cibeles.

Pero, ¿cómo explica una persona profundamente religiosa el asunto de los fantasmas? “La muerte no existe; se produce la defunción de la parte puramente física, pero el ser humano tienen “cuerpos energéticos” que no desaparecen, un don entregado por Dios, que es la energía primigenia. El espíritu subsiste en un nivel diferente. Los fantasmas son “reales”. No son perceptibles ni tangibles, pero hay personas con clarividencia que pueden verlos y otras, sin una habilidad especial, que han tenido experiencias que, por sonar increíbles, no tienen por qué ser falsas”.

“Hija, soy tu madre”. “Mira quién lo ha dicho”. Escuchar, rebobinar. Escuchar, rebobinar. El parapsicólogo José Castro mueve los dedos a velocidad de vértigo. Parece en trance: oye un perro ladrando a varias manzanas de allí, el viento golpeando en la ventana, un roce, un susurro... ¿una voz? Hace un rato que ha llegado a la casa de San Martín de Valdeiglesias (Madrid) donde se sospecha que hay un fantasma. Ha montado su equipo -los micrófonos, la grabadora, la cámara de vídeo- y ha “cazado” algo. La dueña de la casa cree reconocer la voz de su madre fallecida, pero no la otra, que suena mucho más clara (“Mira quién te lo ha dicho”). Su hija, L. M., de 16 años, permanece en silencio.

Eran las cinco de la mañana. L. M. se despertó al sentir mucho frío y se quedó petrificada ante el extraño fenómeno. La luz estuvo flotando en el aire durante unos segundos. La segunda “visita” fue más espectacular. La chica estaba en la cama, despierta, cambió de postura y vio la cabeza de su abuela apoyada en la almohada. “Llevaba el mismo peinado que cuando era joven”, comenta. “Lo supe tras mirar unas fotos antiguas. Al principio tuve miedo, pero ya se me ha pasado. Es mi abuela, me quería mucho, prácticamente me crió. Sé que no va a hacerme ningún daño”. José Castro le aconseja que no se obsesione, “o acabarás viendo u oyendo cosas fruto de tu imaginación”, pero L. M. suele hablar con una amiga de voces que la llaman en la oscuridad, de objetos que se mueven... Su madre ha consultado a una vidente. Le ha dicho que la chica está más cansada que de costumbre y camina encorvada porque lleva el fantasma de su abuela a cuestas. Y que la otra voz, la que se escucha más nítida, es de su bisabuela. Las dos están juntas, y no acaban de irse.

“Pueblo viejo de Belchite, ya no te rondan zagales, ya no se oirán las jotas que cantaban nuestros padres”. La pintada en la desvencijada puerta le da un toque melancólico a la iglesia de San Martín, una hermosa ruina que se mantiene milagrosamente en pie, como una trasnochada estrella de cine que se alimenta de recuerdos. Belchite duele al mirarlo. La guerra civil, el progresivo abandono de los vecinos y el saqueo inmisericorde acabó con las hermosas fachadas de la calle Mayor, con las bóvedas de la iglesias, con las torres mudéjares de los conventos. La de San Agustín aún tiene incrustado un obús sin explotar. Algunos lugareños creen que cuando lo haga se despertarán de golpe todos los espíritus.

“Los frentes de guerra son lugares propicios para las apariciones y las psicofonías”, explica Ángel Briongos, coordinador en Zaragoza de la Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas. “Y Belchite es una mina. Hemos captado lamentos de niños, voces (“mátala”, “pueblo español”, “treinta y seis” -el año en que empezó la guerra-, “San Martín”) y, lo que es más extraordinario, el zumbido de aviones arrojando bombas. Aquí murieron 3.000 personas en 15 días. El horror que sintieron esas víctimas en el momento del fin ha impregnado el ambiente. Hay algo que provoca que podamos recoger esos terribles sonidos del pasado”.

La última habitación del pasillo exhala un aliento gélido. La atmósfera en el hospital abandonado de Aguas de Busot empieza a hacerse claustrofóbica. Cuando la persona entra con la linterna, el ruido que escuchó unos segundos antes se repite a espasmos. Parece como si alguien agitara un papel. O el aleteo de un ave. El recién llegado carraspea para acabar de delatarse y una forma diminuta se levanta del suelo y se posa en la ventana más próxima. Un petirrojo mira a la luz como si estuviera hipnotizado. De repente, alguien más se incorpora a la escena. “Has resistido el experimento”, dice Pedro Amorós. El presidente de la SEIP oye al pajarillo moverse en la ventana y lo alumbra con su linterna. “Vaya, esto fue lo que te asustó. Creíste que había algo misterioso”. Su rostro no denota diversión alguna. “Puede que estemos rodeados de fantasmas, y no los veamos. O puede que no”. El petirrojo mira por última vez hacia el interior desde el alféizar, y desaparece.

Allí hace un frío espantoso.

(Publicado en ByN Dominical el 3-2-2002)