25.5.03

HERMANA HOMO SAPIENS




















Las apariencias engañan. Así que, siguiendo al pie de la letra un consejo de la propia Jane Goodall, lo mejor es dejarse guiar por los datos empíricos de la realidad, un ejercicio paciente que nos obliga a quitar las capas superficiales para descubrir lo que somos, no lo que creemos que somos. Miren la foto: parece una de esas adorables abuelitas que regentan un «bed & breakfast» en la campiña inglesa, que te arreglan el cuerpo de buena mañana con huevos fritos, salchichas, beicon, tostadas y mermelada casera. Pues la realidad es muy distinta. La de la imagen es una niña de 69 años que nunca deshizo el equipaje de curiosidad y pasión que nos hacemos en la infancia. Con voz dulce le gusta contar una anécdota que le sucedió cuando tenía cuatro años: «Ayudaba en una granja familiar a recoger los huevos que ponían las gallinas. No entendía de dónde salían esos huevos, y las respuestas de los adultos no me parecían convincentes, así que me escondí durante cuatro horas en una caja, en el gallinero, para observar. Cuando volví a casa mis padres estaban al borde del infarto, incluso habían llamado a la policía. Pero mi madre vio el brillo en mis ojos y escuchó emocionada lo que había descubierto».

Su madre, Vanne, fue un apoyo fundamental en los difíciles comienzos, la única que no se burló cuando Jane anunció su aventura africana, allá por 1960. Louis Leaky, el famoso paleontólogo, intuyó que las mujeres serían mejores observadoras, más pacientes y persistentes que los hombres, y con una gran capacidad para mediar en los conflictos familiares (virtud muy útil cuando se trabaja con animales de fuertes costumbres sociales); por eso escogió a Dian Fossey para lidiar con los gorilas de montaña y a Jane Goodall para hacer lo propio con los chimpancés. El estudio más largo sobre primates realizado hasta entonces, a cargo de George Schaller, necesitaba una revisión. Así que nuestra protagonista hizo el petate y viajó al Parque Nacional de Gombe (Tanzania) con poco presupuesto y menos experiencia, pensando que en un año estaría todo el pescado vendido, para bien o para mal. Y pasaron cuatro décadas. Gombe se convirtió no sólo en un campo de pruebas para el conocimiento de los parientes más cercanos del hombre, sino en un refugio espiritual. «Salgo sola a la selva y una paz interior se apodera de mí», confiesa Jane. «Me preocupa que las nuevas generaciones piensen que pueden prescindir de la naturaleza, la necesitamos para mantener la mente sana. No sólo la estamos cubriendo con cemento, sino que los niños la sustituyen por la realidad virtual».

El Instituto Jane Goodall (
www.janegoodall.org ) continúa con la cruzada, manteniendo al día la investigación sobre los chimpancés de Gombe, cuidando a los que han quedado huérfanos por culpa de los furtivos y realizando un seguimiento de los que están en cautividad. Hace un siglo había dos millones de chimpancés en libertad; hoy, entre 150.000 y 200.000 repartidos en una veintena de países africanos, y unos 5.000 «prisioneros» en zoos, laboratorios y circos ambulantes. Los salvajes viven en pequeños retales de bosque, aislados, con peligro de pérdida de diversidad genética. Náufragos en islas asediadas por empresas madereras y por cazadores sin escrúpulos. «Para mí, es un auténtico genocidio», dice Goodall.

La extraordinaria vida interior y la inquebrantable fe de esta mujer en las virtudes del espíritu humano quedan reflejadas en «Gracias a la vida» (Mondadori), su libro de memorias, donde habla de los sentimientos «humanos» de los chimpancés, como la felicidad, la tristeza, el miedo y la desesperación; de sus habilidades (se reconocen frente al espejo, pueden aprender el lenguaje de los sordomudos, pintar...); de su capacidad para morir de pena. Pero la «hermana Homo sapiens» no olvida su propia especie, y ha lanzado en cuarenta países un ambicioso programa, «Roots & Shoots» (raíces y retoños), de apoyo a niños y jóvenes. «Las raíces logran una base sólida; los retoños, aunque parecen pequeños, son capaces de romper un muro para llegar a la luz del sol», comenta esta niña con canas recogidas en una coleta que no ha renunciado a la curiosidad, pues el aprendizaje del mundo que nos rodea no acaba nunca.


(Publicado en ABC el 25-05-2003)