6.5.07

TIERRAS ALTAS, EL ALMA NATURAL DE ESCOCIA



Escocia celebra en 2007 el «año de las Highlands» con múltiples eventos. Hemos explorado el lado natural y deportivo que se esconde en este paisaje indómito

Charlie acaba su exhibición trialera, zigzaguea hábilmente entre las raíces de los pinos y aparca su bicicleta junto a Loch an Eilein. Durante unos minutos, escuchando sólo el sonido de su respiración, se regala una postal escocesa: el bosque, el lago, el castillo... y el cielo perdonavidas que puede pero no quiere. La lluvia no desentonaría en este rincón del Parque Nacional Cairngorms, cerca de Aviemore, en las Tierras Altas de Escocia, pero esta mañana de abril prefiere dar una tregua para regocijo de ciclistas y paseantes. Las Highlands basan su prestigio en el indómito paisaje de colinas chatas con vocación alpina, en las tupidas manchas forestales, en los pastos, riachuelos y turberas, en las piedras cargadas de historia, en las destilerías de whisky de malta, en el vacío apenas perturbado por ovejas y vacas melenudas, en las leyendas de William Wallace, Rob Roy y otros héroes vestidos con kilt... Uno puede disfrutar de estas cosas con premura, como el que sella un pasaporte en los pabellones de una exposición sin detenerse, o integrarse en el paisaje caminando, pedaleando, remando o montando a caballo. La oferta de actividades al aire libre en las Tierras Altas le da otra dimensión a los tópicos escoceses. Charlie, guía de una empresa de deportes de aventura, lo sabe. Emigró desde el condado de Devon, en el suroeste de Inglaterra, para convertir su pasión en trabajo.

Los Cairngorms forman la espina dorsal del parque nacional más extenso del Reino Unido, con 3.800 kilómetros cuadrados de superficie. Junto con el de Loch Lomond y los Trossachs constituye una de las propuestas naturales más tentadoras de Escocia, con una extensa red de caminos que acercan al visitante a sus bosques, lagos y cumbres, donde habitan bichos tan interesantes como el ciervo rojo, el urogallo o el águila pescadora. El abanico de posibilidades abarca desde el senderismo hasta los deportes extremos, pasando por la bicicleta de montaña, canoa, kayak, rafting, pesca, golf, escalada, descenso de cañones y esquí. Aquí, como en toda Gran Bretaña, se puede aplicar la historia del inglés que subió una colina pero bajó una montaña, aunque no conviene despreciar estas «tachuelas» de 1.200 ó 1.300 metros de altitud a las que el invierno sube de categoría. Nieva en abundancia, el viento sopla huracanado y el mercurio cae bajo cero, nos cuentan. Un funicular ahorra el esfuerzo a quien busca vistas panorámicas, pero ojo, no está permitido salir de la terraza de la estación término para cubrir el tramo final hasta la cima de Cairngorm (1.245 metros). El campo, para quien lo trabaja. Paradoja: el ferrocarril de montaña y los telesillas para los esquiadores son cicatrices más asumibles que las huellas de los excursionistas que aprovechan los atajos. Abajo, en el valle, el Parque Forestal de Glenmore abraza a Loch Morlich, donde el águila pescadora exhibe sus habilidades a los pescadores humanos.

Este joven parque nacional (creado en 2003) y su pueblo lanzadera, Aviemore (con atractivos combos —pubs y tiendas de artículos de montaña, dos formas distintas de ejercitarse sin salir del mismo establecimiento—), se han convertido en referencias imprescindibles en un año en que los escoceses quieren dar a conocer la riqueza histórica, cultural y medioambiental de su región más famosa.
Biscuit da un cursillo exprés de manejo de remos en Loch Tay, un bellísimo brazo de agua encajonado entre las colinas de Perthshire. Un guía de nombre «Galleta» puede augurar un trayecto dulce o amargo, según se mire. Las canoas avanzan ágilmente por el lago, que está como un plato, hasta el Scottish Crannog Centre, un reconstruido palafito de la Edad de Hierro. Los patos salen detrás de las estacas sobre las que se asienta la cabaña para curiosear, pero como no hay recompensa enseguida pierden interés. No hay constancia de que vivan primos de Nessie en Loch Tay. Ni siquiera hay constancia de que viva Nessie en Loch Ness, pero cualquiera lo pone en duda. Después de varias maniobras alrededor de unas boyas, Biscuit decide que sus clientes ya están preparados para afrontar el río.

Media hora después, naufragio en los rápidos.

El húmedo regreso a Kenmore, un pueblecito junto al lago que uno transformaría en miniatura para llevárselo a casa, es un recorrido a pie a través de la inmensa finca que rodea el castillo de Taymouth, construido a principios del siglo XIX y al que están lavando la cara para transformarlo en hotel. Dura competencia para la posada de Kenmore, inaugurada un lejano 3 de noviembre de 1572 —es la más antigua de Escocia—. Dentro de los terrenos se incluye un campo de golf reglamentario, así que un aficionado perdería la cabeza practicando el swing en estas praderas donde retozan faisanes y conejos. Preguntamos si el castillo tiene fantasma, pero Biscuit duda. «Si no tiene, hay que fichar uno inmediatamente», afirma convencido.

El entorno de Kenmore da para más actividades al margen del agua y del green. Para eso es preciso echarse al monte en busca de nuevos puntos de vista, a pie o pedaleando. Desde arriba, ya tenemos la codiciada miniatura: el lago y el río; el pueblo con su posada, su iglesia y su cementerio; el castillo y el campo de 18 hoyos...
Atholl Estates, a un paso de la bonita y turística ciudad de Pitlochry, es una de las fincas más espectaculares de las Highlands: una vasta extensión de terreno con castillo donde una docena de duques se fue relevando para darse la vida padre. La nobleza que hizo del ocio un arte agradece ahora el ocio de los plebeyos: rutas a caballo, a pie o en 4x4 para visitar el reino del ciervo. La cacería del soberbio animal suele ser hoy menos cruenta que antaño; se hace puntería con las cámaras fotográficas, aunque se reservan algunas piezas para tiradores con rifle y dinero para invertirlo en un trofeo de categoría. Las actividades se coordinan desde el castillo de Blair, donde un gaitero da la bienvenida a los turistas interpretando «Scotland the Brave» y otros clásicos. Lejos del mundanal ruido, de los retratos de los duques, las alabardas que decoran las paredes y las alcobas con dosel, colina arriba, la fauna premia al excursionista paciente y silencioso. Aves pequeñas, como el carbonero y el pinzón; grandes, como el urogallo rojo; más grandes, como el águila real. Ardillas y corzos. Y el monarca que nos devuelve la mirada antes de desaparecer y dejarnos pensando que todo fue un espejismo.

«Los visitantes nos dicen que Escocia está hecha para caminar», confiesa Denise Hill, responsable de Marketing Internacional de Visit Scotland. Y también para pedalear. La venta del lado natural de este destino fue una de las prioridades de la reciente exposición celebrada en Edimburgo. Las propuestas van más allá de una buena frase publicitaria: no sólo se editan guías con las mejores caminatas de cada comarca y se señalizan las trochas al detalle, sino que se montan «walking festivals» donde uno puede contactar con otros fanáticos de hacer camino al andar y diseñar el plan perfecto para las vacaciones.
Los que deseen emociones fuertes tienen una parada obligatoria a un paso de la capital. Tras un paseo por Princes Street, la Royal Mile o Calton Hill uno puede afirmar «me voy a escalar un rato» sin que suene a boutade. Este mes se inaugura el Adventure Centre Ratho, la mayor instalación de escalada a cubierto del mundo, construida en una cantera abandonada, con paredes para todos los públicos y niveles, con restaurante, tienda, spa, gimnasio... y un vertiginoso parque de aventura suspendido en el vacío: una hora de recorrido no apto para cardíacos. Y sin que la lluvia —nos gusta que Escocia esté verde; entonces... ¿de qué nos quejamos?— estropee el entretenimiento vertical.
Foto: Miguel Berrocal
(Publicado en ABC el 6-5-2007)