29.10.05

UNA CITA CON JACK


Whitechapel, Londres, 1888. Les proponemos, en estos días de difuntos, un viaje al escenario del asesino más famoso de la historia

Siete de la tarde en la entrada del metro de Tower Hill. El cielo cargado de plomo refleja las luces de la urbe. En el horizonte más cercano se ve uno de sus paisajes más reconocibles: la Torre de Londres con sus ecos del pasado y, al fondo, el Tower Bridge alzándose majestuoso sobre el Támesis. En mitad del trasiego de la estación hay un grupo de personas que remolonea en torno a un cartel que reza «Jack the Ripper Haunts». El día está echando el telón y la hora de la cita con el asesino más famoso de la historia se acerca. Sin duda ya ha empezado a deambular al abrigo de la noche y de la leyenda. Todo está dispuesto: el techo encapotado amenazando lluvia, la niebla difuminando la luz de las farolas, el suelo húmedo, las palabras que salen envueltas con el vaho. «¿Estamos todos? OK. Vamos a Whitechapel. Jack nos espera», dice Donald Rumbelow, el guía, una autoridad en estos crímenes. Comienza a andar con el paraguas como bastón, y una treintena de personas le siguen, perdiéndose en la bruma.

Whitechapel, el barrio de los horrores, sería hoy una zona un tanto anodina si no fuera por los mercados de Petticoat y Spitalfields. En el verano de 1888 las cosas eran bien distintas, aunque la vida no era nada fácil en aquel arrabal de Londres habitado por gentes con aspecto de carne de cañón. En el interior de las viviendas iluminadas por velas y quinqués se administraba la miseria como se podía. Afuera, las prostitutas alcohólicas y desdentadas hacían la calle: calles como bocas de lobo donde resonaban los pasos sin que se adivinaran sus dueños, donde doblar una esquina era exponerse a una emboscada casi segura. Muchos de esos pasos furtivos se dirigían al «Ten Bells Pub», abierto en 1755 y todavía un clásico. Annie Chapman, una de las víctimas de Jack el Destripador, estaba trabajando en el pub la noche en que cerró los ojos para siempre. Una hipótesis: contactó con su asesino en el establecimiento, salió con él para hacerle el servicio acordado y fue acuchillada unos metros más allá, en Hanbury Street. Hoy el «Ten Bells Pub» es un agradable local en el que degustar unas pintas antes de continuar el paseo.

Los CSI de la época trabajaban a destajo en el East End de Londres, pues había muertes violentas un día sí y otro también, pero aquellos horribles crímenes tenían un sello especial: no eran provocados por pendencias tabernarias, sino que echaban el tufo del mal. El mal absoluto. Los cuerpos de las víctimas, prostitutas que necesitaban ganar unos peniques para echarse algo al estómago y alquilar una cama donde pasar la noche, aparecían terriblemente mutilados, y sus cuellos rebanados —sin duda, para que no pudieran gritar en busca de ayuda—. Donald lleva un rato dando explicaciones. Su prestigio entre los aficionados a la investigación forense no admite dudas. El tipo ha colaborado durante 25 años con la Policía londinense y presidido la Asociación de Escritores Criminalistas. El auditorio le pregunta a menudo por las versiones cinematográficas de esta truculenta historia, como por ejemplo «Desde el infierno», la película protagonizada por Johnny Depp y Heather Graham (que hace el papel de Mary Jane Kelly, con cuyo asesinato Jack se despidió sin ser atrapado). El guía no se cansa de desmontarlas. «La realidad no fue tan efectista», sonríe. «Lo cual no quiere decir que fuera mejor». En cualquier caso, las prostitutas de aquella época no tenían un aspecto tan saludable como el de Heather Graham.

El grupo de morbosos excursionistas se detiene en Durward Street, donde murió Mary Ann Nichols. Los expertos no se ponen de acuerdo en el número de piezas que se cobró este sanguinario cazador. John J. Eddleston, en «Jack the Ripper. An Encyclopaedia», habla de hasta doce posibles ataques. Casi todos parecen coincidir en que Mary Ann Nichols, Annie Chapman y Catherine Eddowes fueron asesinadas por las mismas manos. Sobre Mary Jane Kelly hay quien piensa que alguien aprovechó el tirón del Destripador para ocultar su crimen. Y existen disputas, sobre todo, con Elizabeth Stride y Martha Tabram. ¿Fueron las cinco prostitutas que aparecen en el gráfico de este reportaje —hipótesis aceptada por la mayoría de estudiosos—, o fueron más? Éste es uno de los misterios que viajará por siempre en el tiempo. Mary Ann Nichols (alias Polly) fue asesinada el 31 de agosto de 1888, y se la considera la primera «víctima oficial» de Jack el Destripador, que se entretuvo en acuchillarle la tráquea, el esófago, el vientre y la médula espinal. La Policía no se paró demasiado en la escena del crimen, y lavó el pavimento y el cadáver antes de cualquier examen, en un caso flagrante de impericia profesional. Tal vez pretendía tapar el asunto para que no cundiera el pánico. De hecho, no había informado de dos asesinatos anteriores que algunos autores atribuyen al mismo personaje. Según el atestado forense de Polly, «las heridas infligidas a la víctima han sido hechas por persona experta, que hizo los cortes con absoluta precisión y limpieza».

El otro misterio insondable es quién diablos era Jack el Destripador, nombre con el que los propios agentes bautizaron al asesino. El 27 de septiembre, después de la muerte de Annie Chapman, la segunda muesca en el cuchillo del monstruo, la Policía recibe la primera carta firmada por él y escrita con tinta roja: «No cejaré en mi tarea de destripar putas. Y lo seguiré haciendo hasta que me atrapen. El último trabajo salió bordado. Retengan esta carta, sin hacerla pública, hasta el próximo. No les importe llamarme por mi nombre artístico». El tercer y el cuarto crimen se cometen el 30 de septiembre. Jack se cebó especialmente con la pobre Catherine Eddowes: le faltaban la oreja derecha, los ovarios y un riñón. Cerca del lugar de los hechos apareció una pintada en una pared: «No hay por qué culpar a los judíos». El mismo día llegó otro mensaje a la Policía: «Mi querido jefe: gracias por no haber hecho pública mi anterior carta hasta este momento, cuando me he echado de nuevo a la calle a trabajar».

Poco después, George Lusk, presidente del Comité de Vigilancia de Whitechapel —organizado por un grupo de comerciantes del barrio, escandalizados ante los escasos resultados de las investigaciones—, recibió una misiva con un paquete cuyo contenido dejó al destinatario sin cenar aquella noche. «Desde el infierno, señor Lusk, le envío la mitad del riñón que tomé de una mujerzuela, y que conservé para usted después de freír el otro. Estaba muy bueno, de verdad». Jack no era un cualquiera, eso parece claro. En otra carta atribuida a su pluma y que, supuestamente, fue enviada a algunos diarios, hasta se permitía hacer una cuarteta: «No tengo tiempo aún para deciros / cómo me he convertido en un asesino. / Pero ya sabréis cuando llegue el momento / que soy uno de los pilares de la sociedad».

La sospecha más espectacular apuntaba a Edward, el duque de Clarence, hijo del rey Eduardo VII, que murió, a los 28 años, justo después de estos asesinatos en serie. De neumonía, se afirmó; de sífilis, se comentaba en los corrillos callejeros de Whitechapel. Al parecer, el joven duque era cazador de ciervos y frecuentaba lupanares. También se sugirió como responsables de las carnicerías a los judíos y los masones.

El guía, de pie bajo una farola en White’s Row, el lugar donde hay que hablar de la última víctima, Mary Jane Kelly, asegura que la inmortalidad de Jack el Destripador se explica precisamente por la oscuridad que rodea sus «hazañas». «Pocas cosas como el misterio nos hacen seguir vivos», comenta con una sonrisa malévola. Donde hoy existe un moderno aparcamiento de vehículos, en 1888 había un callejón llamado Miller’s Court. En el número 13 vivía Mary Jane. Quizá le dio tiempo a ver el rostro de su despiadado asesino un segundo antes de que empezara a descuartizarla con habilidad quirúrgica. Fue, sin duda, la actuación más brutal y sádica del monstruo. Probablemente empleó toda la noche en procurar que, al día siguiente, nadie pudiera reconocer como humano aquel cuerpo. El pudor impide dar más detalles aquí. Para conocerlos, usted tendrá que ir a Whitechapel, a los escenarios de los crímenes, medio reconocibles aún bajo la tutela de los altos edificios de la City. Tendrá que pedir una cita a Jack.

(Publicado en ABC el 29-10-2005)