13.5.06
PEREGRINOS DEL GRIAL
Destinos tradicionales, como París y Londres, y otros más alejados del turismo masivo, como Lincoln o Rosslyn, aprovechan el filón de «El Código Da Vinci» para atraer visitantes. ABC ha seguido la ruta del fenómeno editorial y cinematográfico
La guía se detiene frente a «La muerte de la Virgen», de Caravaggio, y esboza una sonrisa de suficiencia. «¿Alguien piensa que un anciano gravemente herido podría descolgar este cuadro para que saltara la alarma?». Los turistas sacuden la cabeza. El lienzo es imponente, así que... otro disparate más de Dan Brown. Pero les da igual. Están en la Gran Galería del Louvre, que alberga obras maestras del arte italiano, aunque este detalle también es irrelevante. Aquí fue asesinado Jacques Saunière, conservador del museo y gran maestre del Priorato de Sión, un crimen que desencadena la trama de «El Código Da Vinci». Eso es lo que importa. Por eso están aquí, y no tienen inconveniente en perdonar las meteduras de pata de Brown y centrarse, casi exclusivamente, en las piezas citadas por él dejando las demás para mejor momento. El autor de la novela más polémica y exitosa de los últimos tiempos no especifica que fuera este cuadro el que bajara Saunière, pero está cerca del lugar donde apareció su cuerpo y, además, está representada María Magdalena, lo cual es una pista definitiva.
En la siguiente parada, en mitad del pasillo, la guía saca un papel con la reproducción del archifamoso dibujo de Leonardo da Vinci «El hombre de Vitrubio», una figura masculina que marca el canon de las proporciones humanas y también la postura en que apareció el cadáver del conservador del Louvre. El morbo sube varios enteros entre el grupo. Este es el lugar. Cerca está «La Virgen de las Rocas», también de Leonardo, una obra en «clave» que ha dado lugar a muchas interpretaciones, pero con una característica clara: se trata de un óleo sobre tabla que difícilmente podría ser rajado con una rodilla, como amenaza hacer en el libro la criptógrafa Sophie Neveu cuando es descubierta por un guardia de seguridad. Además, no está en la Salle des États frente a la Mona Lisa, como sostiene Brown.
La sonrisa más enigmática del mundo, protegida por un cristal blindado, recibe cada hora 1.500 visitantes, que se conforman con mirar el cuadrito de 77 x 53 centímetros desde una distancia prudencial. Aquí no hay rejas que servirían para atrapar ladrones, aunque sí severos vigilantes que no admiten ni una broma.
París, la ciudad que domina el arte de la reinvención sin perder su seductora personalidad, no podía dejar pasar esta oportunidad. El fenómeno de «El Código Da Vinci» está, además, a punto de dar otro estirón con el estreno de la versión cinematográfica. El Louvre no quiere saber nada del asunto —una vez embolsados los 1,5 millones de euros por colaborar en la película—, pero hay más de 25 agencias que ofrecen «tours» privados, se organizan seminarios en el lujoso hotel Ritz (150 euros por grupo de hasta tres personas, consumición no incluida) y los responsables turísticos franceses, británicos y escoceses se han asociado para promocionar el producto. Ellen McBreen, historiadora del arte y fundadora de la agencia Paris Muse, no se traga la mayor parte de las teorías del libro, pero plantea el recorrido como una «exploración colectiva». «Hay gente que está empezando a venir al Louvre después de leer “El Código...”. ¿Por qué no aprovechar este interés?».
Atracciones parisinas como los Jardines de las Tullerías, los Campos Elíseos, la iglesia de Saint-Sulpice o la Gare Saint-Lazare son exploradas con otros ojos (por cierto, desde esta estación no se puede sacar un billete para Lille, como hacen los protagonistas de la historia; para eso tendrían que haber ido a la Gare du Nord —en la edición francesa se cambia una estación por otra para que la contradicción no cante demasiado—). Otras, como el Château de Villette —residencia de Leigh Teabing en la novela—, a 40 kilómetros de la capital, cerca de Versalles, han sido descubiertas por el gran público. Claro que no todo el mundo puede permitirse el lujo de alojarse aquí: el precio por persona de un paquete de cinco noches en habitación de lujo, pensión completa, una comida en el Ritz de París, visitas a las localizaciones y participación en un coloquio con un historiador cuesta entre 3.900 y 4.300 euros.
El meridiano cero, la línea imaginaria que une los polos, pasa por Greenwich, al este de Londres, pero no siempre fue así. Ptolomeo, en el 150 d. C., lo situó en la isla de El Hierro, donde se mantuvo durante 1.700 años, aunque convivió con otros sistemas nacionales. En Francia pasaba desde 1667 por la capital, y uno de sus grandes defensores fue el astrónomo François Arago, director del Observatorio de París a principios del siglo XIX. En 1995, como homenaje a Arago, el artista holandés Jean Dibbets señaló este meridiano con 135 medallones de bronce incrustados en el suelo sobre la «Línea Rosa» que cita Dan Brown. Algunos de estos medallones han desaparecido en los últimos meses, sustraídos por los «códigomaníacos». Once se encuentran en el Louvre. Pero ninguno en Saint-Sulpice.
Se trata de una de las falsedades que salpican desde la novela a esta espléndida iglesia, la segunda en tamaño de la ciudad después de Nôtre Dame, y que el padre Roumanet intenta explicar a los visitantes, en persona o a través de un mensaje situado cerca de un misterioso obelisco: «Al contrario de lo que se afirma en un “best-seller”, esta iglesia no fue construida sobre un templo pagano. La línea metálica marcada en el suelo nunca fue conocida como la “línea rosa”. Y las letras P y S que se aprecian en las vidrieras hacen referencia a los santos Pedro y Sulpicio, no al Priorato de Sión».
La línea —que sí transcurre en sentido norte-sur, pero no sobre el meridiano— es, en realidad, un gnomon, un instrumento astronómico instalado en 1743. A través de un orificio en la ventana situada en el lado sur entra un rayo de sol que incide sobre la línea a las doce en punto —el mediodía se comunicaba a los parisinos con el tañido de las campanas—. Pero también servía como calendario para mostrar los equinoccios: los dos días del año en que, por hallarse el sol sobre el ecuador, el día y la noche duran lo mismo en todos los lugares del mundo. Entonces, el rayo asciende por el obelisco, llega a la esfera dorada y hace brillar la cruz. Bajo el pilar donde Brown colocó una pista falsa sobre el Santo Grial, los sacerdotes de Saint-Sulpice hablan del legendario órgano de la iglesia, el mayor de Francia, con 20 metros de altura y cinco teclados manuales, que puede escucharse durante las misas y los conciertos —gratuitos— que se ofrecen cada mes.
Al otro lado del Canal de La Mancha los ecos de Leonardo da Vinci quedan apagados por otros poderosos ecos ligados a la leyenda del Santo Grial: los caballeros templarios. El barrio del Temple es un Londres silencioso y oculto en el corazón de la bulliciosa metrópoli, que uno descubre al doblar una esquina en Fleet Street. Cuartel general de los monjes guerreros en su época de esplendor, hoy de los juristas más renombrados de Inglaterra (esos tipos con peluca y toga que vemos en las películas), su iglesia es el edificio más antiguo de la zona (se comenzó a construir en 1160). Los caballeros yacentes de la nave redonda —que se levantó a semejanza del nada pagano Santo Sepulcro de Jerusalén— no son tumbas, como explica un monaguillo en la novela, sino cenotafios, monumentos funerarios donde no están los cadáveres de los personajes a quienes se dedican.
A un paso, en la calle Strand, está el edificio principal del prestigioso King's College. La cámara octogonal de la biblioteca Maughan, citada en «El Código...», existe en realidad: está en Chancery Lane, cerca del campus de Strand. Allí los protagonistas hallan la pista que les lleva a la tumba de Isaac Newton, en la abadía de Westminster, un hito más en el viaje hacia la última respuesta.
Desde que la tradición empezara con Guillermo el Conquistador, en 1066, la abadía ha sido la «iglesia de la coronación» de los reyes y reinas ingleses. Además, esta obra maestra de la arquitectura, siempre atestada de visitantes —resulta inverosímil que en la novela aparezca casi vacía, aunque fuera «una mañana lluviosa de abril»—, es un gigantesco mausoleo donde reposan cientos de personajes notables (como Isabel I, Churchill, Darwin y el citado Newton) y —como recuerdan sus responsables— una iglesia viviente, un lugar para la oración. Quizá por este motivo no consideraron muy respetuoso llenar el recinto de focos y cámaras.
Lincoln sonríe por ello. Y todo gracias a su catedral, la tercera más grande de Gran Bretaña, un impresionante templo gótico que supera con mucho la altura de los tejados de esta apacible ciudad de las Midlands inglesas, que se vio revolucionada con la película. Los curiosos se agolpaban en la puerta del White Hart Hotel, donde se alojaban los artistas. El propietario del restaurante «The Old Bakery» aún enseña hoy a sus clientes un ejemplar de «El Código Da Vinci» lleno de autógrafos, que piensa subastar próximamente para una obra de caridad. «Doble» de Westminster en el rodaje, en el interior de la catedral se hizo una réplica de la tumba de Newton. Los turistas ya no se conforman con buscar la irreverente figura del diablillo que se encuentra en el coro, y preguntan por el asunto de moda. Escenarios cercanos han tenido un papel similar. En el castillo de Belvoir se realizaron las tomas exteriores de Castelgandolfo; en Burghley House, las interiores.
El «efecto Da Vinci» también ha beneficiado a la capilla de Rosslyn, situada a diez kilómetros al sur de Edimburgo. Esta colegiata del siglo XV ha intrigado a los investigadores por su esotérica decoración. Se la relaciona con leyendas de todo tipo, desde el Santo Grial al Arca de la Alianza, pasando por los templarios y los masones. Es renombrada por sus más de cien «hombres verdes», cabezas a las que les sale vegetación de las bocas; creencias paganas hablan de la unión entre el ser humano y la naturaleza. Los trabajos de restauración no permiten disfrutar del exterior, pero el interior da para dos horas largas si se pretende rastrear todos sus secretos.
El final de la búsqueda de Robert Langdon, el protagonista del libro (Tom Hanks en la película) acaba donde empezó, en el Louvre. Esta vez en el centro de una plaza subterránea donde se cruzan los pasillos que conducen al museo, las tiendas y algunos restaurantes. El lugar donde la Pyramide Inversée, una enorme claraboya, casi se toca con una pequeña pirámide de piedra. El cáliz y la espada. «La búsqueda del Grial es literalmente el intento de arrodillarse ante los huesos de María Magdalena. Un viaje para orar a los pies de la descastada, de la divinidad femenina perdida». La última ocurrencia de Dan Brown no empuja a los turistas a caer de rodillas y rezarle a la pirámide, sino, como mucho, a perseguir con sus cámaras los arco iris que se forman en el ventanal del techo.
Notas del gráfico LA RUTA DESCODIFICADA
LA MONA LISA
Leonardo Da Vinci consideraba "La Gioconda" o la "Mona Lisa" como su obra maestra. Es un óleo sobre tabla de álamo, pintado entre 1503 y 1506. Al parecer, retrató a una dama florentina, Lisa Gherardini, casada con Francesco del Giocondo (de ahí su sobrenombre). Algunos historiadores creen que la mujer es el propio Leonardo con rasgos femeninos. Su enigmática sonrisa ha convertido este rostro en un icono cultural. En la novela, Jacques Saunière deja un mensaje sobre el plexiglás que protege el cuadro.
LA VIRGEN DE LAS ROCAS
En 1483, el artista recibió el encargo de la Hermandad de la Inmaculada Concepción de pintar un cuadro para el altar de una iglesia en Milán. Pero el resultado no agradó al cliente, y tuvo que pintar una segunda versión (en la actualidad, en la National Gallery de Londres). "La Virgen de las Rocas" es un lienzo en "clave", cargado de significaciones herméticas. En su reverso, Sophie Neveu encuentra una misteriosa llave.
EL HOMBRE DE VITRUBIO
Leonardo dibujó "El Hombre de Vitruvio" en uno de sus diarios. En la actualidad se halla en la Galería de la Academia de Venecia. Se trata de un estudio de las proporciones del cuerpo humano masculino, realizado a partir de los textos de Vitrubio, arquitecto de la antigua Roma. En "El Código...", el cadáver de Sauniére aparece en esta postura.
LOS TEMPLARIOS
El mito acompaña a la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón, más conocidos como Caballeros Templarios o del Temple. La orden fue fundada hacia 1118 por el noble francés Hugo de Payens junto a otros ocho caballeros. Su función era escoltar a los peregrinos a Tierra Santa. Con el tiempo, los monjes guerreros adquirieron gran poder e influencia. En 1307, Felipe IV, rey de Francia, que codiciaba sus posesiones, ordenó encarcelarlos a todos bajo acusación de adorar a un ídolo de nombre Bafomet, asesinar niños y mantener relaciones homosexuales. En 1312, el Papa Clemente V disolvió la orden. En Inglaterra gozaron, en cambio, de gran prestigio e influencia política. Sin embargo, sus inmensos tesoros desaparecieron sin dejar huella. ¿El Santo Grial se contaba estre ellos?
PISTAS PARA NO EXTRAVIARSE
En París: Museo del Louvre
Rutas guiadas
Taller-coloquio sobre el CDV en el Ritz
Château de Villette
En Gran Bretaña: Turismo Británico
Abadía de Westminster
The Temple Church
Catedral de Lincoln
White Hart Hotel, Lincoln (donde se alojó el equipo de la película)
The Old Bakery, Lincoln (el restaurante favorito del director y los actores)
Burghley House
Belvoir Castle
En Escocia: Turismo de Escocia
Capilla de Rosslyn
Escenarios de la película
Una guía: "Viaje a los escenarios de Dan Brown". Oliver Mittelbach. El País Aguilar.
(Publicado en ABC el 13-5-2006)
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